GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS

24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE. REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909 MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA 03/2010

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jueves, 14 de abril de 2011

PIPIOLA SOY YO. GLADYS LAPORTE


PIPIOLA -ESTE ERA UNO DE LOS APODOS QUE ME DABA MI ABUELITA-
-¡Mamá quiero hacer pipi!
-¡Espérate Pipiola a que pasemos por un restaurant decente, por estos lados lo que hay son botiquines de mala muerte! ¡Puros borrachos! ¿No te dije en la casa que orinaras? ¡Ay que ver que tu si eres mala mañosa!
-Yo si oriné, pero lo que pasa es que me he tomado dos tizanas y un ponche y eso da ganas de orinar; también me duele la barriga y tengo ganas de vomitar.
-Bueno mija; ¡Aguanta un poco! A mi también me están dando ganas, pero es por  esta niña tan pesada que ya se durmió...  ¡Ay Dios mío, sólo a mí se me ocurre! ¡Salir con estas dos muchachas y este barrigón! ¡Ay, Dios mío!
La que así hablaba era mi hermosa madre embarazada de cinco meses, trajeada con su linda bata de flores rosadas, cargando a mí hermanita que se había dormido, estaba babeándole toda la espalda. Veníamos de regreso para nuestra casa, después de haber disfrutado del desfile de carrozas en la avenida Urdaneta de Caracas y del Teatro Guiñol y el Retablo de Maravillas, presentado en la  Plaza Aérea de El Silencio, la llamada Diego Ibarra, andábamos en la calle desde las diez de la mañana, de ese lunes de carnaval, yo estaba preciosa enfundada en un lindo traje de gitana que me había hecho mamá, mi hermanita disfrazada de flor, falda de pétalos rosados, la blusita el cáliz verde y en la cabecita llena de crespos; flotaba feliz una rubicunda mariposa de papel crepé; eran las tres de la tarde hacía un calor  infernal y al paso que llevábamos pronto nos quedamos solas en aquella inmensa calle, con aquel gran sol rojo que pintaba la ciudad y hacía que nuestras sombras se alargaran en las puertas cerradas de las tiendas de los turcos, árabes y judíos y en las columnas panzonas de los edificios de El Silencio. El sol estaba triste, las calles estaban sucias, con montañas de papelillo, papel de caramelo y serpentinas rotas arrastradas en el suelo; la tristeza era tan grande como la de Semana Santa en Viernes Santo, después que cerraban las Iglesias, pero era Carnaval, ¿Cómo era posible, que después de esa gran fiesta, tanto lujo, máscaras y risas, quedara aquella honda tristeza en el alma? A pesar de que yo iba de la mano de mamá, me sentía la niña más solitaria del mundo, ¡Aquel terrible dolor de barriga, las ganas de orinar, y las nauseas me daban escalofríos!
De repente oí un ruido como el del camión de las carrozas y vi una fea y gris carroza, que tenía como unas escobas redondas abajo que daban vueltas, echaban agua, levantaban los papelillos y las serpentinas y se los tragaba.
¿Mamá que carroza es esa?
¡Y yo que voy a saber Pipiola! ¿Qué es eso? No creo que esa sea una carroza, no trae comparsa, bambalinas de colores, ni música, ni reina, ni nada.
Después; con el tiempo, supe que fuimos testigos del uso de la primera barredora automática que trajeron a Caracas.
Un viejo que pasó a nuestro lado y oyó la conversación dijo como para si mismo:
Yo creo que esa es la única carroza que tiene utilidad en este país de pan y circo.
Mi mamá me tomó de la mano y detuvimos el paso, ese hombre era peligroso pues veladamente había dicho palabras de conspirador.
Además una señora “no le seguía la corriente” a un extraño.
Yo me quedé embelesada, viendo aquel tanque de guerra, porque yo si conocía tanques, cuando iba a los desfiles de La Semana de La Patria, algunos amigos de mi papá decían que Pérez Jiménez solo tenía cinco tanques, que los hacia dar vueltas unas diez veces, para que la gente creyera que tenía bastantes, por eso antes los desfiles eran tan largos. No sabía lo que era una guerra, pero sabía que esa carroza le hacia la guerra a los enanos y los engullía como el ogro de los cuentos de mi abuela. Vi hacia atrás y en la calle no quedaba ni un solo papelillo, al fin logramos cruzar la vía y nos paramos en la puerta del restaurant que quedaba al lado de Blanco Peñalver y Compañía, en la misma acera del Teatro Municipal; como a tres cuadras, seguía con aquel tremendo dolor de barriga y ya me estaba vomitando. Mamá me dijo:
-¡Gracias a Dios que ya llegamos!
Y se medio paró en la acera para cambiarse de brazo a mi hermanita. ¡Error fatal! Bastó ese segundo para que una inmensa "boa" encima de catorce muchachitos disfrazados de indios, que iban cantando:
“Mare-mare de los indios no se puede comprender,
El que lo baila, lo baila y el que no lo ha de aprender"
se metiera delante de nosotros al restaurant. La boa era de trapos de colores y los niños la pusieron en el suelo, los guiaba una señora negra, grandota, vestida de satén rosado y  tenía las piernas tan gordas como el elefante del circo de los hermanos Valdez que a veces abrían en La Bandera. Los niños pasaron en fila al baño, antes que nosotras y como es de suponer, yo no aguantaba más, de repente un sopor, un azoramiento y un líquido caliente me bajaba hasta los talones llenando mis alpargatas bordadas de lentejuelas, mamá se dio cuenta y dándome dos templones por mi bella crineja, me gritó:
Cochina, ¿Ya te orinaste y te hiciste pupú encima? ¡Ay Dios mío!- Y halaba mi crineja. -¡Fó!
-¡Cochina! ¡Sucia! ¡Deja que te agarre! ¡Vas a ver! ¿Cómo me haces esto? ¡Muchacha del carajo!
Y yo, calladita y toda avergonzada con mis ojotes pelados, de repente se me vino aquel calor panza arriba y ¡Buag! Le bañé de vómito las medias de nylon y las sandalias nuevas a mí madre. La tizana enterita y aquella horrible espuma del ponche piche, mi pobre madre estaba a punto del vahído, como pudo se recuperó y me dijo:
¡No te muevas de aquí! Así no puedes entrar al restaurant, ahí voy a buscar papel para limpiarte, No te muevas de aquí; ¡Oíste Pipiola! -repetía histérica mi mamá.
Me había quedado pegada de la pared del local mirando como se confundían mis desechos corporales con aquella mezcla de papelillos y serpentinas de colores “embarrialados".
Mi mamá que entra al restaurant y una Burriquita que pasa por mi lado, iba tan bonita, con una faldota, toda floreada, como la bata de mi mamá, rápidamente me bajé las pantaleticas con su “regalito" y saqué mis lindos  piececitos y “paticas para que os tengo" apuré el paso y me fui muy tranquila detrás de la Burriquita. Mi mayor fascinación en la vida ha sido  una Burriquita, la he seguido en mi largo peregrinar por toda Venezuela. La he visto en Mariguitar, San Juan de las Galdonas, Maracaibo, Trujillo, Palo Negro de Aragua, Montalbán, Bejuma, Guatire, Guarenas, Pampatar, Porlamar, San Joaquín, Caricuao, Turmero, Caucagua, Patanemo y Naiguatá.
Yo pensaba; porque aún a esa corta edad, pensaba:-
-¿Cómo ese animalito podría bailar tan bien, tiraba patadas a la gente y a nadie le pegaba? ¿Como llevaba el ritmo?
Estaba gordota, la cara era linda, de pelo color marrón y tenía una mancha blanca en la frente, las pestañas eran largotas y los ojos eran igualitos a los del Niño Jesús de mi madrina Begoña, estaban tiesos, pero yo sabia que me miraban con cariño, tenía puesto un sombrerito, como con el que bautizaron a mi hermanita; con unos huecos para las orejotas, tenía flores de lado y lado, se lo amarraron con una cinta rosada debajo de la garganta, por un lado de la boca se le veían los dientes parejitos, la cola era lisita como la de la prima Nine. ¡Vaya que era bonita la Burriquita! Primera vez que veía una tan cerca y para mí solita... El mareo se me había quitado como por encanto. Vi al jinete, hombre feo con cara de coco, pintado como una mujer, tenía dos crinejas negras y largas como las mías y  lucía una “pava” llena de flores viejas y de cintas descoloridas, esa parte de la burrita no me gustaba nada, el hombre se paró enfrente de la Iglesia de Santa Teresa y sacó una "carterita" del bolsillo de la camisa y se "echó un palito” de aguardiente, ahí lo alcancé y rápidamente le alcé la falda a la Burriquita para verle las patas. Pero, ¿Qué raro? Solo pude ver dos piernas negras con pantalón arremangado, unos pies en un par de alpargatas viejas y sucias. También le colgaba un bolso negro de donde sacó unas propagandas y las tiró descuidadamente por el frente de la plaza. Yo creía que las Burriquitas tenían cuatro patas, como los burros de Montalbán, pero no; parecían patas de gente, ¡De hombre! El jinete y la burrita comenzaron a andar de nuevo y yo detrás, llegamos a la esquina de Miracielos, la conocía bien, porque mi abuelita me decía los nombres de las esquinas, bajamos por Hospital, por Miseria, Pinto, El viento, y llegamos a La Concordia, conocía esa zona porque cuando visitaba los templos en Jueves Santo, mi abuela me llevaba por allí, sabía como regresar a la esquina de la Iglesia de Santa Teresa, pero de pronto la Burriquita cruzó por una calle que yo no conocía.
Allí fue donde no supe que hacer: si seguir o devolverme, opté por seguir a mi Burriquita, al fin y al cabo ¡Ya me había perdido! Tenía ganas de llorar, y empecé a rezarle a mi Ángel de la Guarda para que mi mamá me encontrara. La burra seguía pa´ lante y yo atrás, (hoy día se que las esquinas se llaman Palmita, Castán y Maderero, pero en ésa época hasta allí no llegaba mi conocimiento de la nomenclatura del catastro urbano.) De repente la burra  se metió por un zaguán angosto, seguí detrás, por lo menos iba con mi amiga querida la Burriquita, el hombre empujó una puerta de madera verde que tenía un postigo abierto en el medio, metió la mano por allí y alzó el pestillo, me quedé mirando las bonitas porcelanas qué cubrían la mitad de las paredes del angosto pasillo, casi me quedo afuera, pero.
¡Zas!
Me deslicé detrás de la burra y atravesamos un patio de mosaicos  al cual daban infinidad de puertas y ventanas, en el medio del patio estaban unos porrones con Palmeras y Uñas de Danta.
En seguida entramos a otro patio pequeño feo, el piso era de granzón y a los lados había piezas hechas de tablas, como los ranchos de Los Sin Techo, en la puerta de una de las habitaciones estaba una señora que le dijo al hombre:
- ¿On tá Nicanol? - era un saludo con la lengua mocha.
- ¡Bien! – respondió el hombre.
- ¿Ganó argo?
- ¡Arguito!
- ¿Y esa carajita, de quién es?
- ¿Que carajita?
- ¡Guá, la qui anda tras usté!
Aquel hombre me miró de tal forma que yo me quede aterrada, no podía ni moverme.
Pero enseguida volteó la cara y dijo:
- ¡Ah buena vaina!
Y siguió lavándose la  cara en una batea, se quitó las crinejas, la pava se alzó la falda y levantó la burra por sobre su cabeza y la tiró para un rincón en el suelo detrás de la batea, allí junto con todo lo demás y el bolso negro,  quedó tirada mi preciosa Burriquita, en un rincón de ese patio tan feo.
El hombre se quitó la camisa y empezó a lavarse el pecho y volvió a mirarme y dijo:
-¿De dónde saliste, muchacha? ¡Que cosa, que a mi no me falta una vaina!
- Non preocupe Nicanol, Yo llevo carajita estación de Policía.
- ¿Y si te dejan Dominicana? Tú no tienes papeles.
- Non, yo dejo en puelta celca policía y me vengo pa cá.
Yo estaba petrificada, pero más que nada era por lo que le había sucedido a la Burriquita, pensaba: ¡Dios mío! Que le había hecho ese hombre a la burrita? ¿La había matado? ¿Y los otros carnavales? ¿No iba a ver más a mi Burriquita bailar y patear en las plazas de Caracas? Me puse a llorar a gritos, pero juro que era por la Burriquita.
El hombre se metió para el cuarto y la mujer también, al rato salió la mujer vestida de limpio y peinada, el hombre le dio unos reales y le dijo:
- ¡Ten cuidado!
- Non preocupalte yo se que jacel.
La mujer me agarró por una mano y me dijo:
-Non llore ma, ¿on vive tú?
-En los Totumos, ¿Que le pasó a la Burriquita? ¿Se murió?
-Non, ¿Cómo va moril? ¡Mientras Nicanol viva hay burra pa bailal pa rato!
-¿Y por qué la tiró allá en el suelo?
-Polque Nicanol va a descansá pa salil a la noche pa la plaza Capuchinos, la burra ta durmiendo, polque tiene que bailá esta noche, mañana no sale polque la pueden embasurá con aguas o polquerías que la gente zumba el maltes de carnaval.
Nosotras que salimos de la casa y llega una camioneta negra de la Seguridad Nacional, se bajaron varios hombres con pistolas y tocaron en la casa, salió una señora y los hombres pasaron, nos quedamos la mujer y yo pegaditas de la pared para ver que pasaba y al rato salieron los esbirros trayendo preso al hombre que montaba la Burriquita y llevaban guindando el bolso negro con las propagandas. Después que pasó esto la señora  me preguntó:
-¿Tú sabe llegá a tu casa?
-Si, si llego a la parada del autobús.
-¿ónde é?
-Al lado de la Iglesia de Santa Teresa, por el lado del Limonero.
-Ah, ya sé, pa ya te va a llevá.
Cuando llegamos cerca de la parada estaba un gentío arremolinado alrededor de una mujer que gritaba a voz en cuello y con el acento ronco de la que ha llorado y gritado como una loca: ¡MARGARITAAAAAAAA, MARGARITA!.....................Yo le dije a la mujer:
-Señora, esa que grita es mi mamá.
La mujer me soltó y se fue caminando rapidito, para abajo, por la esquina de Miracielos a Hospital, yo me fui andando hacía el tumulto de gente que rodeaba a mí mamá.
Me acerqué lentamente con mi falda de lunares y mi pandereta.
Un señor dijo:
-¡Aquí esta una gitanita! ¿Será esta la niña desaparecida?
Mi mamá dejó de gritar y me miró, como que no me reconocía, entonces lloró más fuerte y como si estuviera arrepentida de que yo hubiera aparecido, lloraba y gritaba. De pronto se vino como una tromba sobre mí, me guindó por las mechas, me dio pescozones y me metió a empellones al autobús, mi hermanita también lloraba a grito pelado, eran las seis y media de la tarde; ya sentadas, me siguió dando cogotazos y me repetía:
¡No te saco más nunca, más nunca, ni loca que esté! ¿Me oyes?, ¿Cómo me echas esa vaina, loca? ¿Pa dónde cogiste? ¿Dónde te metiste? ¡Muchacha del carajo!
Y yo con mis ojotes abiertos de "vaca cagona", sin saber que decir. Pensando en mi Burriquita. Cuando pasamos cerca del túnel de la Roca  Tarpeya, una mujer; que iba en el autobús, se paró, la tocó por el hombro y le dijo:
¡No sea bruta- mija! ¡No le pegue más a la carajita! ¡Yo no se pa que paren! ¡Que bruta! En vez de darle abrazos y besos, porque apareció. ¿Va a caerle a golpes? ¡No embrome!
Y yo seguía con mis ojos pelados, pensando en que a lo mejor jamás volvería a ver a mi linda Burriquita. Como quisiera volver a agarrar mí camino y perderme un Carnaval detrás de una bella Burriquita que me lleve a pasear por los países  de América para contarles a todos el cuento.
SITIO WEB DE LA IMAGEN:http://wilberareciodavila.blogspot.com/2009/01/la-burriquita-bail-en-san-cristbal.html 

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