GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS

24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE. REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909 MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA 03/2010

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viernes, 1 de octubre de 2010

GLADYS MARGARITA LAPORTE, CREADORA SIN LÍMITES

Queridos lectores: a continuación publico la reseña hecha por LUÍS MIGUEL RODRIGUEZ en relación a los cuadros con los cuales participaré en la Exposición a la cual ya les he invitado. Como me causó gran alegría leerla quise compartir dicha alegría con todos ustedes.

Gladys Margarite Laporte: creadora sin límites

Acercarnos a la figura de Gladys Margarita Laporte podría ser tan complejo como tratar de desentrañar los secretos del arte. Y es que la creadora lo es en toda la extensión de la palabra. Leer página por página su autobiografía es sorprendernos, palabra por palabra de todo lo vivido, lo experimentado, lo pensado, lo recreado, lo diseñado, lo hecho, lo edificado, lo construido, lo soñado…

Por ello para escribir de Gladys es necesario conocer su inmensidad, la plenitud y la profundidad de su vida y su personalidad. Su obra pictórica es una de sus tantas creaciones, pero es quizás la única que le permite decir, decirse y decirnos con formas, líneas, texturas y colores qué opina de la gente, del mundo, de la naturaleza, de sus emociones, sentimientos, de sus anhelos y querencias.

Gladys es una pintora versátil, libre; trabaja sin prejuicios, gusta de conocer y experimentar con los materiales que le llegan a sus manos; todo es susceptible de transformarse, de ser otra cosa. Por ello el espectador podrá encontrar, en el conjunto de obras presentadas aquí, diversidad técnica, temática, estilística y expresiva.

Gladys Margarita Laporte nos regala coloridos paisajes campestres y urbanos, plácidos, serenos y llenos de armonía; marinas de cielo y mar azul intenso; amenas escenas de bailes y fiestas tradicionales. Eterniza a grandes personajes de la historia nacional y universal, exalta el desnudo en toda su plenitud de formas y redondeces y hace que oremos ante sus fervorosas imágenes sacras.

Su pincel nos pasea también por paisajes exóticos y lejanos de nuestra Venezuela, donde el indígena lo cuida como mandado por Dios su creador; nos enseña a cuidar la naturaleza, y nos muestra un futuro triste si no actuamos con consciencia ecológica. Obras alegóricas nos hablan de nuestro país, de un futuro mejor, de una Venezuela hecha flor, convertida en jardín, en arcoíris o en un Girasol.

LUIS MIGUEL RODRIGUEZ


Les recuerdo que la exposición a la cual hace alusión la reseña se realizará el

MIÉRCOLES 29 DE SEPTIEMBRE, A LAS 2 DE LA TARDE;SI DIOS QUIERE, EN LA BIBLIOTECA DON LUIS Y MISIA VIRGINIA DE GUATIRE, en la antigua casona Don Luis y Misia Virginia, sede de la Biblioteca Pública, en la Avenida Miranda de Guatire.allí expondré mi obra " MIS VIVENCIAS".


domingo, 19 de septiembre de 2010

NOTIFICACIÓN

AMIGOS CUMPLO CON NOTIFICARLES QUE CAMBIARON LA FECHA DE MI EXPOSICIÓN DE PINTURA EN LA BIBLIOTECA DE GUATIRE A LAS 2 PM. PARA EL SEIS DE OCTUBRE DE 2010


06.10.2010 GLADYS LAPORTE

domingo, 5 de septiembre de 2010

EL ÁRBOL HOY EN DÍA


Con dolor veo como se acaba con los árboles hoy en día, esos son los que nos dan el oxígeno y los que hacen que llueva sobre la tierra y absorben el dióxido de carbono de la atmósfera. ¿Será que los hombres no se dan cuenta de lo que están haciendo? A nivel mundial, es terrible como se acaba con selvas completas solo por el afán del dinero, para extraer los árboles maderables, para sembrar nuevos cultivos y para edificar grandes urbanizaciones. Cada vez se seca más la tierra, hay menos agua, no se que vamos a hacer, si no le ponemos un parao a todo esto y a nivel nacional y regional vemos cómo se cometen atrocidades contra los árboles. Parece que no hay ingenieros agrónomos, que ayuden a diseñar las urbanizaciones y sepan cuales son los árboles que se deben sembrar para que sus raíces no afecten las cloacas y los tubos del gas y electricidad, sino que siembran árboles de selva en plena ciudad y después no quieren que les ocurra, por ejemplo lo que ha sucedido en la urbanización Veintisiete de Febrero, donde la Avenida principal estaba toda bordeada de ficus y tuvieron que ser exterminados por esta situación.
Otra cosa es que los niños no tienen amor por los árboles, y me consta que en las escuelas se lo enseñan, con la semana de la conservación y todo el año las maestras y maestros están insistiendo sobre esto, pero les entra por una oreja y les sale por otra. He visto a niños caerle a palos a un árbol, sin motivo alguno, solo porque tiene ganas de destrozarlo y he visto a hombres echarle aceite de motor y gasolina en el pie del árbol para secarlo y también a la tierra, para que no nazca más monte. Estas personas no tienen amor por la tierra de la cual vinieron y menos por las plantas que dan vida. Ahí les dejo esta reflexión. Será hasta la próxima semana. GLADYS LAPORTE.

viernes, 27 de agosto de 2010

INVITACIÓN A EXPOSICIÓN DE PINTURA



EL MIÉRCOLES 29 DE SEPTIEMBRE, A LAS 2 DE LA TARDE;SI DIOS QUIERE,EN LA BIBLIOTECA DON LUIS Y MISIA VIRGINIA DE GUATIRE, HABRÁ UNA EXPOSICIÒN DE PINTURAS DONDE EXPONDRÈ MI OBRA " MIS VIVENCIAS". CON MUCHO AGRADO LOS INVITO PARA QUE VENGAN A VERLA, SOBRE TODO A LOS QUE ESTÁN CERCA. A LOS OTROS LES HARÉ LLEGAR LAS FOTOGRAFÍAS POR ESTE MEDIO.
HABRÁ BRINDIS.
DIRECCIÓN:
La antigua casona Don Luis y Misia Virginia, sede de la Biblioteca Pública, se encuentra en la Avenida Miranda de Guatire.

EL BARLOVENTO DE MI ABUELO




EL BARLOVENTO DE MI ABUELO de La Marquesa del Totumo
Cuento Canción
Gladys Laporte de Villegas
La Abuela Cuenta Cuentos
Treinta y cinco años y aquí estoy al frente de ésta casa donde no se si fui feliz. Traigo un pico y una pala



y a mis dos hijos de la mano, ojos verdes y pelo color melao, lisos ya, porque la madre, una catira francesa se los hace alisar todos los meses. Si quedan calvos, la niña podrá usar una peluca
y el varón a medida que envejezca quedará calvo y no se le notarán los chicharrones como a mí.
Por entre la espesura del jardín se asoma una anciana toda gris, el pelo, la cara, las manos, solo los ojos, los que lloraron una lágrima por mí, cuando me fui, esos ojos eran los mismos y por ellos reconocí a mi tía Ernestina. Me encontraba sorprendido, no me daba cuenta que mi tía ya sería una vieja, me abrazó y llorando de alegría decía:
- ¡No me morí sin verte de nuevo! ¡Que grande estas muchacho! ¡Igualito a tu padre! ¿Y estos niños? ¿Son tus hijos? ¿Los que mencionas en la carta? ¡Ay, que bellos!
Tomó a los niños de las manos y los llevó a la cocina.
Y yo con un pico y una pala recordando frente a la casa de mi abuelo…
Los inclementes vientos de últimos de marzo fustigaban incesante el viejo techo del cuarto del abuelo; quien desde que se enfermó de gravedad, había logrado que lo trasladaran a la casita de atrás; donde había criado a sus hijos en compañía de mi abuela. El me decía que por ahí se paseaban las almas de sus muertos, quería estar muy cerca de ellos, para cuando llegara su último Barlovento. 
Estaba construida de bahareque; el techo de caña amarga recubierto de tejas que traqueaban con el viento como teclas de un piano ronco.

En los oscuros aleros habitaba una familia de murciélagos que de vez en cuándo, emitiendosus agudos chillidos, pasaban en vuelo rasante sobre mi cabeza.



La casita se encontraba en el patio de atrás a escasos metros de la casa nueva que se erguía blanca y fuerte, como un barco anclado en una mar vegetal de cacao, plátanos y cocoteros.


Las ventanas y puertas de la casita eran de tablas pintadas de azul colonial, que se fueron rajando con la lluvia y con el sol a medida que pasaba el tiempo. Era allí donde mi imaginación se desplegaba en mis sueños despierto, ya que el sol, se colaba por las rendijas e iba tejiendo autopistas fantásticas o túneles aéreos por donde millares de chispas, plateadas y doradas, ascendían en veloz carrera rumbo al cielo, quien sabe a que recónditas galaxias, y yo, capitán de una hermosa barca, bogaba junto a las brillantes partículas con mi pequeño universo, tan poblado y a la vez solitario.
Era yo un muchacho de ocho años, que dormía en la casa acompañando al abuelo. Muchas veces me dormía sentado en el pequeño banco, pegado a su cama muy cerca del suelo, él sacaba su negra mano y acariciaba mi pelo.
A la hora del crepúsculo


asumía mí puesto de guardia, junto al lecho de mi abuelo moribundo, para velar su sueño vespertino, mientras una de mis tías iba a prepararle la papilla de la cena.
Él había sido mi padre, mi tutor y mi guía, pues el mío propio, se fue en un barco una tarde y todavía no regresa, mi madre murió esperándolo presa de tisis y de pena. Así que era yo entre todos mis primos el niño huérfano y de algún modo tenía que pagar mi sustento, los demás me sacaban el cuerpo por tener qué cuidar al abuelo, pero yo hacía esta labor con amor y me sentía contento de tenerlo para mi solo tanto tiempo. No me costaba ningún trabajo pasar horas y horas, contemplando al abuelo en sus estertóreos sueños.
Ño viejo, lo llamaban desde que murió su padre y él como hermano mayor, con apenas catorce años, asumió junto a su madre, la jefatura de aquella familia de nueve hermanos, un barco grande y la incipiente hacienda. Recio de carácter, no se jugaba con muchachos, era cierto, pero yo era el último vástago de su hijo desaparecido y él en secreto me prefería; muchas veces, aquel viejo, que era considerado por los otros duro y terco, se ponía de rodillas ante mí y me daba un beso en la frente agradecida del niño solo.

Desde que recuerdo he vivido de la mano de mi abuelo. Él me enseñó a navegar en el peñero,

a pescar con nasa


y con anzuelo.  A avizorar la costa, a capear un temporal, a saber cuando el cacao esta maduro, a quitar el nematodo al plátano y a buscar el ojo de agua a un coquito dorado. Mis primos le tenían miedo, apenas le pedían la bendición, como los hijos decían de él cosas terribles, yo era casi como el pobre niño, en manos de aquel ogro para ellos, pero solo yo sabía de la ternura que era capaz mi abuelo.
Yo lo conocí ya viejo, es decir, nací en la casa de al lado, cuando empecé a darme cuenta de todo, mi abuelo tenía como ochenta años, pero nunca aparentó esa edad, solo de seis meses para acá fue que se le puso blanca la mota de pelo y empezaron a debilitarse sus rodillas, lo agarró de repente, así de pronto se volvió endeble mi querido viejo; después que se fue Mary, la nieta preferida, la hija de mi tío Alejo; yo no sé que pasó, pero una mañana cuando preguntó por ella, no sé que le dijo mi tía Cárdena al oído, eso fue lo que mató a Ño viejo, se volvió mas huraño, se encerró en nuestro cuarto grande de la casa nueva, se acostó una tarde y no se levantó mas de su cama de enfermo, las hijas se encargaron de cuidarlo, ya casi no hablaba mi querido viejo.
Cuando estábamos solos en las tardes, recordaba cosas viejas y me iba contando y dando consejos, me decía - Cuando cumplas treinta años, tumba la pared de este cuarto, busca en la esquina debajo de los trebejos, enterrada en la tierra hay algo que te pertenece, pero no digas nada a nadie, éste será nuestro secreto.
En este mes y los que vienen el calor es insoportable en Barlovento. Los vientos soplan muy fuerte van desprendiendo los techos y hasta cuentan historias de remolinos de viento

que se han llevado animales y hombres tan lejos que jamás han vuelto a verlos. Cuando mi abuela vivía, me decía que ese remolino era el diablo, que arrastraba a los niños tremendos y que si alguna vez me agarraba alguno, tenía que tener a mi madrina cerca que me echara la bendición para que el diablo me soltara y no me llevara montaña adentro, yo me sentía muy seguro, porque mi madrina era ella.
Toda ojos que reían y la boca un pozo de dulzura siempre, no era celosa y sabía que mi abuelo tenía tres mujeres más y conocía a todos los hijos de ellas, ¡Abuela! de mi recuerdo no se borra aquella inmensa mole de carne negra y suave que me acunaba en su pecho y yo me hundía en él como si fuera un colchón de plumas. Mi abuela era analfabeta, pero poseía una sabiduría innata, era de Güiria,


me contaba que mi abuelo se la trajo en uno de sus viajes que hizo como marinero; pero hasta aquí vinieron sus parientes y lo obligaron a casarse con ella, porque era una princesa, descendiente de una tribu venida de África y no permitían que ella viviera en concubinato con un cualquiera, mi abuelo, era descendiente de una tribu de negros libres que llegaron a Curiepe, sus antepasados venían en un barco de esclavos,

se sublevaron y mataron a los blancos, llegaron a la costa y agarraron tierra adentro, ellos nunca fueron esclavos de nadie. Mi abuelita era suave,


mullida y con sus manos gorditas acariciaba mi frente, mis mejillas y con sus rollizos dedos iba destejiendo mis dorados chicharrones; inclinaba su cabeza grande y hermosa, recostada de un sillón; siempre estaba remendando ropa, tejiendo paños que le daba en Navidad a familiares y amigos.
Mi abuela no sabía permanecer ociosa. Muchas veces me dormí allí entre sus hermosos y calientes senos mientras ella cosía y cosía. Era en estos momentos cuando me contaba historias de sus familiares de Guinea en África y en Güiria, pero estas las voy a contar en un libro dedicado a ella.
Mi abuela me llamaba en secreto “Papelón”, porque realmente ese es el color de mi piel y mi pelo color melao. Cuando se murió, yo le cogí miedo al viento. Para haber sido un niño huérfano, mi infancia estuvo llena de cariño y amor, por parte de mis abuelos, mis tíos no me trataban mal, pero no había nada en especial hacia mí. Más bien me tenían envidia por la preferencia de los abuelos. De eso tuve pleno convencimiento cuando a la muerte de mi abuelo, me entregaron a mi abuelo blanco.
Una madrugada llegó mi tía Ernestina al cuarto donde dormía y me dijo: Ven Rubén, tu abuela te llama, tendría yo seis años, me llevó de la mano a través de los corredores y llegamos al cuarto de mi abuela, mi tía me cargó en brazos y me puso sobre el pecho de mi abuela, me acurruqué junto a ella para seguir durmiendo, sin comprender porque me habían despertado tan temprano. Mi abuela acarició mi pelo, besó mi frente y me abrazó fuertemente contra su pecho, allí me quedé dormido. Cuando desperté estaba de nuevo en mi cama y mi tía Ernestina había venido a bañarme y a vestirme. Vestía un traje nuevo gris, con mangas largas y un cuello blanco, yo le pregunté: -¿Vas a salir tía? 

Emitió un sollozo y me dijo:-No, es que vamos a velar a tu abuela 
-¿Velar? ¿A dónde? ¿Por qué lloras? 
La tía me apretó fuerte entre sus brazos, por primera vez en mi vida, me dio un beso en la frente y yo comencé a llorar, porque aquel abrazo de solterona fue el desamparo total, fue la primera vez que me sentí huérfano. Aquel abrazo me congeló los huesos, una inmensa soledad invadió mi alma.
Yo no sabía que era eso. Afuera otra tía dijo: Pobre niño, ahora si es verdad que quedó solo.
En estos meses los vientos no echan fresco, no vienen de la mar, sino más bien de tierra adentro soplan secos, calientes y a uno le da como un desespero. A nosotros nos calmaba el calor una taza de chocolate caliente,
uno que hacía la tía Ernestina con gelatina de “pata de ganao” como decía ella; sudábamos como burros, pero al rato de verdad, se sentía como más fresco el cuerpo y el aire.
Como yo me sentaba en un banquito de madera y cuero de vaca, me movía constantemente, porque el sudor que me bajaba desde la cabeza hasta las nalgas me remojaba el trasero, lo que me daba comezón y además se me dormían las piernas, por la incómoda posición.
Cada vez que me movía la madera emitía un chasquido crujiente, lo que perturbaba el leve dormitar de mi abuelo, quien alzaba, con un esfuerzo sobrehumano, el otrora vozarrón, ahora casi una queja, y me decía:
-¡Mijo quédese quieto, no ve que me espanta el sueño! ¡Usted como que tiene hormiguillo en el fundillo!
-Disculpe Ño viejo, es que se me duermen las piernas. Luego que se despertaba se incorporaba en la cama, yo rápidamente le metía unas almohadas debajo del aún musculoso torso, producto del trabajo como pescador en las costas barloventeñas y de agricultor en la hacienda de Curiepe.
El abuelo había sido un viejo sano y aún lo era, antier no más vinieron el médico, que es uno de los nietos mayores de Ño viejo,  y un compadre que es curador santero, y ninguno de los dos le encontró mal alguno en el cuerpo, pero mi abuelo, después que se fueron, me dijo en baja voz: ¡Esos lo que no saben es que a mí me llegó mi Barlovento!
Esas palabras de mi abuelo me sonaban extrañas. Yo no conocía a Barlovento que es la tierra que queda en Cúpira hasta Caucagua


pero este Barlovento de mi abuelo cómo podía una gente esperar un Barlovento.
Después que Ño viejo se lograba medio acomodar en la cama, me hacia señas para que me sentara en el colchón a su lado y entonces comenzaba a hablarme. Casi siempre hacía alusión al color de mi pelo, ya que mis rizados chicharrones eran color melaza, y mi abuelo me decía que eso era por la mezcla de razas, ya que mi mamá era hija, de un español rico y de una negra muy bonita que se entregó por amor. Un día me dijo – por ahí anda la dote de tu mamá, cien morocotas de oro me dio el papá de tu madre.


Por eso tuve yo un abuelo negro y un abuelo blanco.
A medida que oscurecía, los ojos de mi abuelo brillaban como dos gemas a la luz de las lámparas de los santos, si, porque mi abuelo tenía los ojos verdes, como el mar, como ese mar que tanto amaba y que quizás sus verdes ojos, jamás volverían a mirar. Desde unos días para acá, yo no le soportaba la mirada a mi abuelo, pues cuando me miraba con esos ojos que parecían estarse despidiendo, se me subía una lágrima desde el pecho, se me asomaba calientita a la ventana de mis ojos y descendía solitaria hasta la comisura de mis labios, donde yo absorbía la salada gota.
-Porque eso sí - me decía mi abuelo, ¡Un pescador no llora, ni que se lo coma un tiburón por dentro! ¡Déjeme dormí negrito! Para que me encuentre dormido mi último Barlovento.
-Abuelo ¿Qué es un barlovento?
Mi abuelo cerró los ojos como si estuviera buscando la respuesta muy adentro, al ratito volvió a abrirlos y con su dedo duro y calloso, levantó mi barbilla y suavemente secó la húmeda línea que mojaba mi rostro yo pensé que iba a regañarme porque se dio cuenta de mi secreto llanto, entonces me preguntó:
-¿Qué es lo que quiere saber mi enfermerito guardián?
-¿Qué es un Barlovento abuelo? Ese que usted está esperando.
-Un Barlovento es un viento, que sopla allende la mar se pasea por valles y montañas y se
vuelve a regresar, viene cuatro veces al año, pero cuando sopla caliente en los meses de Abril y Mayo, es que viene a buscar a los viejos.
Yo me paré rápido y cerré la puerta del cuarto.
-¿Qué hace? - Me dijo Ño viejo
-Cerré la puerta, para que no entre ese viento, abuelo
-¿No, mijo! Más bien ábrala para que llegue pronto, pues hace días, muchos días, que yo lo estoy esperando.
-¡Ay abuelo! Es que tengo tanto miedo, yo no quiero que ese viento se lo lleve.
-¿Miedo? No mijo, un hombre no tiene miedo, no lo deje anidar en su pecho y si alguna vez se le quiere arrimá, puede barrerlo de allí, el viento del Barlovento. Por lo menos, yo espero mi viento feliz, el último de este tiempo, que me llevará a encontrarme con Dios y mis ancestros.
Entonces fui yo el que cerré los ojos, buscando tan siquiera un leve recuerdo de la bella morena que mi madre fuera o del musculoso negro del que tanto me hablaban el abuelo y las tías cuando contaban las hazañas y memorias de los que ya se fueron.
¿Pero que va! No tenía mas que aquella fotografía en blanco y negro, donde aparecía una pareja tomada de la cintura, pero en las caras, se les habían borrado, pues la foto la tomaron con una fotomatón, en una feria de Tapipa, allá por los años treinta en la plaza del pueblo, solo se veía una falda de cretona tan ancha que tapaba las piernas del hombre y dos hermosos pechos uno de hembra hermosa y el fuerte y ancho, de los machos de mi tierra. Caras, caras no, pero me imaginaba yo la cara de mi madre como la de la virgen mulata que tienen en Carenero, o a veces le ponía la de la santa que está en la iglesia de Capayita, con mi papá no usaba mucha fantasía porque todo el mundo decía que era igualito a Tulio, el hijo bastardo de la mujer de mi tío Dionisio, decían que había salido igualito, porque cuando Engracia estaba embarazada de él, mi tío Dionisio estaba en el cuartel. Mi tía Engracia y que le agarró una rabia a mi papá que no lo podía ni ver, pero cuando Dionisio regresó no lo quiso reconocer, la mujer se fue de casa y el muchacho se quedó y lo criaron las tías al amparo del hogar.
Mi abuelo, me decía a veces – Yo creo que tu eres hermano de él pero me voy a morir con la duda, nunca lo pude saber. Pero Dionisio estaba seguro por eso hizo lo que hizo ¡Pobre de él!
Mis primos me trataban como un intruso, y a veces lograban hacerme sentir nervioso en las tardes cuando las tías me llamaban para que compartiera el chocolate caliente.
Todos mis primos y tías tenían la piel marrón oscuro. Pero yo la tenía canela y el pelo como la melaza, bien chicharrón pero brillaba al sol y me llamaban “El Bachaco”, yo a mi corta edad ya había aprendido a guardar mis sentimientos. Tenía un solo amigo y era el hijo del compadre de mi abuelo. Tenía la misma edad que yo y a los dos nos gustaba leer cuentos, que nos intercambiábamos. La amistad y unión con mi abuelo me aislaba de los otros niños de mi familia, sentía por mi abuelo la lealtad del perro fiel. Los niños de la escuela donde yo iba al tercer grado, me fastidiaban y al rato de andar con ellos me sentía fatigado y me iba a refugiar en mis libros de lectura.
Los cachetes se me ponían colorados como dos peonías. Cada vez que mis primas venían a visitar a mi abuelo, los domingos después de misa, ellas llegaban vestidas de rosado y con dos pares de crinejas en lo alto de sus cabecitas donde lucían cuatro lazos como mariposas rosas.
Eran lindas mis primitas, las morochas Rosa y Rosalía, las niñas se paraban al pié de la cama del abuelo y le pedían la bendición, el abuelo les hacía la señal de la Cruz y les pedía que se la acercaran, colocaba su mano sobre la cabecita de cada una y me hacía una señal para que yo le entregara la caja donde guardaba las monedas de cinco Bolívares, que eran de plata

y tomaba dos y la daba una a cada niña.
Las niñas me miraban con ojos afectuosos, no como los primos varones que me trataban con frialdad, además las constantes bromas y comentarios sobre el color de mi pelo, de mis ojos que eran rayados y de mi nariz fina y aguileña, mis labios gruesos y colorados, me humillaban, pero no se los demostraba, sino que yo también me reía de mi mismo; muchas veces cuando me preguntaban: - ¿Cómo te llamas? Respondía: -El Bachaco, mucho gusto. Me metía dentro de mi mismo y me iba volviendo tímido y solitario. Dada mi afición a la lectura y los conocimientos adquiridos con mi abuelo, yo sacaba mejores notas que mis primos, todos mis tíos me ponían como ejemplo cuando nos reuníamos y los muchachos me cogían más rabia. A veces no hacía el examen completo para no sacar tan buenas notas, para tratar de ser igual a los otros miembros de la familia. Me hubiera gustado tanto ser negrito de verdad como ellos.
Porque Ahora que soy mayor percibo el racismo aquí en mi país entre blancos y negros, pero es peor entre los mismos negros. Yo era como un paria, hoy día soy abogado, pero como me ha costado abrirme camino. No tengo ni un cliente negro, no porque yo lo rechace, sino porque ninguno me busca.
Ño viejo se había quedado dormido y yo no me atreví a despertarlo. ¡Dormía tan poco últimamente!
De repente abrió los ojos y me miró pensativo:
- ¿Por donde andaba el negrito, que se me fue y me dejó con la palabra en la boca?
-Abuelo ¿De verdad, usted no tiene miedo de su último Barlovento?
-¿Yo? ¡Que va mijo! Porque mientras llegaba, yo no me senté a esperarlo, más bien fui y le salí al encuentro, imagínate, ya me enfrenté con ochenta y nueve de estos vientos. Fui cosechando amores y sabios secretos que me trajeron hoy día a esperarlo tranquilo y alegre.
-Mijo ¡Oígame bien!Cuando le llegue la edad de recorrer su camino, abra sus alas al viento y procure que sea bien largo el viaje y bien hermoso su destino, échese a volar tranquilo en el raudo torbellino.
Vaya conociendo gentes, viejas y sabias, aprenda algo de ellas, le ayudarán en la vida. Vaya dejando tras su huella, amistad y lealtad, siembre semillas buenas para que coseche frutos jechos, pero tenga bien en cuenta, no vaya regando hijos irresponsablemente, los que tenga, conózcalos, críelos, cuídelos y procure que aunque vuelen lejos alguna vez, vengan a darle vueltas por el viejo nido.
Así en esta conversa abuelito y nieto nos fuimos quedando dormidos. El muchacho arrebujado bajo el pecho del anciano. Y así nos llegó la aurora y la tía con el desayuno y al rato volví a la carga, no sé porque yo estaba tan apurado.
-¡Abuelo! ¿Yo también tendré mi Barlovento? ¿Cómo es eso de esperar su último viento?
-¡Ah mijo! Eso es lo más bello que hay, ya se irá dando cuenta. Agarre su camino, mientras más lejos mejor, vaya recogiendo rosas y disfrute de su aroma, pero si un día se pincha con una de sus espinas, no se pare a contemplar la herida, regodéese en su perfume.
Trabaje Negrito, no tome la vida cómo una lucha, deje que suavemente llegue su viento, no con mano sobre mano, sino con su trabajo, contento, véalo no como un castigo del cielo, sino como una bendición para ganarse el sustento.
Haga el bien y no mucho mal, si corre y cae no se me quede acostado, que a la misma tierra que cae, ella lo ayudará a levantarse, tenga la seguridad que Eloíno, el que lo creó, nunca lo va a abandonar, aunque algo malo haga, él nunca lo va a dejá, pero eso sí, para que lo perdone tiene que rectificar. Consuele a los que estén tristes, vaya repartiendo pan, da consejo al que lo pida, visite al preso si es su amigo, y jamás aparte de su vida a su Dios y a sus santos.
Compre una bella casa y puéblela de retoños y ponga en el medio un santuario para que coloque en ella a la madre de tus hijos, como hice yo con su abuela.
Si tiene más mujeres, ámelas y respételas y vea de ellas y reconózcale los hijos para que lo respeten y lo aprecien, a ninguna le mienta.
A la patria defiéndala con uñas y dientes, tenga cuidado de los jefes que te ofrezcan villas y castillos y después someten a los hombres bajo el yugo del caudillo.
Y al final niño, cuando sienta que tu Barlovento está por llegar, entonces sí, rodeado de amores, siéntese a esperar como yo; que no siento remordimiento por lo que hice en mi juventud ya remota, se me apagaron las luces, ya la cadena está rota.
Una mañana llegaron tres mujeres negras, una gorda y dos flacas, dijeron los nombres: Ernestina, Miguelina y Antonia; las tres esperaron en la sala de la casa nueva, mi abuelo las había mandado a llamar, de Tapipa, del Clavo y de Tacarigua de Mamporal. En la mañana mi abuelito había hecho bajarle la caja donde guardaba los documentos y el dinero, me hizo buscarle tres bolsas grandes de papel marrón y colocó dentro de cada una un papel sellado, de esos del gobierno y varias pacas de billetes.
Como yo lo observaba en silencio me dijo:
- Las voy a dejar acomodadas, a cada una su casa y su plata, agradecido estoy de ellas.

 No pregunté más nada y salí. Luego vi como las señoras que estaban en la sala iban saliendo una a una de la pieza del abuelo, cada una salió llorando con la bolsa en la mano. Las volví a ver cuando velaron al abuelo y cada una se sentó en las tres esquinas del catafalco, había una silla a la derecha de la cabeza del abuelo y nadie la ocupó, dijeron que era la silla de la abuela, que fue la esposa. Ese día conocí a trece hijos del abuelo, que eran tíos míos.
En el velorio hubo caldo, carne, sopa, yuca, casabe, aguardiente y agua de coco, unos jugaban barajas y otro dominó y hasta el negro Juango tocaba su curubaja, mientras José Miguel y su padrino Donato se acompañaban bajito con el Mina y el tambor.
A las tres de la tarde llegó el compadre santero de mi abuelo, con el venía una negra bonita y joven que traía dos palomas blancas y un pichoncito en una jaula de bambú.
Mi abuelo me mandó a llamar a mi tía Ernestina y nos pidió que nos quedáramos en el cuarto para observar el rito de despedida del alma. El Santero, que se llamaba Vicente, retiró las sábanas de encima de mi abuelo y sacó varias ramas que tenía en una mochila, le quitó la blusa de la pijama y los collares que usaba, tomó el pichoncito que le pasó la joven, lo abrió por la mitad vivo y lo colocó piando y pataleando aún, en el centro del pecho de mi abuelo. Dijo unas oraciones que yo no entendí y montó la paloma sobre la cama, la cual paseó por encima del cuerpo de mi abuelo, luego voló por el cuarto. El señor Vicente abrió la ventana y la paloma blanca se fue volando; a la otra paloma blanca la guardaron para adentro de la casa, el señor agarró los collares y las prendas de mi abuelo, me dio una sortija a mi y una cadena a mi tía Ernestina, lo demás lo metió dentro de un pañuelo rojo y le dijo a mi tía; - Métaselo en la caja.
Después se despidió y mi tía se puso a lavarle la sangre, a las cinco y media de esa misma tarde llegó el cura de Capaya, que es nieto de mi abuelo, vino a untarle los Santos Óleos;también presencié esta ceremonia, ¿que diría aquel sacerdote con negra sotana, alba blanca y una cinta morada que le atravesaba el cuello y el pecho como bufanda, velas, inciensos, aceite, campanillas y hostias? 

En la penumbra de la habitación las sombras comenzaron a moverse, tengo la sensación de que vimos más sombras de las que habíamos rondando alrededor de la cama donde mi abuelo expiró esa tarde, justo a la hora de Ángelus.
A las seis y cuando abrieron la puerta entró una ráfaga de viento caliente, suave que olía a mar.
Yo vi con estos ojos como salieron todas las sombras con el aire. En mi pecho se acunó hasta ahora un desconocido sentimiento, así se fue Ño viejo detrás de su Barlovento.
Vino mi abuelo blanco y tomó mi bolso en su mano izquierda y con la mano derecha tomó mi mano y me llevó hacia el carro que estaba parado en la calle. Cuando llegué a la casa del abuelo blanco, los primos me mostraron como cosa rara y una de las hermanas de mi mamá dijo:
- ¡Ah! Ese muchacho no es ni blanco, ni negro, ¿Irá a ser ladrón el vagabundo ese?
Ellos no pudieron ver una lágrima en mi cara, pero por dentro les eché unas maldiciones de los marineros, en ese momento me juré a mi mismo ser alguien en la vida. Me dieron el cuarto de huéspedes, trajeron a una señora negra para que me atendiera y me inscribieron en una escuela pública, pues no me iban a aceptar en ningún colegio. Mi vida hasta los trece años la pasé acompañado de sirvientes, no compartía con la familia, solo en Diciembre que mi abuelo me llamaba para darme un regalo. Ese último me dio un reloj y un pasaje para España donde estudié para abogado.
Aquí estoy, con un pico y una pala he tumbado la pared del cuarto del abuelo, justo debajo de los trebejos encontré mi tinajo con el regalo que me dejó mi madre, cien monedas de oro. Me salí, fui a la ferretería, compré cemento y arena y volví a enterrar el tesoro en aquella casa donde una vez no sé si fui feliz. Pero allí la enterré con mis recuerdos y a lo mejor me venga aquí a esperar entre sus ruinas mi último Barlovento.
¿Tendré yo un nietecito que me ayude a esperar mi último Barlovento?
-¿Tía, se supo algo de papá?
-Hace diez años soltaron a tu tío Dionisio, estuvo preso por lo de Tulio, ¿Entiendes? Hace dos meses murió. Lo que son las cosas de la vida, Tulio fue quien tuvo que encargarse de todo.

FIN

MIS PINTURAS