GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS

24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE. REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909 MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA 03/2010

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jueves, 14 de abril de 2011

MI TÍA ERA FRESCA COMO EL MAR ADAPT. DE GLADYS LAPORTE


YO TENÍA UNA TÍA LA MAR DE FRESCA
Este cuento es de mi amigo Juan Francisco  “Panchito” el me refirió varios relatos de los que aparecen aquí y yo los adapté a la niña de mis cuentos. Le pedí permiso para contar las anécdotas y el me dijo que con tal que no salieran los verdaderos nombres de su familia, no había problema, pero lo leyó en borrador y le gustó mucho, se rió de verdad.
 PANCHITO ESTO FUE LO QUE TE PROMETÍ, UN POCO TARDE PORQUE YA NO ESTAS PARA VERLO PUBLICADO        
Yo tenía una tía la mar de fresca, el marido un viejo obrero y borrachón, no era malo; por lo menos no le pegaba, pero todos los años la preñaba. Mi tía tenía once muchachos vivos como decía ella porque se le habían muerto dos al nacer, pero es que todos los diciembres cuando mi tío Leovigildo agarraba los aguinaldos, iba a la tienda y compraba un colchón matrimonial pues el del año anterior estaba todo meado de muchachos. Eso era como el doce o el trece de cada diciembre que el tío Leo silbaba y mi tía bajaba del cerro y se montaban el colchón en la cabeza para llevarlo para la casa, pues el camión que lo traía de la tienda lo dejaba en la pata del cerro. Mi tío adelante, con unos palitos de más muy alegre y mi tía atrás, entre los dos subían el colchón en sus cabezas. La gente del barrio decía:
-Esta noche Leovigildo preña a Lucrecia.
Yo tenía un amigo: Pedro Peñón, que siempre repetía esto y yo le decía:
-¡Cállate Pedro! Que a una señorita no se le dice eso.
-Pero es verdad Margarita, todos tus primos cumplen en Septiembre, por eso es que la gente lo dice.
-Pedro, eso a mí no me interesa, cállate la boca “lengua de hacha”.
Una vez el tío Leo, cayó enfermo y mí tía tuvo que llevarlo al Hospital Vargas para que le operaran una hernia. En el Hospital le dieron una lista de implementos que tenía que llevar y entre las cosas que le pedían, exigían dos piyamas de hombre, dos toallas de mano, una bata, dos interiores y otras cosas. Mi tía, la pobre, consiguió la bata prestada, pero ¿Piyama? Eso no lo usaban los hombres pobres del barrio, así que decidió sacárselas fiadas al cotero.  Mi papá si usaba piyamas y una bata de satén carrubia, pero  estaban guardadas en el último cajón del escaparate, estaban allí, esperando su regreso. Además, tenía pantuflas y unos lentes para leer en el recibo de la casa, pero eso no podía prestarse. ¡Era sagrado, era de papá!
Antes, por los barrios de Caracas iban los turcos vendiendo telas, ropas y otros enseres, los dejaban a crédito y se pagaban por cuotas. Mi madrina que se las daba de fina decía:
-Llegó “el cuotero”
Pero las demás gentes los llamaban “los coteros” o “el turco”.  A mi mamá no le gustaba comprarle a los turcos, ella detestaba un fiao, pero a mi abuelita le fascinaba. Sacaba sus cortesitos de cretona y de warandol, tres metros por diez bolívares, ella reunía varios para llevarles a las sobrinas de Montalbán. También compraba su “quintico” de lotería y a veces se ganaba hasta cinco bolívares Mi abuela siempre tenía “su mono”, a ella salí yo; que si me venden la Catedral de Caracas con todo y plaza Bolívar, las compro fiadas. Yo, “no despinto la cría” de buena venezolana.
Cuando el martes vino el turco Jabibi, mi tía le dejó fiadas los dos piyamas y las toallas de manos. Entre todo eran cincuenta bolos, pues mi tía le dio diez bolívares de entrada y el cotero se quedó satisfecho y le dio su recibo azul. La piyama era fina, diez bolívares era un realero, era la paga semanal de un carnicero, que ese era el trabajo del tío Leo. Mi mamá y mi tía me obligaban a llamarlo tío Leo, pero a mi ese viejo no me gustaba, porque él me tocaba las nalgas y en el Año Nuevo, ese viejo asqueroso me abrazaba durísimo y me besaba el cuello para darme el “felizaño”.
¡Bien hecho que se murió!
Cuando falleció, mi tía me dijo:
-¿Pipiola no vas a darme el pésame, por la muerte de tu tío Leo?
-¡Ay tía, Dios me salve!  Pero tú sabes que yo no soy hipócrita, si te llego a decir algo, es que te felicito tía, porque saliste de ese “castigo”.
Mi tía bajó tristemente los ojos; asintió con la cabeza y no me dijo nada.
Pero antes de morirse, al tío Leo lo llevaron a operar al Hospital Vargas y allí estuvo muy orondo paseándose con su bata y sus piyamas Un domingo en la tarde lo fuimos a visitar. Mi abuela le hizo una gelatina de hoja con jugo de naranjas y en la puerta del hospital compramos uvas y manzanas. Pues mondo y lirondo el señor se paseaba, presentando sus familiares a los demás compañeros de sala. Y andaba con los piyamas. El pobre murió de tétanos, ocho días más tarde. ¿Y que iba a hacer mí tía con esa ropa y esa cuenta?  Entonces agarró los piyamas, los lavó y los planchó y les colocó el cartoncito de la marca, lo mismo hizo con las toallas. Cuando vino el cotero a cobrar, mi tía le devolvió la ropa diciéndole:
¡Ay, Jabibi! El señor se murió y no llegó a estrenar los piyamas y mucho menos las toallas ¡Lléveselas por favor! Porque no voy a poder pagárselas.
El árabe se puso bravísimo y empezó a insultar a mi tía en su lengua enrevesada, así como escribía, de atrás para adelante. Yo no sé como podía hablar al revés. Mi tía esperó a que se calmara y le dijo con su voz suave y educada:
-¡Ay, pero Jabibi, si sales ganando! Te puedes quedar con los diez bolos de entrada y además te llevas la mercancía nuevecita,
Ahí el árabe cayó en cuenta y sonrió, peló sus ojitos de Judas de Catecismo Popular y agarró su ropa, dándole las gracias a mi tía y seguro que estaba pensando:
-“Le robé diez bolos a esta pendeja venezolana”, porque así son los “musiues” de cualquier parte, creen que nosotros somos más bobos que ellos, porque nos venden las vainas bien caras. Fiadas, sí, pero luego “les cuesta una bola y parte de otra” para cobrarnos, bueno, si llegan a cobrarlas. Si no me creen dense cuenta de todas las personas que deben en este país, Cuando la hija mayor de mi tía Lucrecia cumplió sus quince años, mi tía “botó la casa por la ventana” Fue en Septiembre y como todos los hijos cumplían más o menos en los mismos días, decidió celebrarle el cumpleaños a todos, por lo menos una vez en la vida.
Mandó a llamar a Armando Trampas para que le diera una “lechada de avestina” a la casa, mandó a encementar el jardín para poner las mesitas y sacó un picot fiao y un Juego de fumoir, además una nevera Frigidaire y una cocina a kerosene con horno. Cada una de estas cosas las sacó en tiendas diferentes y en cada casa comercial dio la cuota inicial que era veinte bolos, según el artefacto. La fiesta fue por todo lo alto, hubo desde el Vals de Viena, que yo saqué escondido de mi casa, hasta “Cabeza de hacha” que era el disco prohibido, pero todo el mundo lo compraba y lo ponían bajito en las casas. Para Marzo ya no quedaba un solo “coroto” de estos en la casa de mi tía, pues de las Compañías los habían venido a buscar porque tenía muchos giros atrasados, por eso es que mi abuela decía:
-¡Ay que ver que tu tía “es la mar de fresca!”
Yo me la pasaba en la casa de mi tía Lucrecia, porque ella cocinaba muy sabroso, con una papita, un ajo y una greñita de sal, hacía una sopita deliciosa, En cambio mi abuelita no sabía cocinar, mi abuela era la persona más buena y dulce del mundo, pero eso no le servía para nada a la hora de hacer la sopa. Ella bendecía el agua y le suplicaba a la Macarena, que se la aliñara, sin embargo la sopa quedaba gris como agua de fregadero y los fideos le quedaban gordotes como espaguetis aventados. ¡Eco! Yo ni a palos me comía esa sopa, mi abuela se ponía celosa, porque yo le decía:
-Mi tía Lucrecia, sí que sabe cocinar sopa.
Entonces mi abuela con su racismo, me decía: Mira negra mojina vete a vivir para allá y que ella  te de de comer.
Ese era el único defecto de mi abuelita, que de vez en cuándo me sacaba a relucir el negrito que llevo en la sangre, siempre me decía “Mi Zamba”.
Mi tía era una señora que siempre vivió “pelando” como dicen ahora; con esa muchachera y viuda para completar; nunca le alcanzaban los reales. Pero una vez hace ya unos cuantos años, vino una crisis, como esta de ahora, que “nos la vimos y la deseamos” para no morirnos de hambre. Había que hacer colas para comprar “el ñere ñere con pan caliente” así llamaban a la “cesta básica”.
Teníamos que levantarnos de madrugada para hacer unas colas del “quinto patio” igualito que hoy en mil novecientos noventa y tres. A un pobre le “costaba un ojo y parte de otro”  conseguir los “Churupos” de la “Papa”. Figúrense que conseguir diez bolos, era tanto como conseguir treinta mil bolos hoy día, sinceramente, sin que me quede nada por dentro, de verdaita, si lo sabré yo que era quien vendía las arepas y hacía los mandados del vecindario. Yo sabía qué comía cada familia de mi barrio.
El mercado quedaba cerquita de la iglesia. El padre Maguregui desde el púlpito decía que toda la familia tenía que ir junta a la misa, “pues el que reza unido, permanece unido” pero eso lo decía el cura porque él no tenía que hacer la cola para comprar el maíz y el papelón para hacer las arepas y el guarapo. En esas colas, se gozaba un puyero, porque la gente se ponía a hacer chistes sobre la carestía de la vida y otras veleidades. Muchas veces llegaron los de la Seguridad Nacional y se llevaron a varios hombres presos, porque y que “estaban conspirando contra el gobierno”.
Un kilo de carne costaba dos cincuenta, igual un pote de Leche grande Típ Top o Reina del Campo, Klim o June Dairy. Un paquete de café Fama de América, costaba dos bolívares y una panela de papelón tres reales, caraotas, maíz y azúcar a un bolívar el kilo. ¡Bicho!  ¿Sería que nos íbamos a morir de hambre? Cuando yo oía esto, volteaba a ver a mi abuela y le pelaba los ojotes, como preguntando y ella me contestaba:
-¡No mija! “Dios es grande y el que da la llaga, da la medicina”.  El no permitirá que nos muramos de hambre.
Aún conservo esa fe que me inculcó mi abuelita.
A los niños no les vendían comida, pero nos llevaban para cuidar las diferentes colas, para salir más temprano, pues cada vendedor tenía uno o dos productos apenas y las colas eran interminables. En mi casa éramos cuatro, mi mamá, mi tío Tiberio, mi abuelita y yo que nos parábamos enfrente de cada puesto de mercado. A la gente le vendían un solo kilo de cada producto. ¿Pero que hacíamos nosotros que vivíamos de hacer arepas y hallaquitas?  Mi mamá cómo era tan bonita, tenía un marchante que le vendía dos kilos de maíz disimulado en una bolsa marrón para que los de atrás de la cola no se dieran cuenta.  Además había que meter el dedo en un frasco de tinta indeleble como cuando se votaba, mí mamá doblaba el meñique y hacía que lo metía en el frasquito, pero no se manchaba, entonces se venía para la cola donde yo estaba y allí compraba otro kilo de maíz y un papelón. Lo mismo hacían mi tío y mi abuela en sus colas.  ¡Ah! Me dirán ustedes ¿Y como hacía tu tía con tanto muchacho? Pues mi tía era muy fresca, ya se los he dicho antes, ella se llevaba su muchachera y se paraba enfrente de un kiosco y pedía su despacho, el hombre le entregaba el maíz y el papelón y uno de los hijos de mi tía los tomaba y se iba “hecho el bolsa” entonces mi tía se quedaba allí esperando, el hombre le decía:
-¿Que espera señora?
-¡Que me despache!,
-¿Bueno y yo no le di ya su maíz y su papelón? ¿No fue ese que agarró el muchacho?
-¿Qué muchacho? ¿Qué muchacho? ¡No sea abusador que yo no tengo ningún muchacho! ¡Despácheme mi maíz! Que “yo no le pago con chapas”
Y el pobre hombre entre dudoso y avergonzado le entregaba su otro kilo de maíz a mi tía y ella muy fresca le tiraba el bolívar en el ventanuco del puesto y con la cabeza muy en alto se marchaba, para otra cola donde tenía otro muchacho.
Mi tía cocinaba divino y a mi me encantaba hacerle los mandados.  A veces cuando yo iba para su casa mí tía me decía:
-Pipiola, anda a la carnicería y me compras dos bolívares de pellejo para el perro, pero que le pongan carnita.
-¿Para que perro tía, si tu no tienes perro?
-Cállate la boca, muchacha “boca floja” y anda a hacerme el mandado.
Yo me iba a hacer el mandado y le decía al carnicero:
-A mi tía que le mande dos bolívares de pellejo para el perro, pero que le deje alguna carnita, porque ese perro es muy delicado.
El carnicero sonreía y me daba aquel bojote de pellejos con carnita para el “perro invisible” de mi tía Lucrecia.
Mi tía agarraba aquel poco de pellejos y los lavaba con Jabón azul y los enjuagaba bien, después les echaba bastante limón y sal y los adobaba con comino y orégano orejón; al rato lo guisaba con tomates, cebollas y ajos y con manteca onotada, en la tarde nos servía un plato de arroz blanco con su corona de “pellejos guisados”, los muchachos nos relamíamos de gusto por lo sabroso que quedaba, así fue que yo aprendí, para hacer “mis guisos” ahora.
Hubo una cosa que yo aprendí solita, y fue a cizar; que es cometer hurtos en las compras, según el pequeño Larousse, pero es que a mí todo el mundo me pagaba los mandados, pero mi tía, a cuenta de familia no me pagaba ni una triste puya. Pues bien, como buena criolla me cobraba “mi comisión”, cuestión que duró hasta que el bodeguero le contó a mi mamá que por qué sería que yo siempre compraba todo menos una locha. Como  siempre mi mamá me dio mi consabida paliza y la abuelita me mandó a confesar con el cura, porque yo era una ladrona El cura me dijo:
Eso no es robar se llama cizar, vas a decir, diez Padre Nuestro y treinta avemarías y el próximo viernes a la clase de catecismo me traes una plana de cien líneas que diga:
-No debo cizar jamás.
Como el cura era español, me dijo cizar, así con zeta, pero siempre he presumido de mi buena ortografía.  Le hice cincuenta líneas con cizar y cincuenta con cisar, por si acaso. A veces me digo:
-¡Quien pudiera ponerle esa plana* a todos los corruptos!


*Plana o caligrafía: Lineas que debemos escribir repetidamente. Casi siempre las colocan en el colegio parea mejorar la letra . Otras veces como castigo. Emblemáticas: escribir 100 veces 
No debo molestar en horas de clase, No debo hablar en horas de clase   y otras por el estilo


SITIO WEB DE LA IMAGEN: http://angelesquintero.blogspot.com/2010/06/relacion-con-la-pijama.html

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