Desde siempre lo conocí y lo amaba entrañablemente, amaba a mi abuelo; con un amor distinto al de mi abuela. Me contaba unos cuentos raros, sin pies ni cabeza, eran mas que cuentos; como ejemplos de cosas.
Todos los años íbamos a visitarlo a Valencia, donde vivía en una casa antigua, que se caía a pedazos, quizás como él se estaba cayendo, la casa cayó primero, el se sostuvo cien años en sus piernas de torero.
Convivía con otros ancianos amigos suyos, que eran muy pobres y todos medios locos. La comadre María del Carmen, la madrina de mi mamá, era una negrita delgadísima que Dios sabe como se sostenía en aquel par de canillitas, era la dueña de la casa y tenía dinero, además cobraba el alquiler de las habitaciones, pero cada vez que nos veía montaba una llorona, de que se estaba muriendo en la miseria, a lo mejor creía que nosotros le íbamos a pedir algo, nos causaba mucha gracia aquella viejecita avara con cara de bruja de cuentos, tenía el cuarto tapizado con puros suplementos de comiquitas y a mi me encantaba entrar a leerlas pero ella me andaba detrás, cuidando que no le fuera a robar algo.
La señora más joven tendría como sesenta años y era la que cuidaba de todos, ella se vestía y se arreglaba todas las tardes para esperar a su novio que llegaría a buscarla, éste había muerto hacía más de cuarenta años, tenía un hermano viejito también que no se levantaba de la cama y ella amarraba a un gran perro a la pata de la cama y el animal lo rodaba por toda la casa. También estaba una viejita que cocinaba, había sufrido una apoplejía y la boca le quedó torcida, mascaba chimó y se le escapaba la baba y le caía en la comida, mi hermana se moría del asco pero yo me comí una hallaca preparada por esta señora. ¡La candela mata todo!
Mi abuelo tenía muy buen humor y una risa fresca y alegre, siempre relatando historias de sus viajes por los siete mares y le alegraba la vida a aquellos seres que se movían como fantasmas en aquella casa lúgubre.
Me contaba cosas y más cosas y mi abuela decía que eran mentiras. Que había peleado con piratas, patas de palo, sombrero, garfio, mar tenebroso y bravo, botín, oro y plata, perlas, islas, matas de coco, alcatraces, gaviotas. ¡Así eran los cuentos!
Me narró que a muy corta edad se incorporó a las tropas del general Crespo que éste lo llamaba “El Sute Nicolás”. Que andando con la montonera entró a la finca de los padres de mi abuela en Montalbán y que mi bisabuela los atendió muy bien, que le preparó un cuarto al general y a la tropa le proporcionó agua, jabón y toallas para que se bañaran y mandó a matar un becerro y les dio frutas para que comieran, esto salvó a la hacienda de que no la saquearan y que no se llevaran a los peones para la guerra, las mujeres estaban todas escondidas en un agujero subterráneo; especialmente preparado, bien lejos de la casa, por temor a los soldados.
Que mi bisabuela tenía a una nenita de meses en una cunita y al verla le dijo:
- ¡Señora, guárdeme esa niñita para casarme con ella cuando yo regrese, porque va a ser tan linda como su madre; esa era mi abuelita.
Veinte años después volvió al pueblo y conoció a la linda señorita; saliendo de la iglesia, en unas fiestas patronales el ocho de diciembre. El estaba en la plaza con un carromato vendiendo jarabes y pomadas maravillosas y sacando muelas y afeitando a los pobladores; por las tardes presentaban un espectáculo de teatro de títeres, con unos artistas que andaban con él.
Fue preguntando donde vivía la muchacha y llegó a la casa de mis bisabuelos y reconoció a la señora que los había ayudado, les pidió la mano de la joven para casarse con ella pero mi bisabuelo se negó rotundamente porque el era un vendedor de pomadas y sacamuelas; es decir un saltimbanqui y su hija era una señorita pueblerina, sí, pero de la crema y nata de la sociedad. Rápidamente se puso a enamorar a mi abuela y ella decidió casarse con él, aún ante la oposición de su padre, la madre solo quería que su hija fuera feliz pero el señor no la dejó asistir al matrimonio, que se celebró en la iglesia del pueblo, representada por su padrino, el mismo diciembre, a todo esto mi abuela dijo que era verdad menos la descripción de la ceremonia eclesiástica, que mi abuelo nos contó que había sido como de una princesa y que el cura los había unido con un rosario gigante, mi abuela dijo:
-Esa parte es mentira porque fue una boda sencilla con muy poca gente, además era adviento y no se permitía mucho lujo. El padre nos hizo el favor de casarnos porque me quería mucho y antes de que me fuera contigo sin casarme, lo hizo.
Me contaba historias de su vida de marinero, que años después de la guerra comenzó su vida de viajero del mundo, se fue en un barco como pinche de cocina, sudor, noches de vómito, mareos, pesca de langosta, olor de camarones hirviendo, barcos de paseo, viajeros asustados y contentos. Anduvo por Europa, francachelas en los puertos, mucho vino, mujeres y canciones, peleas entre marineros.
Asia, mucho cuidado, nada de alejarse del puerto, no se entiende la lengua, hombres traicioneros, nada de mujeres también traicionan. África: velos, mantas, turbantes, danza del vientre, sudor olor a pimienta y especias.
América: no hay tierra como esta, las gentes buenas, atentas, amables, mujeres hermosas, brindadas. Hijos desconocidos en alguna parte. En España, toros, mujeres, vino y canciones, la Alhambra, ruedos de arena ensangrentada. Allí conoció a Rubito; un gran torero venezolano con él se hizo torero y se vino en su cuadrilla como banderillero. Fue apodado: “Bombita” Pica, banderilla, capote, muleta, traje de luces plata y esmeralda, la tizona, la montera, la coleta.
Se acostaba en la puerta del toril a esperar al toro, que a veces le pasaba por encima o a veces se agachaba a olerlo, también banderilleaba arrodillado o sentado en una silla, era loco como yo mi abuelo Bombita.
Le preguntaba:
- Abuelo ¿No tenías miedo al hacer esas faenas? y me contestaba:
-El miedo es algo intrínseco en el hombre y la mujer, es un deseo de supervivencia, te digo que sin el miedo la raza humana no sobreviviría. El miedo nos mantiene alerta y atentos al peligro, pero hay que aprender a superarlo, después que has efectuado ese acto muchas veces adquieres seguridad en ti mismo y sabes cómo reaccionará el toro, ya no sientes desconfianza. El que siente aprensión siempre, no vive, vegeta. Hay que arriesgarse y ser valiente, pero no hay que tener miedo de sentir miedo.
-¿Y alguna vez quisiste huir de un toro?
-De un toro jamás, de la gente si, hubo una vez en España que triunfamos y a la salida bajó tanta gente que casi nos ahogaban con los apretones que nos daban, me dio un ataque de pánico y quería convertirme en pájaro para volar de ahí, recuerdo que me desmayé y me sacaron en brazos de la plaza.
-¿Abuelo que libro es ese que estás leyendo?
-Es de Historia Universal, pues para uno saber de donde viene, tiene que estar enterado de lo que pasó en el mundo antes que uno. La persona necesita conocer el pasado, para vivir el presente y prepararse para el futuro. Tengo poco estudio académico, pero he aprendido en la vida y leyendo todo lo que cae en mis manos. Para ser sabio hay que leer muchos libros.
Aprendió a hablar en siete lenguas y dejó hijos en varios continentes.
Bailaba pasodobles conmigo maravillosamente.
Era flaco como Don Quijote, quizás tendría unos ochenta y siete años, (cuando conversaba conmigo) de color trigueño, zambo, tenía una nariz grande y gruesa, los labios gruesos y grandes y los dientes perfectos, blanquísimos, se cepillaba con las hojas de una planta llamada salvia, el pelo completamente cano y era ágil como un monosabio, caminaba con gran donosura de torero, siempre como si estuviera iniciando el paseíllo, mi abuela decía que había sido muy buenmozo y que las mujeres lo perseguían.
Todos los días de vacaciones cuando venía a mi casa de los Totumos; me sacaba a correr por la mañana y en la bajada iba lanzándose peos y se reía que a cada paso ¡Prrr! ¡Prrr! y los contaba: Uno, dos, tres…cuatro y su risa se perdía en la mañana soleada, llena de gente, yo me reía con él; me contaba que los chinos no se tiraban peos ni eructaban porque consideraban que con ese aire que salía del cuerpo se les salía un poco de alma; (ahora que soy vieja, también me los tiro y no me da pena. ¡Prrr. Prrr. Prrrrrr! Si eso que dicen los chinos fuera verdad ya estaría muerta hace rato con el montón de peos y eructos que me he tirado en la vida) Cuando regresábamos, caminaba lentamente y me decía:
-Hay que caminar sin prisa, para ver el paisaje y disfrutar de él, además redescubrimos las casas, las vías de nuestra ciudad, siempre hay algo nuevo dentro de la monotonía de una calle. En una ventana puede aparecer una gata o un perrito y una señorita solterona peinándolo, entonces le inventamos una historia y ¿ves? Ha cambiado la concepción que teníamos de esa calle.
Todos los hijos le salieron toreros y la hija bailaora de flamenco.
Tenía dos hijos pequeños un niño de doce y una niña de diez. No podía negarlos, eran igualitos a él. Los había engendrado a los setenta y ocho y ochenta años.
Les enseñaba inglés, frases de famosos y poemas a los niños y los hacía repetir delante de los circunstantes, estaba muy orgullosos de ellos. Conmigo conversaba y me contaba cosas pero nunca trató de enseñarme algo conscientemente, me hablaba con ejemplos.
Cada vez que dialogaba con él, le preguntaba cosas del mundo y me las respondía muy serio.
-Abuelo, ¿Cómo son los árboles de manzana?
-Preciosos- me contestaba- son verdes como todos; pero tienen esas pomas rojas, verdes, amarillas y rosadas, con unas flores que parecen de papel. Los conocí en la Argentina, así mismo tienen las mejillas las muchachas. Cuando uno va a los sembradíos el perfume lo emborracha.
-Abuelo, ¿Es verdad como dice mi abuela que no debemos amar el dinero ?
-Es dinero es parte esencial de la vida, debemos tenerlo para vivir bien, lo que no tendremos es demasiado apego a él. A mi el dinero se me va así como llega a mis manos. Hago magia con él, le doy a los que necesitan y regresa a mi el doble de lo que he dado. Es para invertirlo. Pero no para guardarlo.
-Abuelo, ¿Tu rezas?
-Si, no soy muy religioso, pero nunca me olvido de Dios porque el nunca me ha abandonado, rezo al levantarme, al acostarme y al salir de mi casa. Y rezaba cuando iba a torear y nunca me cogieron los toros.
-Abuelo, ¿Tu lloras?
-Si, he llorado varias veces en la vida, pero a escondidas, pues tu sabes lo que dicen que los hombres no lloran, cuando murió mi hijo Alcides, cuando se desbarató mi hogar, cuando tenía una tarde de toros mala, cuando han muerto mis familiares y amigos y también he llorado en el cine ante un película triste.
-¿Es malo enamorarse?
-Es lo más bello que tiene el ser humano y no solo enamorarse de otra persona, sino vivir enamorado de la vida y de todo lo que la rodea. Yo por lo menos me he enamorado unas mil veces o más.
-Abuelo, ¿Por qué mi abuela dices que tú eres loco?
-Porque he hecho muchas locuras en mi vida, pero no me arrepiento de nada he vivido feliz haciendo lo que me ha dado mi gana.
-¿Quién te hubiera gustado ser?
-Yo, siempre yo, jamás he querido ser otra persona.
Me dijo que el fue barbero y sacamuelas del general Juan Vicente Gómez, que el presidente lo apreciaba mucho porque cuando le sacaba los dientes no le dolía, porque lo hipnotizaba.
-Abuelo ¿Cómo es el mar? Solo lo he visto en los libros de mi papá.
-Es ancho, grande, salado tiene mucha agua azul y moja. Nací cerca del mar en Puerto Cabello. Desde pequeño quise corretear por sus aguas. Un día te voy a llevar para que lo conozcas, sus aguas son tan quietas que parece un lago. Hay peces, caracoles, erizos, corales, algas, piedras arena, sol y agua.
-Abuelo ¿Cómo se sostienen los barcos en el agua? Mi barquito siempre se hunde en la ponchera.
-El Dios Poseidón Rey de los Siete Mares, con sus manos los sostiene y los guía. Uno lo siente más en las noches de tormenta, se pueden ver sus enormes dedos que agarran los barcos, como si fueran de papel.
-Abuelo ¿Por que matan a los toros los toreros? ¿No te da lástima?
-Es la culminación de la Fiesta Brava, no sabría decírtelo con certeza, yo personalmente no los mato, solo les pongo las banderillas que es un acto muy arriesgado, uno se enfrenta al toro, sin capote solo con el par de palillos adornados. Es una suerte para valientes. El toreo es un arte y es la demostración del triunfo de la inteligencia y el valor sobre la fuerza bruta, para enfrentarse a un toro hay que tener cojones.
-Abuelo ¿Y al toro no le duelen los aguijonazos de las banderillas y las puyadas de los picadores?
Picadores, caballos, capotes, muletas, sangre, dolor, palitos de madera, clavos, papeles de colores, olor de la pega.
-Abuelo ¿No crees que al toro le duela?
-No le duele, no lo creo, solo lo estimula para embestir con más fuerza, no le duele al toro, te lo aseguro.
Me decía esto para que yo no sintiera lástima por el toro, pero estoy segura que sí le duele, el toro es de carne y sangre y músculos y tiene corazón, debe tener cerebro que piensa y guarda rencor, porque que lo puyen a uno, eso duele, como un golpe que te da tu mamá, duele un instante, pero el rencor queda.
-Abuelo, ¿Qué hacen con los toros cuando los matan?
-Se los dan al carnicero para que reparta su carne entre los pobres.
-Abuelo ¿Tu comías de esa carne?
-No, los toreros no comemos de esa carne por vergüenza, porque ese toro nos ayudó en una tarde de lidia a realizar la faena más grande de la vida. Porque cada tarde de toros puede ser la última de nuestra vida. Tenedores, cuchillos, platos, ruedo de arena ensangrentada, rabos y orejas que dan la vuelta al ruedo, montera, patas, claveles, rosas, sombreros y hasta pantaletas, todo queda reducido a un plato de carne con sal.
Por voluntad propia se asiló en un ancianato y allí estudió y se graduó de sexto grado. Caminaba y quería correr a los cien años, pero cayó una tarde en los pisos encerados y allí se fue a conocer nuevos rumbos el soldado- marinero-torero-dentista- barbero-saltimbanqui. Mi amado abuelito fue a sacarle las muelas a los angelitos y a afeitar a San Pedro y San Pablo y quien sabe si la chiva de Dios mismo.
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