o me decía que iba a venir un presidente que se ocuparía de los pobres pero que iba a ser muy odiado por los ricos.
¡Abuelita, abuelita, cuéntame un cuento!
Este ruego se oía todas las noches en mis días de infancia, antes de irme a la cama y mi abuelita pacientemente comenzaba:
-Había una vez, en un país muy lejano...
-Abuelita, ¿Qué es un país?
-Bueno, es una tierra, un pueblo grande, donde viven gentes y animales y hay ríos, montañas y puentes-
-¡Ah! Entonces ¿Es como esto, donde vivimos?
-¡Si, mi amor igualito!
-Y, ¿Qué es lejano?
-Bueno, este...lejano es que queda por allá, donde no se puede ver desde aquí. Como Montalbán. ¿Te acuerdas donde queda Montalbán?
-Sí, hay que caminar mucho para llegar allá, la verdad es que es bien lejano.
-Pues bien, en ese país habitaba un rey...
-Abuela, ¿Qué es habitaba?
-¡Ah, no! ¡Ya basta! Habitaba es que vivía, pero deja de preguntar y permíteme contarte el cuento. Que ya es muy tarde y me estoy muriendo de sueño.
-¡Si, está bien, cuéntame el cuento!
Esto lo disfruté yo solita como hasta los siete años, porque después lo compartí con mis hermanitos. Pero a medida que pasaban los años, mi abuela iba perdiendo la memoria
Y cuando le rogábamos:
¡Abuelita échanos un cuento! empezaba:
-Había una vez un hombre muy chiquitico... zzzzzzz y se quedaba dormida.
Entonces mi hermanita se le montaba en el pecho, le abría el párpado y le decía:
-¡Abuela! ¡Te volviste a quedar dormida!
Entonces abuelita continuaba:
-En esa gran sala se estaba celebrando un baile...
-No, ese no es, es el de Pulgarcito el que nos estabas contando.
-Bueno déjenme ver- decía mi abuela medio dormida- ¿Por dónde íbamos?
Porque abuelita al igual que Sherezade. Nos contaba un cuento diferente todas las noches, desde la creación del mundo hasta vuelos espaciales ¡Claro! sin cohetes ni naves, pero con imaginación y amor, íbamos a la luna y a las estrellas en el barco de nubes de mi abuela. Ella alargaba todos los cuentos como los de Las Mil y Una Noches
Así Cenicienta no asistía a un solo baile, sino que iba a ocho y ojalá el diseñador de modas más famoso, hubiera oído acerca de los modelos que mi abuela le preparaba a la princesa. Ni la princesa de Inglaterra se los ha puesto iguales.
La capas de la falda de un vestido, por ejemplo, cada una era de nubes de arreboles con los siete colores del arco iris, los encajes eran de espuma blanca del mar, los botones caracoles, las ondas olas azuladas, en el pecho todas las princesas llevaban ramos de campánulas azules; porque esas eran las flores preferidas de mi abuela, las cintas del lazo se la amarraban dos mariposas de oro que a medianoche cobraban vida y volaban sosteniendo las puntas de las cintas.
La abuela le puso pantalones de pana y chaqueta de terciopelo al Rey David, como se confundía a veces ponía a Cenicienta a llevar la Piel de Asno, a la bruja de Blanca Nieves a pelear con Gulliver. Esto fue a medida que iba envejeciendo, a veces le ponía azúcar a la sopa y sal al café, pero se disculpaba diciendo que un duende travieso había hecho eso para fastidiarla.
Nosotros nos moríamos de la risa cuando nos imaginábamos a La Bestia, calzando las botas de Siete Leguas de Pulgarcito o besando a la Bella Durmiente. ¡Tronco de susto! El que se llevaría la princesa. ¡Ah! Y los viajes que hizo el papá de La Bella, fueron interminables, hasta que pudo encontrar la rosa blanca en el palacio de La Bestia.
¡Por cuántos países, palacios, castillos, puentes y jardines encantados paseamos nosotros de la mano de mi abuelita con su magia sin varita!
Mi nona había ido a la escuela de su pueblo, sabía leer y escribir. Había estudiado Historia Sagrada. Pero los hermanos de José, lo habían metido en la cisterna allí mismito detrás del patio de Los Sánchez, en una hacienda de su pueblo, todo, desde la creación de Adán hasta la crucifixión de Jesús, había ocurrido en Montalbán, pues ella decía que allí quedaba el Paraíso Terrenal, pero estaba encubierto para que todo el mundo no se fuera para allá sin permiso de Dios. Tenía muchos conocimientos pero de Geografía y Antropología no sabía nada, ya que decía que Senegal era el país de los sapos, porque era cenagoso, el nombre de este país le gustó mucho cuando lo oyó nombrar por la radio, pero no tenía la mínima idea en que lugar del mundo se encontraba. Describía a un príncipe chino con ojos verdes y melena rizada amarilla como el sol, lo colocaba en un trono en un bello palacio con esas cúpulas que parecen cebollas, que salían en la revista La Mujer Soviética, que traía mi papá y que ella veía por una rendija entre sus dedos cuando yo las abría, porque se colocaba las manos en la cara, ya que decía que esa revista era de los herejes comunistas y una católica no podía mirarla.
Si mi abuela hubiese escrito novelas de amor hubiese sido más famosa que Corín Tellado, ella vestía a una pobre tuerta del más recóndito y mísero pueblo como a una princesa, con su magia le operaba el ojo y se enamoraba de ella el más rico heredero de la comarca. Después descubrían con el tiempo que la muchacha había sido robada a unos reyes de un país vecino. Cuando venían al baile de las bodas la reconocían y resultaba que la joven era más fina y rica que el tipo con que se había casado.
Mi abuela nos contaba las historias de nuestros bisabuelos, nos decía que eran bellos y ricos, El padre era hijo de isleño y era grandote, catire, muy fuerte y muy bravo, la madre era hija de una india y un español y que era bellísima que tenía el pelo que le llegaba a las corvas. Vivían modestamente, que tenían muchas criadas y peones que hacían todas las labores del campo y de la casa, pero que los abuelos trabajaban igual que ellos y nos describía aquellos campos de Montalbán como los más hermosos del mundo. Cuando mi abuela hablaba de su pueblo la cubría un aura resplandeciente azul.
Amaba mucho a su familia, a su esposo y a sus hijos, pero a los hijos de su hermano Jesús los idolatraba y nos enseñó a nosotros a hacerlo.
A pesar que su esposo; mi abuelito fue un aventurero, ella lo amó hasta el fin de su días, tanto así que le guardó luto toda su vida.
A ella no le gustaba criticar a nadie, siempre nos decía que en la Sagrada Escritura decía que con la vara con que midas será medido y que no juzgáramos a nadie que para eso estaba Dios.
Cuando iba al pueblo bendecía a todo el mundo, levantando su mano como lo hace el Papa, casi todos los niños eran ahijados de ella y a todos les llevaba un regalito.
Los pobres pordioseros siempre eran príncipes disfrazados o santos o Jesús mismo, por lo que nos decía que no debíamos despreciar a la gente pobre o fea, porque no sabíamos que bendición nos traían.
Por eso es que aseguro que mi abuela era mágica ¡Y eso que no tenía varita!
Mi abuelita nos servía de desayuno los domingos, sardinas en lata con tomate y cebolla con hallaquitas y nos decía que era día de fiesta:
-Eso es para que si alguna vez están pobres en la vida y tienen que comer sardinas, lo recuerden como día de fiesta y alegría y no se pongan tristes.
Mi abuela construyó un palomar: era una casita de madera que pintó de verde y por dentro le puso varios espacios para que las palomas hicieran sus nidos, tenía varias puertecitas y por allí entraba cada paloma a su nido, la pegó del piso en un palo alto que se podía bajar para ella sacar los pichones, que cuando estábamos enfermos nos cocinaba en un consomé y nos daba al palomino frito. Algunos vecinos iban a comprarle pichones para sus enfermos pero ella se los regalaba, porque decía que no le habían costado nada, que Dios se las había dado, que si querían le llevaran un poco de arroz para darle a las palomas.
De ella me viene esto de inventar cuentos, pues de las cosas más sencillas ella creaba una historia y casaba a una cucharilla con un cuchillo y el tenedor era el tercero en discordia.
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