EL POZO DE LOS COLORES

Hace no mucho tiempo, por los lados de Curupao, vivía un niño llamado Pedrito. Como el río quedaba cerca de su casa la mamá lo enviaba junto con sus hermanitos a buscar agua. Los niños aprovechaban y se bañaban antes de irse a la escuela. Todos regresaban rápido menos Pedrito que se quedaba rezagado. Cuando llegaba, la mamá lo regañaba porque ya los otros muchachos se habían ido para la escuela. Pedrito le decía:
-No se preocupe mamá, que yo tomo el atajo de La Guairita y les salgo adelante
Mama, preocupada, le preguntaba a los hermanitos:
-¿Qué es lo que hace Pedrito tanto tiempo en el río?
Los muchachitos se encogían de hombros, como diciendo que no sabían.
¡Ah! ¿Saben lo que hacía Pedro? Nada más y nada menos que esperar la salida del sol para verlo brillar en el agua. Los rayitos de luz que lograban colarse por entre el ramaje de los árboles, resplandecían como chispas de piedras preciosas, verdes, rojas,azules y amarillas. Titilaban como estrellas que hubieran caído al río. Pedrito había descubierto ¡El Pozo de Los Colores!
-¿Cómo se iba a perder el hermoso espectáculo que le regalaba la naturaleza?-
Pedro se dijo:
-Este lugar es lo más hermoso que ha hecho el Creador.
En ese momento se verificó un cambio en el alma de aquel jovencito alegre y soñador. Algo esencial habitó su alma. Un milagro trascendente surgió transformando al niño. De muchacho juguetón se convirtió en pintor. Todos los colores y paisajes empezaron a quedar fijos en su memoria. Cortó una rama de bambú y comenzó a dibujar con ella las calles de su pueblo, pero como lo hacía en la playa el agua del río las borraba. Entonces, Pedrito cargó agua y vendió leña y se compró un cuaderno y sus primeros lápices de colores. Ansioso y sin descanso, se puso a pintar las paredes pardas del pueblo. Luego, trabajando más, adquirió pinceles, oleos, acuarelas y lienzos y prosiguió sacando fuera todos los colores que descubriera en el Pozo.
Creció Pedrito y la vida lo llevó a trabajar con el agua, pero no con la del río, sino con aquella que corría por los acueductos de la ciudad. Los domingos, Pedro se iba bien temprano en la mañana, a ver salir el sol cuando lavaba sus rayos en el agua del pozo. Y, dicen, que en noches de luna llena el joven se iba a Curupao a verla, desnuda, bañándose en las hermosas aguas del río. Con asombro, estudiaba la espuma tejida con hilos de plata que, en la mañana, el sol convertía en finísimos destellos vaporosos. Después, Pedro tomaba el lienzo, o una pared, para plasmar con hermosas pinturas las visiones y colores que el río le regalaba.
Pedro Luna, pintor de paredes pardas de pueblo, llegue hasta ti mi homenaje, con este cuento de tu alumna y amiga, pintora rebelde.
¡Y colorin colorao, este cuento se ha acabao!