GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS

24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE. REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909 MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA 03/2010

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viernes, 7 de mayo de 2010

JUAN EL CORMORÁN VUELA CON ALAS PRESTADAS



JUAN EL CORMORÁN LEVANTA EL VUELO
CON AYUDA DE NUEVAS ALAS





En una isla muy lejana vivía un cormorán llamado Juan que siempre estaba triste. Pasaba su vida parado en una roca solitaria, bien arriba en el acantilado, muy lejos de los otros cormoranes, pues se burlaban de él y le caían a picotazos, debido a que tenía las alas muy pequeñas. Comía de último y bien entrada la tarde, cuando todos descansaban, se lanzaba al vuelo sin hacer ruido con las alas al estilo de sus parientes, por lo que era un magnífico pescador. Su vuelo era un ballet en el crepúsculo. Desplegaba sus alitas en la inmensa soledad del mar en calma y volaba hasta que la luna salía detrás de las montañas.
-Nadie sabe lo que piensa un cormorán. Pero ¡Cómo ayuda a pensar!-
Esto era lo que meditaba el hijo del guardián del faro costero, ya que su pensamiento siempre volaba al lado del ave, transformado con el paso del tiempo en compañero de sus soledades.
El muchacho, de nombre Juan, se movilizaba a duras penas en una improvisada silla de ruedas que le había hecho su padre. Tenía un defecto que le impedía caminar y fue él quien le dio el nombre de Juan al cormorán; porque se le parecía.
-Eres mi tocayo, Juan, cormorán-
Todas las tardes el muchacho se desplazaba hasta la ventana del faro a ver al ave que le alegraba la vida. El baile de Juan, el cormorán, sobre las tranquilas aguas marinas.
¡Solitario como yo! -Pensaba el joven- ¡Solo como yo! En este mundo tan grande y lleno de gente.
-Después de pescar y volar, el cormorán- que tenía una vista perfecta y notaba el afán del niño por él- se paraba en el alféizar de la ventana y sacudía los pequeños muñones a manera de saludo. Juan, el niño, conocía muy bien a Juan, el pelícano. Sabía de cada una de sus plumas. A través del cristal y a escasos centímetros de su nariz, observaba a su amigo que, en muchas oportunidades, se quedaba a dormir allí, hasta por la mañana en que volaba de nuevo a su roca en el acantilado al otro lado de la bahía.
Llegó el invierno frío y tormentoso. Los cormoranes volaron al sur para aparearse y procrear, pero Juan El Cormorán se tuvo que quedar. Era un viaje muy largo. ¡Jamás podría llegar al sur con sus alas, perecería en el mar!
El guarda del faro había colocado una instalación eléctrica cerca del camastro de su hijo para que, en su ausencia, prendiera las luces y así ayudara a los barcos que atracaban en el puerto. Hacía dos semanas que el padre había ido a la ciudad para que lo viera el médico por unos problemas en la vista y en el corazón. Había dejado pan, pescado ahumado y leña al muchacho, pero tardaba demasiado y las provisiones se acababan. Ante tanta soledad el muchacho había abierto la ventana y el cormorán entraba a dormir al calor de la chimenea y, por la mañana, se marchaba.
Una tarde, cuando el hambre ya apretaba, Juan El Cormorán trajo en el depósito de su pico un hermoso pescado que Juan asó en el fuego.
-¿Cómo sabe él que me falta alimento?- Se preguntaba, pues el pelícano le estuvo llevando pescado por tres semanas más, hasta que una mañana el padre regresó todo maltrecho y con el alma destrozada, pensando que su hijo habría muerto de hambre. Cuando vio al joven vivo, lo abrazó llorando.
-Hijo, estuve grave, pero no morí al pensar en tu desventura. Creí que no te encontraría vivo-
Juan le contó a su padre todo lo que el cormorán había hecho por él y el guarda del faro, agradecido, tomó al ave en sus manos y descubrió que parte de sus alas se mantenían plegadas en sus extremos. Un problema de nacimiento que limitaba la extensión de las alas, que se dedicó a corregir con amor y esmero, junto al niño.
Juan, el cormorán, aguantaba todos los dolores, las presiones sobre sus alas. Y veía a los dos humanos solitarios con algo parecido al amor. Por fin, un día, el cormorán saltó desde el faro y se alegró ante la extensión de sus alas. ¡Eran enormes! Sin dudar, enfiló sobre el océano, en dirección al sur y, en verano, regresó con una bella cormorana. Y allí mismo en el alféizar, hicieron un nido y a su polluelo cuidaban y el joven Juan y su padre disfrutaban. Un día el cormorán y la cormorana trajeron del mar un par de palos y el padre del muchacho entendió que ocultaban un mensaje. Buscó en la costa y halló buenas maderas con las que construyó un par de muletas. A Juan le costó mucho aprender a mover sus piernas, pero sentía que las miradas de las aves le infundían fuerza. Poco a poco usó las muletas y, al igual que su amigo Juan El Cormorán con sus alas, el muchacho con esfuerzo pudo caminar.
¡Y colorín colorao este cuento se ha acabao. gladys laporte

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