EL ABANICO QUE ESPANTABA LAS PENAS.
Desde muy pequeña fui aficionada a los abanicos, me gustaba tanto ver el aparatico ese que las mujeres movían con las manos y quitaba el calor, que era una cosa verdaderamente fascinante para mí
En la Iglesia tenía la oportunidad de ver cantidades de abanicos que llevaban las señoras y me quedaba extasiada contemplándolos en su ir y venir. Los veía en las corridas de toros, mi mamá tenía uno que solo llevaba al Nuevo Circo, pero mi abuela tenía uno de cartón, se lo había regalado el año pasado la esposa del dueño del botiquín de la esquina, era muy bonito, se abría en tres partes, y había un grabado de Jesús en el Huerto de los Olivos, pero tenía un membrete que decía: ANIS DEL MONO, mi abuela sabiamente; recortó un ramo de rosas de un papel de envolver regalos y lo pegó sobre el anuncio, para poder llevarlo a la iglesia. Pues consideraba que con esa propaganda de aguardiente no debía cargarlo y menos una señora decente; como repetía siempre.
Las señoras pobres como ella, siempre le estaban preguntando que donde había obtenido ese abanico tan bonito, pero ella guardaba el secreto celosamente y solo sonreía y les decía que se lo habían regalado.
Una vez estando en la iglesia, se me ocurrió robarme cuanto abanico viera descuidado y fue así como obtuve nueve aventadores, pues las señoras cuando se pararon a comulgar los dejaron en el banco, rápidamente recogí los que pude y los metí en mi bolso, al rato vi como las mujeres volteaban para todos lados, buscándolos, pero me hice la loca y me fui hacia la puerta, de manera que cuando el cura terminara de dar la bendición yo saliera corriendo y me iba para mi casa. Cuando llegué a mi casa, los guardé en mi caja de tesoros que tenía bajo mi cama, que era una vieja caja de zapatos, donde tenía metras, plumas, piedras bonitas y cuanta cosa llamara mi atención, sin embargo era primera vez que me robaba algo y estaba muy nerviosa por eso.
Mi abuelita llegó contando el hecho de que se les habían perdido los abanicos a unas cuantas señoras y el cura hizo registrar a todos los niños que estaban en la iglesia, pero no los habían encontrado. Dijo que ese era un pecado muy grande robar dentro de la iglesia, que eso nunca se había visto, que el que había hecho eso iría a parar derechito al infierno, estoy segura que mi abuelita no sospechaba de mí.
Pasó el tiempo y yo con mi pecado encima, no me atrevía a confesarlo, pues temía que el cura se lo dijera a mi abuela, ésta a mi mamá y la paliza que me iba a dar sería terrible. Cada vez que estaba sola en el cuarto sacaba la caja y los abanicos y los abría todos sobre la cama y me parecía la cosa más bella del mundo, a veces pensaba que debía devolverlos, ¿Pero a quién? No recordaba a que señora se lo había quitado.
Siempre soñaba con que el diablo venía a buscarme y me llevaba por una calle toda sembrada de abanicos y yo iba pisando las varillas y me puyaba los pies, que se iban desangrando a cada paso, me despertaba dando gritos y mi abuelita me consolaba:
- Es solo una pesadilla mi amor, vuelve a dormir- me decía A mi me daban ganas de decirle la verdad a mi abuela pero a medida que pasaba el tiempo me daba más miedo.
Una tarde me dio una fiebre muy alta, era el sarampión que me atacaba, como siempre mi abuelita me hizo un guarapo, me dio una pastilla y sacó su lindo abanico de cartón para abanicarme la cara y que para que me espantara las penas.
Yo le pregunté que quería decir con eso y me dijo:
-Este abanico es mágico, si uno se sopla con él todas las angustias que tiene en el alma se van con el viento- como me sentía tan mal, le dije:
- Abuelita sopla fuerte, muy fuerte que tengo el alma llena de penas.
-No mi amor, que penas puedes tener tú, si eres apenas una niña de nueve años
-¡Ay abuela si tu supieras!
-Dime mi negrita ¿Si supiera qué?
-Abuela saca mi cajita de tesoros que está bajo mi cama, para que veas.
Mi abuela fue a buscar una escoba para sacar la caja, pues no podía agacharse tanto y su sorpresa fue grande al ver ese poco de abanicos en ella.
-¡No lo puedo creer! ¡Fuiste tú! ¡Ay mi amor! ¿Cómo pudiste hacer eso? ¿Y Ahora, que vamos a hacer?
-Yo no sé, solo que si me voy a morir de esto no quiero que me lleve el diablo.
-¡Ah, ya sé! Se los voy a devolver al cura, él que diga en la misa que aparecieron y las señoras que vayan a buscarlos, y tú cuando te pongas buena irás a confesarte. Esa noche mi abuela le contó todo a mi mamá, pero como yo esta tan grave, mamá solo vino, se acercó a mi cama y me dijo:
-¡Ah muchacha del carajo! ¡Si inventas vainas! ¡Deja que te cures para que veas!
Estuve un mes enferma y quince días más convaleciente, pero el primer domingo de misa mi mamá fue con nosotras y en lo que el cura pidió las oraciones mi mamá se paró y me llamó y me obligó a decir delante de toda la gente que yo era la que me había robado los abanicos, pero que estaba arrepentida y los había devuelto, que disculparan las señoras. Toda la gente aplaudió a mi mamá y decían: ¡Así es que se hace! ¡Así es como se cría muchacho!
El cura me llamó para confesarme y me dijo que Jesús, se alegraba mucho cuando un pecador se arrepentía y que más nunca volviera a cogerme algo ajeno. Yo estaba que me moría de la vergüenza, no sabía que hacer. Así fue que se me ocurrió pedirle el abanico prestado a mi abuela para espantarme la pena y al rato quedé aliviadita, más nunca tuve pesadillas y seguí mi vida normal al poco tiempo.
Gracias a Dios que tuve una mamá bien fuerte, que me guió con mano firme y sembró en mi alma y mi conciencia valores, que me han ayudado tanto en la vida.
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