GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS

24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE. REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909 MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA 03/2010

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viernes, 30 de abril de 2010

LA NIÑA QUE LE PUSO NOMBRE A LA LUNA


En la hacienda “El Carmen”, vivía una hermosa niña, catirita, a quien sus padres le habían puesto el nombre de Exaudi. Era una niña romántica, a la que le gustaba mucho la luna llena, las estrellas y todas esas cosas que se mueven en el cielo, por las noches.
Una noche en que la luna estaba redondota, como una gran torta de casabe, Exaudi salió al campo cercano a su casa y se dijo:
-Esta noche le voy a poner nombre a la luna y a cada una de las estrellas que alcance a ver con mis ojos.-
Y así lo hizo la muchachita. Se llevó un cuaderno viejo y un lápiz de color, y empezó:
-Luna, Lunera, ¿Que nombre quieres que te ponga?-
Pero, ¡Que va! Ningún nombre acudía a su cabeza. Entonces empezó a ponerle nombre a las estrellas.
-¡Esa! Esa azul con destellos verdes se llamará Ronita y aquella amarilla, Saulita.
La roja se llamará Carmencita y la que da destellos dorados, Compañera. Esa estrella de ahora en adelante será mi compañera. Sabré que está ahí en el cielo brillando para mi, aún en las noches más tristes y negras.
Así siguió la niña nombrando y contando estrellas. Ya tenía anotadas más de cien cuando vio que de la luna caía un trocito. Fue corriendo y se paró debajo de ella y el pedacito de luna cayó en su corazón. Y la hizo sentir un amor tan grande que la niña dijo:
-¡La luna se llamará Providencia! Porque me ha dado un trocito de ella para que lo guarde en mi pecho y en las noches más oscuras tenga su amor.-
Desde ese día la niña ha seguido contando estrellas. Ojalá no se canse nunca y un día de estos le de mi nombre a una, aunque sea un pequeño lucero, para que me alumbre cuando se vaya la luz.
¡Y colorin colorao este cuento se ha acabao!
COMENTARIOS A ESTA ENTRADA:

Luís Felipe Aristigueta Fuenmayor dijo...
Este cuento me pareció bueno. Pero no sé qué más decir.
11 de febrero de 2011 10:30  

jueves, 29 de abril de 2010

DE UNA BIPOLAR PARA USTED







MARGARITA Y MARGOTH, MAS QUE AMIGAS HERMANAS, EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS.

Verlo fue amarlo de inmediato y él a mí. Sentí que lo había conocido desde hacía tiempo atrás. Era como un familiar que volvía; no era una cosa, un objeto, era algo con vida propia y que sabía mucho de mí. Daba vueltas alrededor de él y lo iba abrazando por pedacitos, pues era tan grande y ancho que no lo abarcaba de una sola vez.
Hacía como tres horas que lo habían traído y yo no salía de mi embeleso. Fue mi abuelita quien me sacó de él diciéndome:
-Pipiola, busca la libreta del fiao y le dices al portugués que me mande un frasquito de aceite Tres en Uno.
Me levanté inmediatamente de mi sitio de observación y salí disparada para la bodega a hacer el mandado, en el camino me encontré con mi madrina Begoña y le grité:
-¡Bendición madrina! ¡Ya lo trajeron! ¡Ya lo trajeron!- y seguí corriendo.
-¿A quién trajeron? Muchacha loca ¿A quién?
Pero su voz se perdió en el viento y yo seguí en mi veloz carrera.
Cuando regresé, ya mi madrina estaba allí, observando con cara de conocedora el hermoso mueble recién llegado a casa.
Con voz de experta decía:
-¡Hum! Encarnita se puso en la buena, este bicho es fino y de buena madera. ¿Quién se lo vendió? ¿Sería de un muerto?
-¡Oh, no!- dijo mi abuelita- Era de Misia Lola Sotillo, se lo vendió en ocho bolívares, porque se van a mudar para un apartamento y el bicho ése no les cabe en el cuarto.
-¿Ocho bolos nada más?, pero si solo el espejo los vale. ¡Qué ganga!
Yo oía la conversación, pero no le prestaba mucha atención pues estaba en la contemplación de mi hermoso escaparate. Lo olfateaba, olía a gente fina, rica, tenía como un perfume embebido en la madera. Era de caoba, estaba barnizado y tenía “tres cuerpos”- como decía mi madrina- en la puerta del centro tenía un espejo biselado con dos ramitos de flores en cada esquina. Mi abuelita le dijo a mi madrina:
-Lo voy a pulir con el aceite Tres en Uno, para que cuando Encarnita venga lo encuentre limpiecito y brillante. Por ahí me quedó un pedacito de cobijita de la que estoy bordando. Luego se dirigió a mí:
-¡Muchacha! Agarra ese trapo y pule allá abajo, ya estoy muy vieja y no me puedo agachar hasta ahí.
Agarré mi trapito y me puse a limpiar las patas del mueble, más que limpiarlo lo acariciaba, lo sobaba, le daba la bienvenida. ¡Qué alegría tan grande! Era la primera cosa de gran valor que entraba en mi casa y era como un presagio de tiempos mejores.
Seguía admirando mi hermoso escaparate que era “de mujeres” ¡Bello de verdad! Brillaba pulidito. ¡Parecía una joya! Así me encontró mi mamá mirándolo con la boca abierta.
-¡Mira muchacha “boca abierta”! ¡Mucho cuidado con este espejo! ¡No me lo vayas a quebrar! Porque si me lo quiebras, te mato a palos. ¡Oíste! ¡Te mato!
Entre mi mamá, mi madrina, mi tío Tiberio y mi abuelita metieron el escaparate para la sala; que era el cuarto principal de la casa y el más bonito; el dormitorio de mi mamá. Una vez instalado, mamá, que cargaba las llaves, lo abrió y ¡Oh! ¡Qué emoción! Me asomé y vi para arriba aquella enorme “casa” de madera, inmensa, tan alta que solo alcanzaba con mi brazo estirado hasta el tercer travesaño y el techo era altísimo, ni que me montara en una silla, hubiera podido llegar a él.
Mi abuelita empezó a traer las ropas que estaban colgadas en un palo de madera que cruzaba una esquina de la pared de su cuarto, pero mi mamá le dijo:
-Todavía no vamos a meter nada. Trae el agua bendita para bendecirlo y pedirle a Dios que se lleve las malas influencias que pueda haber adquirido de los dueños anteriores.
Mi abuela trajo el agua bendita y lo rociaron, rezamos, mi abuela prendió una vela. Después de esta ceremonia mamá le dijo a abuelita:
-Ñota, aquí solo vamos a guardar la ropa de salir y la ropa de cama fina, no “el trapero de andar”
-¡Claro, claro!-dijo mi abuela- y empezó a trasladar ropa, para que mi mamá fuera escogiendo.
Guardó sus vestidos finos y los vestidos nuevos de mi abuela, la ropa de navidad mía y la de mi hermanita. También guardó las sábanas nuevas y un mantel bordado. Mi abuela le pasó dos toallas y un cubrecama que le había tejido Nine, que tenía guardados en el baúl. En la parte de arriba, mamá puso dos cajas, una con los documentos y otra con los recibos viejos y nuevos; también guardó una alcancía donde tenía los ahorros, que era un cochinito de cerámica..
Mi abuelita le pasó una caja llena de fotos de nuestros familiares, pero mi mamá se la devolvió diciéndole:
-¡Fó, Ñota! Esa caja no, tiene huevos de cucaracha, me va a cundir el escaparate, además huele muy feo a naftalina.
Mi abuela volvió a guardar su cajita en el baúl junto a su perolera hedionda a naftalina enseguida le dijo a mamá:
-¿Sabes Encarnación? Mandé a pedir un frasco de Tres en Uno a la bodega, para pulir el escaparate y Juan me lo anotó en la libreta del fiao.
-¡Ay mamá! Ya te he dicho que no mandes a pedir fiao a casa del portugués, sin mi autorización, porque después se me monta “un mono” que no hallo como bajármelo. ¿Cuánto costó?
-Dos cincuenta- contestó mi abuela-
-¿Tanto? No embrome mamá, eso es lo que cuesta un kilo de carne.
-¡Ay mija! Pero no te impacientes que cuando Paúl me dé yo te lo pago, es que quería que vieras el escaparate bien bonito.
-Está bien mamá, no te preocupes, pero para la próxima le pones vinagre con aceite de linaza y queda igualito ¡Vamos a oír la novela que esta noche habla Don Rafael!
No me daban permiso para salir a jugar a la calle con los niños vecinos, porque las niñas decentes no andaban jugando en la calle y menos de noche. Además qué iba a hacer en la calle, no tenía muchos amigos y había pocos niños de mi edad, estábamos recién mudados a la casa nueva y todos mis amigos se habían quedado en la casa vieja en Los Rosales.
-¡Ah pues! ¡Para qué había llegado mi escaparate! Me sentía muy sola en esta casa y muy extraña en la calle, no conocía a casi nadie.
Fue así como comenzó mi relación con Margarita, una amiguita que encontré viviendo dentro del ropero. Todo ocurrió aquella noche en que me quedé “sola” en la sala admirando el escaparate. Estábamos los dos completamente solos, me acerqué y comencé a darle besos hasta donde alcanzaba, lo saludaba y le daba la bienvenida a mi vida y a mi soledad. Nunca antes me había visto de cuerpo entero en un espejo.
Durante toda la tarde le había sacado el cuerpo al vidrio ya que intuía que había algo mágico en él. Poco a poco me fui acercando y me asomé al espejo. Vi hacia adentro y observé una enorme sala comedor con muebles de caoba, vitrinas, sillas y adornos y una enorme araña de cristal, al fondo una escalera blanca con una alfombra verde y barandales de hierro forjado y en el centro del descansillo una estatua blanca y una palmera natural, se partía en dos direcciones y debajo estaban unas sillas y jarrones con flores. Me aparté jadeante y no le dije nada a nadie, porque siempre me estaban pegando por embustera, estaba muerta de miedo. ¿Cómo iba a decir que había visto todo eso dentro de un espejo? Me volví a acercar y me asomé. Poco a poco fui viendo hacia adentro, ya no vi nada, me tranquilicé y me paré frente al espejo y fue entonces cuando me di cuenta que justo frente a mí, estaba una niña que me miraba fijamente, con los ojos tan abiertos y asombrados como los míos. Me eché un poco hacia atrás y la niña también. Estaba haciendo pucheros, con ganas de llorar como yo, le saqué la lengua y ella también me la sacó, entonces ambas nos reímos. Me acerqué para tocarla y ella hizo lo mismo extendiendo sus manitas hacia mí, pegué las manos del espejo y ambas retrocedimos espantadas, seguro me sintió tan dura y fría como yo a ella. Levanté la pierna derecha y ella levantó la otra, después la izquierda y ella hizo lo mismo. Me doblé de la risa y ella también. Me di cuenta que el vestido y los zapatos eran iguales a los míos y el corte de pelo lo usaba como yo. En ese momento le puse mi segundo nombre: Margarita o Margoth, como se llamó después a medida que creció conmigo. Margarita fue más que mi amiga, mi alma gemela, mi otro yo, mi conciencia, mi alter ego; que se yo que era Margarita para mí. Lo que se es que nos amábamos mucho y aún hoy nos amamos. Sobre todo porque si es verdad que Margarita me echó vaina yo también le eché. Aún Margoth es mi paño de lágrimas. La tengo retratada en mi computadora y siempre le hablo con cariño y ella contesta a mis preguntas: ¡No te rindas!
Fui una niña triste por naturaleza, introvertida, de mente catastrófica. Hoy según dice mi psiquiatra pertenezco al tipo melancólico-maníaco –depresivo y que padezco de trastorno bipolar. ¡Guá! ¡Ah! Pero él no sabe nada de Margarita quien a veces se pasa para mi cuerpo y se posesiona de él. A veces va a la consulta por mí y le cuenta chistes al doctor creo que él no se ha dado cuenta de nada.
No hubo niña más tremenda, activa y bochinchera, más alegre que Margarita, pero nadie sabía eso, era yo quien corría con la suerte de ser la niña más popular del barrio y de la escuela y la que llevaba palos, porque las tremenduras que Margarita hacía las pagaba yo.
“Este es un caso de doble personalidad”-diría el psiquiatra-
Pero, ¿qué sabe él? Si pudiera conocer a Margarita no diría eso.
Después de mi primera experiencia con la niña del espejo, me fui a acostar y empecé a contarle un cuento a mi abuela:
-Abuela, había una vez una niña que vivía en un escaparate...
-¡Hum! ¡Muchacha duérmete! Que el cuento te lo voy a contar yo cuando mañana te estés durmiendo en la escuela.
Fue lo último que oí esa noche A la mañana siguiente me vestí con mi uniforme nuevo y me fui para mi nueva escuela, al primer grado “B” porque me habían aplazado en el primer grado “A” en la otra escuela y como ya estaba muy grande me cambiaron a mitad de año.
Mi abuela me llevó de la mano y me tuvo que meter al salón a rastras, no quería ir para esa escuela tan fea. Parecía un taller o un mercado. No era bonita como mi primera escuela. Cuando mi abuela se dio media vuelta y la maestra se descuidó, me salí del salón y me fui llorando para mi casa. Como a las ocho de la mañana ya estaba de regreso en mi hogar. Cuando mi abuelita me vio casi le da un soponcio:
-¡Muchacha! ¿Cómo te viniste sola de esa escuela? ¿Y si te hubieras perdido? ¡Ay, no que va! ¡Esta niña es insoportable! Cuando tu mamá lo sepa no se que va a pasar. ¡Por eso es que llevas palo, por disposicionera! Estaba segura de lo que me esperaba. Pero ¿Cómo me iban a obligar a ir para esa escuela tan fea?
Me quité mi guardapolvo blanco, los zapatos y las medias y me coloqué la ropita de andar. Me puse a barrer y a tratar de hacer algo en la casa, rezándole a Dios para que mi mamá no supiera lo que había hecho.
Después que terminé me fui para la sala a mirar el escaparate y fue cuando se me ocurrió contarle a Margarita cuanto me había ocurrido ese día.
La niña me consoló y me dijo:
-Cuando no quieras ir para la escuela te acercas al espejo y yo paso a ti, mientras tú te quedas en mi casa, yo voy.
Así lo hicimos. Cuántas veces me quedé en la casa del espejo, que era inmensa, paseé por sus corredores y revisé cada cuarto, entraba a la biblioteca y veía los libros, corría por los jardines, patios y terrenos de la hacienda donde se hallaba ubicada. Veía a la familia, a los criados, a los trabajadores, pasaba por el lado de ellos, pero ninguno podía verme. No volví a la escuela porque no me gustaba. Margarita iba por mí casi todo el año, pero ¿Qué pasaba? Que a Margarita le daban miedo los exámenes y entonces el día de la prueba no había forma que saliera del espejo y se cambiara conmigo, entonces tenía que presentarme en la escuela y como era de esperar me “raspaban” porque no sabía nada. Con el tiempo aprendí a jugarle “kikirigüiqui” y no le decía el día que había examen. Se veía obligada a presentar la prueba y sacaba buena nota. Ni mi mamá ni mi maestra se explicaban por qué yo sacaba cien puntos en unas materias y treinta en otras.
Ese día, el primero de la nueva escuela, mi mamá con cara de secreto, le dijo a mi abuela:
-Ñota, ¡Cayó el gobierno! Mataron a Chalbaud, no sabemos lo que va a pasar.
Yo no sabía quien era Chalbaud,( el pueblo decía Chalbó) pero esa tarde estuvo gris y triste, era trece de noviembre de mil novecientos cincuenta, en todo el día se presentía como un susto, más allá del que yo tenía.
-¡Bueno!- dije yo- ¡gracias señor chalbó! Por que me libró de una tremenda paliza y me sonreía pícara con Margarita. Esa misma noche mataron al general Rafael Simón Urbina. Yo no sabía quienes eran Chalbó ni Urbina, pero lo cierto es que este suceso fue trascendental en nuestras vidas, pues en esos días llegó la Seguridad Nacional a nuestra casa y la allanó, cambiando por completo nuestra existencia, pero esto es harina de otro costal, no me voy a extender en este hecho, porque pertenece a otro relato, pero hago mención, porque días antes de este acontecimiento trágico, había tenido un desasosiego, un presentimiento- como decía mi abuela- a mi me daban cada veintiocho días con el paso de la luna unas tristezas, una nostalgia, una melancolía; en esos días cuando me metí al escaparate a hablar con Margarita ella me dijo:
-Márgara, prepárate que vienen días muy duros para ti y tu familia. Está escrito que pase y nadie puede impedirlo, todos conservarán la vida y saldrán bien de esto. Siempre que tengas miedo ven aquí, podrás esconderte en mi casa y nadie te encontrará, porque te harás invisible.
A raíz de los sucesos que acaecieron me convertí en niña clandestina y fue cuando nacieron mis miedos, sufrí de manía persecutoria y de otras vainas que inventó Freud, para joderme. Cuando tenía pesadillas y en ellas era perseguida por tigres, leones, un ejército entero, la policía, un montón de pollos, en los lugares más insólitos, en la calle, en el desierto, en el patio de mi casa, aparecía el escaparate, me metía en él y me salvaba. Hoy en día, despierta, ante una situación embarazosa, me meto en mi escaparate virtual y me siento a salvo.
Me pregunto a veces, ¿por qué a tan corta edad yo me daba cuenta de todo? Parecía que había vivido mucho, internalizaba mis desconsuelos y sufría el rechazo y el desprecio de mi madre. No se si todos los niños se den cuenta de eso. Una vez mi madrina Begoña me dijo que yo no era hija de mi mamá; sino que me había recogido en un basurero en una quebrada de Los Mecedores en La Pastora. Mi alma llegó al fondo del barranco, creí que era cierto aquello, pues sentía que mi mamá no me quería lo suficiente, odié a mi madrina. ¿Qué necesidad tenía ella de decirme una cosa como esa? Sembró la duda en mi alma y como mamá me maltrataba tanto, yo me sentía como una niña huérfana abandonada de cariño materno. Fue mi abuela quien intentó llenar esa laguna en mi vida. Me vio llorando con ese dolor tan grande, de una niña de siete años, sufrimiento que rebasaba mi estatura y se salía del cuerpo, un aura de dolencia y soledad que me acompaña perennemente. Mi abuelita me dijo que no le hiciera caso a las bromas de mi madrina, que eso no era verdad. Pero ya el mal estaba hecho.
Me metí a la sala y me fui a pasear con Margarita por el mundo del ensueño.
Esa tarde viajamos a la India, llegamos a una ciudad sucia, sin cloacas, recuerdo el olor a barro podrido de las aguas que corrían por las cunetas de las calles, andábamos por una calle llena de gente, era como un mercado, pues había tenderetes, de toldos multicolores con puestos de mercancía, las mujeres vestían con trajes largos y mantos en la cabeza, algunos hombres usaban turbantes, casi todas las ropas eran color naranja; vendían animales, ollas, tapices, verduras, libros, todo en una mezcolanza y aquel olor a agua podrida que se me metía por la nariz y me asfixiaba. También vi bicicletas con un carrito detrás para que se sentara la gente y adelante iba el conductor.
De pronto sentí que me arrastraron por la blusa al interior de una tienda, entré de espaldas y me costó unos minutos adaptarme a la oscuridad del lugar pues estaba encandilada con el reverberante sol colorado de afuera. Por fin volteé y pude ver a la persona que me había introducido a la tienda. Era un hombre alto, buenmozo, color canela, tenía barba y bigotes, usaba un turbante color crema y una sotana anaranjada, su mirada era dulce y serena, tenía los ojos grandes rasgados y tristes, provocaba quererlo. Yo creía que era Jesús. Me dijo:
-Soy tu darma, el único propósito que tienes ahora es ser feliz y próspera.
Me hizo un gesto con la mano para que viera detrás de él, a tres fakires que no tenían manos ni antebrazos. Entonces le pregunté:
-¿Quiénes son esos?
-Esos son tus tres karmas de vidas anteriores. Este es tu cuarto regreso.
-¿Y por que son mochos?
-¡Ah! Porque tú negaste las caricias a tus seres amados, ahora en esta existencia las caricias te serán negadas. Al tu dar caricias recibirás golpes, si logras superar esto a tus karmas le crecerán las manos.
-¿Cómo podré ser feliz como dices, si no me dan caricias?
Porque en esta existencia vas a dar caricias a muchas personas, pero no las recibirás de ellas, solo dando caricias lograrás ser feliz cuando seas mayor.
Todos los días cuando llegábamos de la escuela, a veces Margarita a veces yo, me sentaba delante del espejo para hacer las tareas, conversaba con mi amiguita o me iba a pasear con ella.
Muchas tardes me dormí frente al espejo. Mi abuelita me encontraba dormida en el piso y entonces metía una almohada bajo mi cabeza, me arropaba con una sábana y me dejaba dormir tranquila. Cuando despertaba me regañaba y me decía que me iba a volver loca por estar hablando con el espejo y que iba a agarrar frío en los huesos por estar durmiendo en el “suelo pelao”.
Margarita era y tenía todo lo que yo soñaba en ese tiempo: era disciplinada, muy bonita, alegre y dicharachera, leía muy bien, tenía una casa muy bella, padre y madre ricos y que yo pensaba que la querían mucho, juguetes a montón y un hermoso piano de cola. A veces hacía que me sentara con ella y trataba de enseñarme a tocar una pieza.
De vez en cuando veía a sus familiares que atravesaban un cuarto o subían una escalera, pero ellos no podían verme, Margarita me decía que estábamos en dimensiones diferentes.
Cuando quebré el espejo tenía como nueve años, estaba barriendo y el palo de la escoba cayó sobre él. Mi mamá casi me mata de la paliza que me dio. Mi abuelita me bañó con salmuera y me dio a beber agua de cogollo de mango para sacarme los golpes y acomodó los dos trozos de espejo con unas hojas grandes de almanaque y engrudo para sostenerlos al cartón. Solo podía ver la mitad de mi amiga y de su casa, de la cintura para arriba y de las rodillas para abajo, pero así y todo conversábamos.
Para el diciembre siguiente mi mamá mandó a montarle un espejo nuevo al escaparate, pero no era de la misma calidad que el antiguo, cuando uno se veía, la figura parecía que se movía, como esos espejos que había en el Coney Island. Mi madrina Begoña decía que tenía un defecto en el azogue, que era barato y eso que había costado ocho bolívares, lo mismo que el escaparate hacía dos años ya. A pesar de todo Margarita y yo “gozábamos un puyero” haciendo caras raras y morisquetas.
Las dos inventábamos maldades para hacerles a los otros niños y también elaborábamos chismes para ver a la gente peleando. Pero las maldades se le ocurrían a Margarita y yo las ejecutaba. Una vez le di un Alkaseltzer a un niño y le dije que se lo chupara y se tirara en el suelo, entonces empecé a gritar que Roberto tenía un ataque de mal de rabia y los vecinos salieron corriendo a auxiliar al muchachito, que le salía espuma por la boca. Nosotras nos moríamos de risa ante el espejo. Un día me pinté la boca con la pintura de mi mamá y me limpié los labios en el pañuelo de mi papá, cuando mamá fue a lavar el pañuelo se armó el gran zaperoco, por culpa de Margarita que me dijo que inventara eso. Asustada se lo confesé al cura quien me regañó y me dijo que no lo hiciera más.
Cuando llegó el día de hacer la primera comunión mamá me llamó y me dijo:
-Niña, vas a tener que comulgar con tu uniforme de escuela, pues no tenemos plata para comprarte ropa nueva. Lloré mucho frente al espejo y Margarita me consoló diciéndome:
-Eso no importa, lo maravilloso es recibir a Jesucristo en nuestro corazón. Yo te puedo dar un vestido de los míos, pero ¿Cómo hacemos? Al atravesar el espejo se desvanecerá por el tiempo que tiene, pero acepta contenta lo que te den.
Mi abuelita me trajo un uniforme del Colegio Teresiano, que le regaló la señora Celmira; era de una de sus hijas; una bata blanca de piqué, con alforzas a los lados y las mangas largas, mi abuela la blanqueó con lejía de cenizas de tizón y la almidonó con bórax, me compraron dos metros de cinta azul ancha, para hacerme un lazo en la cintura y una medalla de La Milagrosa para ponérmela en el pecho, mi tío Eloy me regaló los zapatos y mi madrina las medias y las pantaletas nuevas. Mi mamá me compró un librito de nácar y la vela, mi abuela me regaló una boina y unos guantes blancos, sinceramente estaba muy contenta y todos los días en la tarde, a escondidas me ponía mi ropa de comunión frente al espejo. Margarita me decía que iba a ser la niña mas linda del colegio, porque parecía una hija de María. Se acercaba el dichoso día y nos fuimos a la escuela a hacer el retiro por tres días, pasábamos desde la siete de la mañana hasta las cinco de la tarde preparándonos con ayuno y oración, para recibir la comunión, no podíamos hablar al regresar, ni comer demasiado; solo pan, mantequilla y leche, al mediodía nos daban un abundante almuerzo en la escuela. La mañana antes de comulgar no se podía comer nada hasta una hora después de haber comulgado. Mi abuela me bañó muy bien esa tarde anterior y me peinaron los crespos, me acostaron temprano y me levantaron a las seis de la mañana pues la misa era a las siete. Cuando entré a la sala vi aquel hermoso vestido como de novia sobre la cama, pensé que estaba en una de mis ensoñaciones. Mi mamá y mi abuela me vistieron con aquel traje de organza bordada, con faralaos y alforzas, una bolsita para las monedas, una corona de flores y un velo de tul ilusión, otras medias , otro par de zapatos, otro libro de nácar, un rosario , otra vela, dos pañuelos. No salía de mi asombro, pero no podía hablar estaba en ayuno de comida y de palabra, calladamente acepté que me vistieran como una princesa. Fui a verme al espejo para que Margarita me viera, pero ¡Oh sorpresa! Ella estaba vestida igualita a mí, salió del espejo y se fue conmigo a hacer su primera comunión.
Después supe que mi papá (quien estaba huyendo de la Seguridad Nacional, escondido en un cerro en Guarenas) se enteró a través de sus amigos que mi mamá no tenía para comprarme el vestido, entonces le envió la plata y justo tres días antes, la amiga de mi mamá llamada Guillermina; que era costurera, hizo mi vestido y mi padrino Paúl, me había mandado el otro juego de complementos del traje. La vida para mí ha sido un continuo milagro todo me ha sido dado; por eso me da pena que me diera esta depresión tan fuerte ahora después de vieja, cuando aparentemente no tengo nada por qué estar triste. A medida que fui creciendo más confidencias le hacía a mi amiga del espejo, cuando estaba triste me ponía a llorar y entonces Margarita me consolaba y me pasaba para su casa y nos íbamos a pasear por el mundo. Me gustaba mucho ir a Sevilla y entraba a las Cuevas del Sacromonte y bailaba flamenco en un tablao, oía perfectamente al cantaor y al guitarrista, el zapateo, sentía el olor del sudor de los gitanos que era como pimienta, olor de chorizos y perfume de claveles. Esto era tan real tan vívido que cuando traspasaba el espejo estaba segura que realmente había estado en esos lugares, pero ni loca hubiera contado esto a alguien. Me bastaba con lo que me ocurría en la vida diaria, para estarme buscando más problemas. A veces tengo un sueño recurrente: que estoy de visita en la casa de Margarita, se que he estado allí, reconozco cada uno de los lugares.
Llegué a robarme una llave del escaparate y cuando me quedaba sola en la casa, me metía dentro y allí rezaba, hablaba con Margarita y me dormía.
Margarita y yo éramos muy enamoradas, comenzamos a enamorarnos a los siete años y medio. Hubo un niño que fue mi primer amor de la infancia, se llamaba Pedro Badilla, era colombiano y tan bello que ese año lo eligieron príncipe de los carnavales en la escuela nueva. Margarita a veces se enamoraba de los mismos muchachos que yo.
Era la única forma que a mi me gustaba ir a la escuela; para ver al niño. Entonces empecé a retirarme del espejo y no me cambiaba tan seguido y empecé a sentir, amor, celos y envidia. Margarita era una viva, cuando se pasaba para mi cuerpo a veces permanecía hasta cuatro días y no se acercaba al espejo, como ella era más arriesgada que yo, atacaba al muchachito y él le correspondía , pero cuando me acercaba yo, él ni me volteaba a ver, estaba enamorada sola.
Margarita me contaba en el escaparate que Badilla le había regalado un lápiz, que el otro día había escrito su nombre en un cuaderno, que en la fila del recreo le había tomado la mano, ella me iba contando su amor y yo era la que sufría la pena del desamor. Ese año salí electa la reina de mi salón, me sentía bella. Pero como siempre mi madrina Begoña me dijo:
-Te eligieron reina, no porque seas bonita, sino porque la maestra sabe que tu mamá puede comprarte el vestido.
Pero a mi no me importó eso, era reina porque los niños de mi salón habían votado por mi alzando sus manitas y una niña anotaba rayitas en el pizarrón al lado del nombre de las candidatas y yo gané. Estoy segura que fui yo, no Margarita.
En mis experiencias sexuales ( en este tiempo no sabía esto) soñaba que iba por el bosque paseando con Badilla, entonces apreciaba una sensación extraña en mi cuerpo, un calor, un peso en mi vientre, un sofocón, una angustia dulce y tierna, sentía que me estaba muriendo, que iba cayendo por un túnel, como el de Alicia en el País de Las Maravillas y al fin cuando me despertaba, me había orinado en la cama, pero sabía que no era yo, era Margarita; pero era yo, quien tenía que lavar las sábanas y las cobijas y poner a asolear el colchón, calarme los regaños de mamá que oían todos los vecinos. Creo que Margarita a esa edad tenía un orgasmo.
A los trece años me enamoré de Pedro Peñón, el primer amor de mi adolescencia y a quien nunca he podido olvidar; ni quiero hacerlo. Era flaca, oscurita y larga como “una vara e puyá locos” pero me vestía a escondidas con la ropa de mi mamá, me pintaba los labios, me arreglaba el pelo y me paraba frente al espejo quien reflejaba a la muchacha más hermosa del mundo. ¡Que bella fue la experiencia del conocimiento del amor correspondido en mi vida! Esta época la revivo cada vez que me siento “no amada” entonces recuerdo que fui amada y amé.
También me enamoré de Pablo López y de Ronaldo, me amaron y los amé. En el escaparate viví mis amores, me veía en el espejo vestida de novia, bajando por la escalera de la casa de Margarita y del brazo de mi papá, que me llevaba al altar, pero no veía al novio pues éste estaba en una urna muerto y en el velorio yo bajaba a llorar desconsoladamente.
Creo que si me hubiera casado más joven, me hubiera quedado viuda, pues muchos de los amores de mi juventud pasaron a mejor vida, se que me amaron porque vinieron a despedirse de mí. Pablo. Ernesto, José, Chuá Chuá. Fue por estos tiempos en que decidí que no me casaría y el destino me llevó al convento. Creo firmemente en que todo está escrito, podemos hacer algo para suavizarlo, pero se cumple inexorablemente esto me viene de mi alma gitana; lo llevo por dentro.
Ya estaba en el liceo y me volví comunista, quería cambiar al mundo. En mil novecientos sesenta participé con un grupo de liceístas y universitarios que le quitamos la corona que iba a colocar Nixon ante la estatua del Libertador yo les tiré la bandera de los Estados Unidos a los estudiantes y la volvieron añicos junto a la corona de flores. Llegué a ser una guerrillera urbana.
A los quince años, una tarde en que me metí en el escaparate, el piso del mismo cedió ante mi peso y mi pie cayó como en una gaveta, un compartimiento secreto del armario, cuando traté de sacar el pie, se encerró la pierna entre las astillas de la madera, entonces me senté y traté de levantarlas una a una cuidadosamente, para que no me hirieran la piel, metí la mano para ayudar mi pie, cuando toqué una cosa suave, blanda, húmeda, fui tanteando alrededor y logré sacar a aquella cosa, que era una caja de cuero, como un cofre, pude sacar el pie y me quedé sentada en la orilla de la puerta, con aquello en las manos, mi corazón estaba encogido, saltaba y volvía a encogerse, una especie de pavor, audacia, curiosidad, ese montón de sentimientos juntos que nunca he podido definir, que se me trepan al estómago, me asfixian, se forma una bola de fuego, que se me sube por la espina, llega al cerebro y me paraliza se me pone todo negro y pierdo el conocimiento por unos segundos. Luego baja lentamente y es como si un sapo saltarín se quedara en mi barriga y es cuando me provoca salir corriendo y gritando. Una vez le conté esto a Margarita quien me dijo:
-Es la pavura, a mi me pasa lo mismo cuando está por sucederme algo importante.
Al fin pude ponerme en pie, cerré la puerta del escaparate, me asomé al espejo y llamé a Margarita y le enseñé lo que había encontrado: un diario escrito en portugués y un atadito de cartas viejas amarradas con una cinta azul desvaída; nos sentamos en mi cama; ya el escaparate había pasado a ser de mi propiedad, pues mamá lo pasó para el cuarto de las niñas el día que cumplí quince años. Las dos, Margarita y yo decidimos dejar la lectura de los papeles para más adelante cuando estuviéramos más grandes.
Gladys Laporte.

martes, 27 de abril de 2010

EL CAMIÓN DE LAS MUÑECAS



Este era un hombre herrero de profesión, que tenía su camión, en el que transportaba su material de trabajo; largas varillas de hierro; lleno de muñecas de todo tipo colgando desnudas de las barandas del mismo. Todo el mundo se admiraba de observar aquel camión con más de cien muñecas y en el asiento llevaba tres sentadas a su lado. Los más atrevidos le preguntaban:
-¿Por qué cargas esas muñecas así? El hombre respondía tristemente:
-Porque me gustan mucho.
A él no le gustaba que le preguntaran, solo las lucía para que las vieran, pero el motivo y su dolor los llevaba muy adentro y en muy raras ocasiones había hecho el relato de la historia que acompañaba a esta extraña afición.
Tenía veinte y seis años cuando se enamoró perdidamente de aquella linda muchacha en un pueblo de pescadores; como era transportista viajaba por todo el país, llevando distintas mercancías. En esa oportunidad llevó medicinas para una farmacia que estaban inaugurando en el pueblo, razón por la cual se encontraban de fiesta, ya que era la primera vez que se establecía un comercio de este tipo en la localidad. Se enamoraron desde el primer momento que se vieron, se quedó en el pueblo por varios días y fue a conocer la familia de la joven y la pidió en matrimonio, pero el padre le dijo:
-Si la quiere de verdad llévesela, a mi no me gusta el matrimonio, ella que pruebe y si usted no se porta bien, que ella agarre su cachachás y se regrese pa su casa, que aquí no sobra, solo le agradezco que no me le pegue, porque si lo hace lo mato, tampoco me la haga pasá hambre y desnudez, porque aquí tiene mucho pescao y plátano verde, ella nunca ha pasao hambre y cada seis meses estrena un camisón de cretona floreá y sus chinelas, así es que ojo pelao pues, que les vaya bien y que Dios los acompañe.
Emprendieron felices el viaje hacia la capital donde vivía el muchacho y no hubo pareja que se amara más en el mundo que aquellos dos seres.
El muchacho la llevó a vivir para su casa que era muy humilde pero tenía todas sus comodidades y era limpia y fresca, la muchacha quedó encantada y enseguida compraron muebles nuevos y cortinas. A la joven le gustaban mucho las muñecas y le dijo a su marido que le regalara una para sentarla en la cama. El hombre le trajo cinco muñecas con los más lindos trajes y la muchacha quedó fascinada. Los primeros tiempos él se la llevaba a viajar por los distintos lugares donde iba a trabajar, pero la muchacha quedó embarazada y ya no pudo andar más encaramada en el camión.
A medida que pasaban los meses, el hombre no cabía en sí de la felicidad que sentía y cuando le hicieron los exámenes a la mujer, le dijeron que tenía en su vientre a dos niñas gemelas. El hombre se volvió como loco de la alegría y empezó a comprar ropitas y cunas y coches y eso sí muchas muñecas.
Una tarde en que regresó de un largo viaje la muchacha salió a recibirlo por el garaje y él estaba metiendo el camión en retroceso, de repente perdió el control y el camión se le fue para atrás aplastando a la muchacha contra la pared.
El hombre no tuvo más consuelo, había matado a su mujer y a sus dos hijitas. El se quería matar para acabar con su dolor, pero no tuvo el valor de hacerlo, fue cobarde. Estuvo algún tiempo preso le dictaron sentencia por
Homicidio culposo.
En la cárcel se volvió peleón y buscaba que algún preso lo matara, para salir de ese dolor que le corroía el alma, tal era su grado de desesperación que algunos amigos hablaron con los evangélicos del penal y éstos empezaron a hablarle de Dios y sus milagros, poco a poco el hombre fue hallando un poco de paz y se convirtió al Evangelio. Se integró a un curso de herrería que impartían en la cárcel y así fue como cuando salió a la libertad fue herrero de profesión y fue entonces cuando
se le ocurrió colgar a todas las muñecas en su camión, sentó a las que representaban a su mujer y a sus hijitas a su lado. Recogía las que la gente le daban, por que les llamaba la atención, ver aquel poco de muñecas colgando en las barandas de un camión.

comentarios:


1 comentarios: Anónimo dijo...

que historia tan triste :(

17 de septiembre de 2010 05:08


LA VENDEDORA DE MINUTOS



La muchacha camina impasible por la plaza, parece estar circunscrita a ese lugar, pues aunque quiere, no puede salirse de sus perímetros, levanta la cabeza, se sienta en un banco, se registra los bolsillos del saco como buscando sus sueños rotos, de pronto se levanta de nuevo a caminar y sale dispuesta a tropezarse con la gente, les da duro con las manos en la cara, no la sienten, pide disculpa y ellos continúan y se sacuden como si una brisa suave les rozara el rostro. Busca en las voces de los otros el propio eco de su voz dormida, nada, la palabra se quiebra en su garganta y la mudez surge con el rugido pavoroso de los tiempos, transmitiendo sus gemidos al silencio. Grita con todas sus fuerzas y un silencio voraz reemplaza el alarido que en la mañana sonara.
Vaga insomne por la plaza, sin dormir ni un solo minuto y no sabe en que momento perdió el rumbo de la senda de su vida. Se pregunta:
¿Cuál sería el minuto en que perdí el camino de mi casa? ¿Cómo llegaré hasta ella si olvidé el camino? ¿Deberé tomar la ruta del beso para salir de aquí?-¿Dónde encontraré todo aquello que era los domingos libres en mi casa? Junto a mis hijas y mi madre querida. ¡Debo salir de aquí!
La Vendedora de Minutos aún sueña con sus secretos de adolescente que marcaban las campanadas enamoradas de la iglesia de su pueblo. Otra noche al trasluz, llega la mañana y es otra noche vivida.
Ese día transcurre bien, está casi contenta, en su esquina está otra muchacha, es de su barrio, la conoce, va a saludarla a preguntarle por sus hijitas, si las ha visto y su madre si sabe que estarán haciendo. Inútilmente se cansa de parársele enfrente, trata mil veces de dirigirle la palabra, pero es en vano, la joven no la escucha, es como si no la viera.
Llega de nuevo la oscuridad y sola, ve pasar espectros de otros que antes se han ido, se sienta de nuevo en un murito y registra y registra sus bolsillos y no encuentra ni un solo minuto de ella. ¿Será por que los vendió todos a los otros que se los compraban en aquella esquina? Quiere correr a su casa y buscarlos en los armarios donde presume que se encuentran sus minutos escondidos. ¿Será cierto que no podrá recuperarlos jamás? Ayer se lo dijo un muchacho que como ella vaga en el lugar sin rumbo fijo, el que tiene el mismo tiempo que ella de haber llegado a la plaza:
-Tus minutos los perdiste como yo y no lograremos ya nunca encontrarlos en esta vida.
Así, un día y otro día, se extraña de que no siente hambre ni sed, ni necesidad alguna, solo esta angustia que la invade al sentirse perdida, lejos de su casa, en este cuadrado de mármol, con la estatua a caballo que la contempla impertérrita.
Ayer domingo, a las doce en punto del día; después de la misa de las fiestas de la Virgen, vio entrar a la plaza a su madre y sus dos hijas, traían flores en sus manos, las besaron y las depositaron en aquella esquina. Quiso abrazarlas y besarlas, consolarlas porque en sus ojos muchas lágrimas había, pero no pudo, no la vieron, mientras más su brazos hacia ellas extendía más lejanas se le hacían. Tenía curiosidad de saber lo que pensaban, quería conocer el pensamiento de sus niñas, ¿Cómo estarán sin mí, quien les dará besos en las noches al dormir y al llegar de la escuela?
Sigue triste, porque las tres se fueron y no pudieron recibir un beso suyo, y a ella lo que la distingue son sus besos; muchos besos; a sus amores, a sus amigos, hasta a su gato y a su perro, recuerda que en el liceo los muchachos la llamaban “la tira besitos”. Entre la cortina de lágrimas que ruedan por sus mejillas se pregunta:
-¿A dónde iré yo? ¿Adónde fueron los minutos que vendía? ¡Será todo como este ensueño o será el último parpadeo que me depara el destino. Tengo ganas de cantar, si pudiera cantar vendería minutos cantando con una tierna melodía; como cantaban los vendedores de dulces cuando era niña: …” De piña, de coco, hay guayaba, hay coquiiiiitos”… Yo cantaré… “¡Se venden minutos a doscientos bolos cada uno!... ¡Llévelos señora, señor, señorita! ¡Solo a doscientos bolivitas… minutooos…minutos!” Canta tratando de recuperar la vida con su canto.
Aún me quedaban infinitos minutos por vender, la gente me los compraba como pan caliente; esperando algo inaudito: una madre que tiene tiempo que no ve al hijo ingrato, peleas de enamorados, citas, reconciliaciones, anuncio de la muerte de un ser querido, negocios de pobres, el nacimiento de un niño, la alegría del amor en una adolescente, la oficina del que no la tiene. ¡Que se yo! ¡Cuántas cosas oí cuando vendía minutos, bueno, a veces los regalé, porque algunos no tenían el suficiente dinero para pagármelos, pero yo se los cobraba a los ricos. Mucha gente me contó su historia debajo de aquel paraguas de colores, en esta misma esquina de la plaza, compartiendo un cafecito negro. Además de vender minutos era la psicóloga del pueblo.
Quisiera salvar aunque fuera unos segundos de alegría, donde mi memoria guarda lugares bellos, la primera vez que me enamoré y di un beso donde se me fue media vida, dentro de lo que cabe he sido feliz, el día que mi mamá me dijo: el señor que maneja la camioneta es tu padre y fui me paré de mi asiento, le di un beso y me regaló cinco bolívares, fue la única vez que lo vi. Cuando parí a mis hijas, sin duda alguna lo más bello que me ha sucedido, aunque con la última casi me muero, me dio pre eclampsia, vi al Ángel de la Muerte junto a mi cama. Quiero recordar riendo lo que otros quizás recordarán llorando, sintiendo como bofetadas los recuerdos en lo más recóndito del alma.
Deseo olvidar esos segundos de un minuto lleno de hipocresía, de los dos hombres que me juraron amor y se burlaron de mí y me abandonaron en la corriente de la vida, pero no fueron malos, cada uno me fecundó una hija, me dejó un amor en cada una de mis hijas y una lección aprendida.
¿Será que se olvidarán de este humilde corazón infortunado? ¿Me quedaré presa para siempre en estas largas noches sin consuelo? ¿No veré otra vez una mañana de primavera? ¿No volverá a brotar en mí el amor por otro hombre? ¿No correré de nuevo por las calles del pueblo, para llevar a las niñas a la escuela, ir a comprar al mercado y luego llegar corriendo a mi esquina a mi puesto de alquiler de teléfonos donde vendía minutos? Minutos de los que comíamos todas, mi madre, mis hijas y yo, nos alimentábamos de minutos, que ahora se van transformando en horas de dolor y de miseria. ¿Porque quién les estará dando la minuta? Mi madre no puede trabajar ya esta muy cansada y vieja y mis niñas son muy chicas aún, este pensamiento me aturde y me desconsuela, quisiera ver por un huequito el comedor de mi casa, en las horas de comida.
En el aire viene volando una página de diario, se enreda en las ramas de un árbol y ella puede leerlas:
La noticia en el periódico del pueblo dice con letras rojas: ASESINADA MUJER QUE ALQUILABA TELÉFONOS EN LA ESQUINA DE LA PLAZA BOLÍVAR, DOS MALANDROS QUE SE DESPLAZABAN EN UNA MOTO LE DISPARARON TODAS LAS BALAS DE SUS PISTOLAS A UN JOVEN QUE ESTABA LLAMANDO POR TELÉFONO, SE PRESUME UN AJUSTE DE CUENTAS Y LE SEGARON LA VIDA A ÉL Y A LA TELEFONISTA, QUIEN QUEDÓ IDENTIFICADA COMO AURA LÓPEZ,LA MUJER DEJA DOS NIÑAS PEQUEÑAS Y A SU MADRE SOLAS.
¿Aura López? Ese es mi nombre, ¿que hace mi nombre en las páginas de un diario viejo? Dios ¿Será verdad? No, ese es el nombre de otra mujer que se llama cono yo. No puede ser. No recuerdo nada de ese instante.
Creo que tengo un aleteo breve en el alma, tan breve como el segundo en que te das cuenta de tu propia muerte. No se, ya me está dando algo, siento muy extraño cuanto me sucede, una rara sensación de que no estoy viva, pero aseguro que existo deambulando sin voz en la brisa y en el viento. A mi no me corresponde irme todavía, lo sé, me lo dijo el Ángel aquel el día que nació mi niña, que vendría a buscarme cuando fuera viejecita, en el último minuto de mi existencia.
¿Será que esta mujer, Vendedora de Minutos tendrá que vivir eternamente en soledad, rondando este lugar? Aquí donde una bala loca le tronchó la vida en flor y le dejó los labios desiertos de besos ¿O vendrá algún Ángel subterráneo a rescatarla y a llevarla a recobrar la paz que tanto anhela?

lunes, 26 de abril de 2010

SERIE "BUU, QUÈ MIEDO" (3) LAS SEÑORITAS DE PUNTA BRAVA




En Mucusís hay un barrio al que llaman Punta Brava y allí solo viven unas diez familias que son parientes entre sí y todos son cotudos (son personas que sufren de inflamación de la glándula tiroides y les crece una especie de bolsa en el cuello y en el pueblo lo llaman coto).

Como son así nadie quiere casarse con ellos y entonces se casan unos con otros y nacen más cotuditos. Entre todos en un rancho alejado, vivían cinco señoritas viejas cotudas, que bordaban lindísimas prendas de organdí y encajes para las novias del pueblo, con eso era que se mantenían.

También sabían hacer trabajos de magia y brujería, por dichos motivos la casita se mantenía muy visitada por las mujeres del pueblo. Una vez llegó una rica mujer solicitando un servicio de maleficio. La vieja les contó que su hija una rica heredera, había ido a estudiar a la capital, que había dejado a su novio, un joven rico y buenmozo, quien le prometió esperarla, pero el muchacho se enamoró de una pobre muchacha del pueblo y el domingo próximo iban a casarse, ella quería vengarse de la joven, por haberle quitado el novio a su hija, que pagaría muy bien por el trabajo.

Las señoritas que sabían quien era la novia; porque había mandado a hacer su tocado con ellas, le dijeron a la mujer que se fuera tranquila que ellas sabrían que hacer y que el domingo vería el resultado.
La boda se iba a celebrar por la mañana, durante la misa del domingo, la iglesia estaba de bote en bote y cuando entró la hermosa joven se veía como tambaleante, pero todo el mundo pensó que era por los nervios.

Cuando llegó al altar donde la esperaba el novio cayó al piso cuan larga era y cuando se acercaron vieron que estaba muertecita, la llevaron al hospital y al desvestirla para hacerle la autopsia el médico vio cuando le quitó el velo que del moño de pelo salía un enorme alacrán que estaba enredado en los tules del tocado. El bicho la había picado numerosas veces inyectándole su veneno y le causó la muerte a la muchacha. Toda la gente estaba consternada pues la jovencita era muy apreciada.

La vieja que había ordenado el trabajo estaba muy asustada por lo sucedido y se fue a la casa de las señoritas de Punta Brava a llevarles el dinero prometido. Cuando llegó al ranchito salió la más joven de las señoritas a atenderla y tenía la cara espantosamente blanca como empolvada de harina. La mujer estaba aterrorizada porque ella solo quería echarle una broma a la joven, pero no esperaba que muriera, esto le dijo a la bruja quien le contestó que ella no había especificado lo que quería y que por lo tanto ellas había obrado en consecuencia, pero estaba muy arrepentida porque sus hermanas estaban agonizando en el cuarto y ella se sentía muy mal. Le pidió que se llevara su dinero y que no volviera por allí más nunca.

La mujer se montó en su carro y cuando agarró la curva de la Vuelta del Diablo se fue por el barranco y se mató en el fondo del mismo Y dicen los que las han visto, que el Día de los difuntos a las diez de la noche, se ven las cinco señoritas de Punta Brava, corriendo arrodilladas detrás de una bella novia y dicen que la vieja no sale porque se la llevó el diablo en cuerpo y alma.

sábado, 24 de abril de 2010

SERIE "BUU QUÈ MIEDO" (2)EL NIÑO PERDIDO DE MUCUSÌS


Estábamos fascinados oyendo los cuentos de los viejos cuando de pronto una de las mujeres empezó a buscar a su hijito de tres años de nombre Ramoncito y el niño no aparecía por ninguna parte, al rato todo el mundo, que éramos como unas veinte personas, comenzamos a buscar al muchachito, que era un catirito, gordito muy bonito y simpático, buscamos en toda la vivienda y por los alrededores y luego la gente se fue por las calles cercanas y empezaron a preguntar a los vecinos y nadie había visto al niño. En la última casa del pueblo vivía una vieja que era curandera y bruja y cuando le preguntaron si había visto al niño, dijo:-
-A ese se lo llevó el duende de los cochinos, porque él se venga de las personas que matan a los cochinos sin pedirle permiso. Le preguntaron:
- ¿Usted, lo vio llevárselo?
-No lo vi, pero lo oí, pues llevaba arrastrando a un niño que lloraba a grito pelao, por el camino del río, yo no me asomé, porque ese no es problema mío.
Todas las personas corrieron hacia el río y cuando llegaron pudieron ver en la arena, que habían arrastrado a alguien pequeño, porque allí estaban sus huellas. Raudo de la oscuridad surgió un bote que llevaba una luz amarilla fantasmal y en la proa se veía a un niño muy parecido al que andaban buscando, varios hombres se tiraron al río para tratar de detener al botecito, pero cuando más se acercaban, más lejos se veía, hubo uno que se iba ahogando y tuvieron que salvarlo los compañeros. Cuando vieron que era imposible regresaron a la casa, donde la madre estaba loca de dolor y más cuando le contaron lo que habían visto. La mujer corrió desesperada a la casa de la bruja y le preguntó que podía hacer para salvar a su hijito y ésta le contestó que debían hacer un velorio con todos los asistentes y rezar y arrepentirse de matar cochinos, no sólo para comer por hambre sino también para hacer jolgorios con ellos. La mujer que se llamaba Trémula reunió a la gente y se pusieron a rezar y se arrepintieron de matar a los cochinos de la fiesta, así estuvieron hasta el amanecer y cuando todos se empezaron a ir, fueron tomando sus sacos y chales que habían ido dejando sobre una cama y cuando quitaron el último encontraron al niño durmiendo plácidamente debajo de todos los trapos. La gente se fue santiguándose para su casa.

jueves, 22 de abril de 2010

SERIE "BUU QUÈ MIEDO" (1) "EL ALPARGATÙO DE MUCUSÌS



Se estaba celebrando una reunión de cumpleaños en el pueblo de Mucusís, habían matado dos cochinos y estaban friendo los chicharrones en un inmenso caldero negro, las llamas del fogón eran las que le daban luz al patio; donde nos encontrábamos conversando todos los familiares y amigos que habíamos acudido a la fiesta; nuestras figuras se veían alargadas y fantasmagóricas, danzando a la luz del fuego.

En el interior de la casa se alumbraban con lámparas de carburo y de querosén. Los niños corríamos por todos lados jugando gárgaro y a las escondidas, cuando nos llamaron para que fuéramos a escuchar los cuentos de fantasmas y aparecidos que hacían los viejos.

Nos sentamos en el patio de tierra sobre trozos de coleto. El primer cuento era acerca de un señor muy viejito que se había quedado viudo y sin más familia. El se iba todas las tardes a las seis para el cementerio a dormir encima de la tumba de su esposa y cuando llovía se metía en un panteón cercano; que por lo viejo ya se le habían caído las rejas de la puerta. Apuntan que cuando el viejo se murió, todas las tardes a las seis; después que dan la hora las campanas de la iglesia, se oyen por las calles del pueblo unos pasos producidos por alguien que arrastra unas alpargatas y dicen los que van por la calle y oyen los pasos y voltean para atrás logran ver a Ño Lucas que va rumbo al cementerio riendo con unas carcajadas cavernosas y la persona que lo ve, queda horrorizada, por eso es que la gente del pueblo de Mucusís se recoge temprano en sus hogares y si por casualidad andan en la calle a esa hora y oyen las alpargatas, nadie se atreve a voltear.

Aún dicen que sucede eso en pleno siglo veintiuno.

GALOPAR DE CABALLOS




Era diciembre y estaba haciendo un friìto muy sabroso en Maracay, en el sector que llaman Camburito.
Me encontraba en el patio de una casa a eso de la una de la madrugada conversando con unos amigos cuando un señor mayor que estaba en la reuniòn nos dijo: -"¡Paren la oreja, oigan, oigan el galopar de los caballos!"
Nos quedamos callados y efectivamente oimos que el viento soplaba como un galopar de caballos que pasaba a toda velocidad por entre las matas del patio. Nos quedamos perplejos.
El señor nos refiriò que ese era Tarazona buscando el tesoro que el dìa que muriò el General Gomez èl enterrò bajo unas lajas en la orilla del rìo y, como tuvo que huir, no le diò tiempo de sacarlo en vida. Ahora lo busca despuès de muerto. Nos refiriò que muchas personas lo han visto en compañìa de sus amigos rondando por la zona.
Al dìa siguiente, yo tenìa una intervenciòn en un programa de televisiòn local y echè el cuento. Luego me fuì para la casa de mi hija, que quedaba en Tocoròn, y me agarrò la noche.
Cuando iba pasando por un camino hacia la parada del bus, siento que viene un ventarròn y como diez caballos que se me venìan encima a todo galope. El viento me empujò contra una cerca de alambre de pùas y quedè ensartada ahì. Los caballos pasaron por encima de mì; no los vì, los oì solamente.
Las personas que venìan detràs de mì me ayudaron a levantarme del suelo y me despegaron del alambre, pues creìan que yo me habìa caido. Aùn tengo cicatrices en los brazos.
Le contè lo sucedido al señor que me echò el cuento y me dijo que ese habìa sido Tarazona, porque yo habìa revelado su secreto ante un pùblico muy grande y la gente se puede entusiasmar e ir a registrar el sector a ver si encuentran el tesoro.
Le pido que me perdone, pero esto me pasò y lo cuento como algo asombroso, pero no voy a dar las señales de dònde se halla la botijuela. No quiero màs problemas.
COMENTARIOS A ESTA ENTRADA:

Luís Felipe Aristigueta Fuenmayor dijo...
¿Un fantasma? ¿Esa historia es real? Qué mal. No.
11 de febrero de 2011 10:33  

MIS PINTURAS