El blog de Gladys Margarita Laporte de Villegas "La Abuela Cuenta-cuentos de Guarenas,Patrimonio Cultural Viviente del Estado Miranda (Venezuela) Desde Guarenas para el mundo... CONTACTO: en-elocaso@hotmail.com
GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS
24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE.
REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909
MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA
03/2010
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jueves, 29 de abril de 2010
DE UNA BIPOLAR PARA USTED
MARGARITA Y MARGOTH, MAS QUE AMIGAS HERMANAS, EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS.
Verlo fue amarlo de inmediato y él a mí. Sentí que lo había conocido desde hacía tiempo atrás. Era como un familiar que volvía; no era una cosa, un objeto, era algo con vida propia y que sabía mucho de mí. Daba vueltas alrededor de él y lo iba abrazando por pedacitos, pues era tan grande y ancho que no lo abarcaba de una sola vez.
Hacía como tres horas que lo habían traído y yo no salía de mi embeleso. Fue mi abuelita quien me sacó de él diciéndome:
-Pipiola, busca la libreta del fiao y le dices al portugués que me mande un frasquito de aceite Tres en Uno.
Me levanté inmediatamente de mi sitio de observación y salí disparada para la bodega a hacer el mandado, en el camino me encontré con mi madrina Begoña y le grité:
-¡Bendición madrina! ¡Ya lo trajeron! ¡Ya lo trajeron!- y seguí corriendo.
-¿A quién trajeron? Muchacha loca ¿A quién?
Pero su voz se perdió en el viento y yo seguí en mi veloz carrera.
Cuando regresé, ya mi madrina estaba allí, observando con cara de conocedora el hermoso mueble recién llegado a casa.
Con voz de experta decía:
-¡Hum! Encarnita se puso en la buena, este bicho es fino y de buena madera. ¿Quién se lo vendió? ¿Sería de un muerto?
-¡Oh, no!- dijo mi abuelita- Era de Misia Lola Sotillo, se lo vendió en ocho bolívares, porque se van a mudar para un apartamento y el bicho ése no les cabe en el cuarto.
-¿Ocho bolos nada más?, pero si solo el espejo los vale. ¡Qué ganga!
Yo oía la conversación, pero no le prestaba mucha atención pues estaba en la contemplación de mi hermoso escaparate. Lo olfateaba, olía a gente fina, rica, tenía como un perfume embebido en la madera. Era de caoba, estaba barnizado y tenía “tres cuerpos”- como decía mi madrina- en la puerta del centro tenía un espejo biselado con dos ramitos de flores en cada esquina. Mi abuelita le dijo a mi madrina:
-Lo voy a pulir con el aceite Tres en Uno, para que cuando Encarnita venga lo encuentre limpiecito y brillante. Por ahí me quedó un pedacito de cobijita de la que estoy bordando. Luego se dirigió a mí:
-¡Muchacha! Agarra ese trapo y pule allá abajo, ya estoy muy vieja y no me puedo agachar hasta ahí.
Agarré mi trapito y me puse a limpiar las patas del mueble, más que limpiarlo lo acariciaba, lo sobaba, le daba la bienvenida. ¡Qué alegría tan grande! Era la primera cosa de gran valor que entraba en mi casa y era como un presagio de tiempos mejores.
Seguía admirando mi hermoso escaparate que era “de mujeres” ¡Bello de verdad! Brillaba pulidito. ¡Parecía una joya! Así me encontró mi mamá mirándolo con la boca abierta.
-¡Mira muchacha “boca abierta”! ¡Mucho cuidado con este espejo! ¡No me lo vayas a quebrar! Porque si me lo quiebras, te mato a palos. ¡Oíste! ¡Te mato!
Entre mi mamá, mi madrina, mi tío Tiberio y mi abuelita metieron el escaparate para la sala; que era el cuarto principal de la casa y el más bonito; el dormitorio de mi mamá. Una vez instalado, mamá, que cargaba las llaves, lo abrió y ¡Oh! ¡Qué emoción! Me asomé y vi para arriba aquella enorme “casa” de madera, inmensa, tan alta que solo alcanzaba con mi brazo estirado hasta el tercer travesaño y el techo era altísimo, ni que me montara en una silla, hubiera podido llegar a él.
Mi abuelita empezó a traer las ropas que estaban colgadas en un palo de madera que cruzaba una esquina de la pared de su cuarto, pero mi mamá le dijo:
-Todavía no vamos a meter nada. Trae el agua bendita para bendecirlo y pedirle a Dios que se lleve las malas influencias que pueda haber adquirido de los dueños anteriores.
Mi abuela trajo el agua bendita y lo rociaron, rezamos, mi abuela prendió una vela. Después de esta ceremonia mamá le dijo a abuelita:
-Ñota, aquí solo vamos a guardar la ropa de salir y la ropa de cama fina, no “el trapero de andar”
-¡Claro, claro!-dijo mi abuela- y empezó a trasladar ropa, para que mi mamá fuera escogiendo.
Guardó sus vestidos finos y los vestidos nuevos de mi abuela, la ropa de navidad mía y la de mi hermanita. También guardó las sábanas nuevas y un mantel bordado. Mi abuela le pasó dos toallas y un cubrecama que le había tejido Nine, que tenía guardados en el baúl. En la parte de arriba, mamá puso dos cajas, una con los documentos y otra con los recibos viejos y nuevos; también guardó una alcancía donde tenía los ahorros, que era un cochinito de cerámica..
Mi abuelita le pasó una caja llena de fotos de nuestros familiares, pero mi mamá se la devolvió diciéndole:
-¡Fó, Ñota! Esa caja no, tiene huevos de cucaracha, me va a cundir el escaparate, además huele muy feo a naftalina.
Mi abuela volvió a guardar su cajita en el baúl junto a su perolera hedionda a naftalina enseguida le dijo a mamá:
-¿Sabes Encarnación? Mandé a pedir un frasco de Tres en Uno a la bodega, para pulir el escaparate y Juan me lo anotó en la libreta del fiao.
-¡Ay mamá! Ya te he dicho que no mandes a pedir fiao a casa del portugués, sin mi autorización, porque después se me monta “un mono” que no hallo como bajármelo. ¿Cuánto costó?
-Dos cincuenta- contestó mi abuela-
-¿Tanto? No embrome mamá, eso es lo que cuesta un kilo de carne.
-¡Ay mija! Pero no te impacientes que cuando Paúl me dé yo te lo pago, es que quería que vieras el escaparate bien bonito.
-Está bien mamá, no te preocupes, pero para la próxima le pones vinagre con aceite de linaza y queda igualito ¡Vamos a oír la novela que esta noche habla Don Rafael!
No me daban permiso para salir a jugar a la calle con los niños vecinos, porque las niñas decentes no andaban jugando en la calle y menos de noche. Además qué iba a hacer en la calle, no tenía muchos amigos y había pocos niños de mi edad, estábamos recién mudados a la casa nueva y todos mis amigos se habían quedado en la casa vieja en Los Rosales.
-¡Ah pues! ¡Para qué había llegado mi escaparate! Me sentía muy sola en esta casa y muy extraña en la calle, no conocía a casi nadie.
Fue así como comenzó mi relación con Margarita, una amiguita que encontré viviendo dentro del ropero. Todo ocurrió aquella noche en que me quedé “sola” en la sala admirando el escaparate. Estábamos los dos completamente solos, me acerqué y comencé a darle besos hasta donde alcanzaba, lo saludaba y le daba la bienvenida a mi vida y a mi soledad. Nunca antes me había visto de cuerpo entero en un espejo.
Durante toda la tarde le había sacado el cuerpo al vidrio ya que intuía que había algo mágico en él. Poco a poco me fui acercando y me asomé al espejo. Vi hacia adentro y observé una enorme sala comedor con muebles de caoba, vitrinas, sillas y adornos y una enorme araña de cristal, al fondo una escalera blanca con una alfombra verde y barandales de hierro forjado y en el centro del descansillo una estatua blanca y una palmera natural, se partía en dos direcciones y debajo estaban unas sillas y jarrones con flores. Me aparté jadeante y no le dije nada a nadie, porque siempre me estaban pegando por embustera, estaba muerta de miedo. ¿Cómo iba a decir que había visto todo eso dentro de un espejo? Me volví a acercar y me asomé. Poco a poco fui viendo hacia adentro, ya no vi nada, me tranquilicé y me paré frente al espejo y fue entonces cuando me di cuenta que justo frente a mí, estaba una niña que me miraba fijamente, con los ojos tan abiertos y asombrados como los míos. Me eché un poco hacia atrás y la niña también. Estaba haciendo pucheros, con ganas de llorar como yo, le saqué la lengua y ella también me la sacó, entonces ambas nos reímos. Me acerqué para tocarla y ella hizo lo mismo extendiendo sus manitas hacia mí, pegué las manos del espejo y ambas retrocedimos espantadas, seguro me sintió tan dura y fría como yo a ella. Levanté la pierna derecha y ella levantó la otra, después la izquierda y ella hizo lo mismo. Me doblé de la risa y ella también. Me di cuenta que el vestido y los zapatos eran iguales a los míos y el corte de pelo lo usaba como yo. En ese momento le puse mi segundo nombre: Margarita o Margoth, como se llamó después a medida que creció conmigo. Margarita fue más que mi amiga, mi alma gemela, mi otro yo, mi conciencia, mi alter ego; que se yo que era Margarita para mí. Lo que se es que nos amábamos mucho y aún hoy nos amamos. Sobre todo porque si es verdad que Margarita me echó vaina yo también le eché. Aún Margoth es mi paño de lágrimas. La tengo retratada en mi computadora y siempre le hablo con cariño y ella contesta a mis preguntas: ¡No te rindas!
Fui una niña triste por naturaleza, introvertida, de mente catastrófica. Hoy según dice mi psiquiatra pertenezco al tipo melancólico-maníaco –depresivo y que padezco de trastorno bipolar. ¡Guá! ¡Ah! Pero él no sabe nada de Margarita quien a veces se pasa para mi cuerpo y se posesiona de él. A veces va a la consulta por mí y le cuenta chistes al doctor creo que él no se ha dado cuenta de nada.
No hubo niña más tremenda, activa y bochinchera, más alegre que Margarita, pero nadie sabía eso, era yo quien corría con la suerte de ser la niña más popular del barrio y de la escuela y la que llevaba palos, porque las tremenduras que Margarita hacía las pagaba yo.
“Este es un caso de doble personalidad”-diría el psiquiatra-
Pero, ¿qué sabe él? Si pudiera conocer a Margarita no diría eso.
Después de mi primera experiencia con la niña del espejo, me fui a acostar y empecé a contarle un cuento a mi abuela:
-Abuela, había una vez una niña que vivía en un escaparate...
-¡Hum! ¡Muchacha duérmete! Que el cuento te lo voy a contar yo cuando mañana te estés durmiendo en la escuela.
Fue lo último que oí esa noche A la mañana siguiente me vestí con mi uniforme nuevo y me fui para mi nueva escuela, al primer grado “B” porque me habían aplazado en el primer grado “A” en la otra escuela y como ya estaba muy grande me cambiaron a mitad de año.
Mi abuela me llevó de la mano y me tuvo que meter al salón a rastras, no quería ir para esa escuela tan fea. Parecía un taller o un mercado. No era bonita como mi primera escuela. Cuando mi abuela se dio media vuelta y la maestra se descuidó, me salí del salón y me fui llorando para mi casa. Como a las ocho de la mañana ya estaba de regreso en mi hogar. Cuando mi abuelita me vio casi le da un soponcio:
-¡Muchacha! ¿Cómo te viniste sola de esa escuela? ¿Y si te hubieras perdido? ¡Ay, no que va! ¡Esta niña es insoportable! Cuando tu mamá lo sepa no se que va a pasar. ¡Por eso es que llevas palo, por disposicionera! Estaba segura de lo que me esperaba. Pero ¿Cómo me iban a obligar a ir para esa escuela tan fea?
Me quité mi guardapolvo blanco, los zapatos y las medias y me coloqué la ropita de andar. Me puse a barrer y a tratar de hacer algo en la casa, rezándole a Dios para que mi mamá no supiera lo que había hecho.
Después que terminé me fui para la sala a mirar el escaparate y fue cuando se me ocurrió contarle a Margarita cuanto me había ocurrido ese día.
La niña me consoló y me dijo:
-Cuando no quieras ir para la escuela te acercas al espejo y yo paso a ti, mientras tú te quedas en mi casa, yo voy.
Así lo hicimos. Cuántas veces me quedé en la casa del espejo, que era inmensa, paseé por sus corredores y revisé cada cuarto, entraba a la biblioteca y veía los libros, corría por los jardines, patios y terrenos de la hacienda donde se hallaba ubicada. Veía a la familia, a los criados, a los trabajadores, pasaba por el lado de ellos, pero ninguno podía verme. No volví a la escuela porque no me gustaba. Margarita iba por mí casi todo el año, pero ¿Qué pasaba? Que a Margarita le daban miedo los exámenes y entonces el día de la prueba no había forma que saliera del espejo y se cambiara conmigo, entonces tenía que presentarme en la escuela y como era de esperar me “raspaban” porque no sabía nada. Con el tiempo aprendí a jugarle “kikirigüiqui” y no le decía el día que había examen. Se veía obligada a presentar la prueba y sacaba buena nota. Ni mi mamá ni mi maestra se explicaban por qué yo sacaba cien puntos en unas materias y treinta en otras.
Ese día, el primero de la nueva escuela, mi mamá con cara de secreto, le dijo a mi abuela:
-Ñota, ¡Cayó el gobierno! Mataron a Chalbaud, no sabemos lo que va a pasar.
Yo no sabía quien era Chalbaud,( el pueblo decía Chalbó) pero esa tarde estuvo gris y triste, era trece de noviembre de mil novecientos cincuenta, en todo el día se presentía como un susto, más allá del que yo tenía.
-¡Bueno!- dije yo- ¡gracias señor chalbó! Por que me libró de una tremenda paliza y me sonreía pícara con Margarita. Esa misma noche mataron al general Rafael Simón Urbina. Yo no sabía quienes eran Chalbó ni Urbina, pero lo cierto es que este suceso fue trascendental en nuestras vidas, pues en esos días llegó la Seguridad Nacional a nuestra casa y la allanó, cambiando por completo nuestra existencia, pero esto es harina de otro costal, no me voy a extender en este hecho, porque pertenece a otro relato, pero hago mención, porque días antes de este acontecimiento trágico, había tenido un desasosiego, un presentimiento- como decía mi abuela- a mi me daban cada veintiocho días con el paso de la luna unas tristezas, una nostalgia, una melancolía; en esos días cuando me metí al escaparate a hablar con Margarita ella me dijo:
-Márgara, prepárate que vienen días muy duros para ti y tu familia. Está escrito que pase y nadie puede impedirlo, todos conservarán la vida y saldrán bien de esto. Siempre que tengas miedo ven aquí, podrás esconderte en mi casa y nadie te encontrará, porque te harás invisible.
A raíz de los sucesos que acaecieron me convertí en niña clandestina y fue cuando nacieron mis miedos, sufrí de manía persecutoria y de otras vainas que inventó Freud, para joderme. Cuando tenía pesadillas y en ellas era perseguida por tigres, leones, un ejército entero, la policía, un montón de pollos, en los lugares más insólitos, en la calle, en el desierto, en el patio de mi casa, aparecía el escaparate, me metía en él y me salvaba. Hoy en día, despierta, ante una situación embarazosa, me meto en mi escaparate virtual y me siento a salvo.
Me pregunto a veces, ¿por qué a tan corta edad yo me daba cuenta de todo? Parecía que había vivido mucho, internalizaba mis desconsuelos y sufría el rechazo y el desprecio de mi madre. No se si todos los niños se den cuenta de eso. Una vez mi madrina Begoña me dijo que yo no era hija de mi mamá; sino que me había recogido en un basurero en una quebrada de Los Mecedores en La Pastora. Mi alma llegó al fondo del barranco, creí que era cierto aquello, pues sentía que mi mamá no me quería lo suficiente, odié a mi madrina. ¿Qué necesidad tenía ella de decirme una cosa como esa? Sembró la duda en mi alma y como mamá me maltrataba tanto, yo me sentía como una niña huérfana abandonada de cariño materno. Fue mi abuela quien intentó llenar esa laguna en mi vida. Me vio llorando con ese dolor tan grande, de una niña de siete años, sufrimiento que rebasaba mi estatura y se salía del cuerpo, un aura de dolencia y soledad que me acompaña perennemente. Mi abuelita me dijo que no le hiciera caso a las bromas de mi madrina, que eso no era verdad. Pero ya el mal estaba hecho.
Me metí a la sala y me fui a pasear con Margarita por el mundo del ensueño.
Esa tarde viajamos a la India, llegamos a una ciudad sucia, sin cloacas, recuerdo el olor a barro podrido de las aguas que corrían por las cunetas de las calles, andábamos por una calle llena de gente, era como un mercado, pues había tenderetes, de toldos multicolores con puestos de mercancía, las mujeres vestían con trajes largos y mantos en la cabeza, algunos hombres usaban turbantes, casi todas las ropas eran color naranja; vendían animales, ollas, tapices, verduras, libros, todo en una mezcolanza y aquel olor a agua podrida que se me metía por la nariz y me asfixiaba. También vi bicicletas con un carrito detrás para que se sentara la gente y adelante iba el conductor.
De pronto sentí que me arrastraron por la blusa al interior de una tienda, entré de espaldas y me costó unos minutos adaptarme a la oscuridad del lugar pues estaba encandilada con el reverberante sol colorado de afuera. Por fin volteé y pude ver a la persona que me había introducido a la tienda. Era un hombre alto, buenmozo, color canela, tenía barba y bigotes, usaba un turbante color crema y una sotana anaranjada, su mirada era dulce y serena, tenía los ojos grandes rasgados y tristes, provocaba quererlo. Yo creía que era Jesús. Me dijo:
-Soy tu darma, el único propósito que tienes ahora es ser feliz y próspera.
Me hizo un gesto con la mano para que viera detrás de él, a tres fakires que no tenían manos ni antebrazos. Entonces le pregunté:
-¿Quiénes son esos?
-Esos son tus tres karmas de vidas anteriores. Este es tu cuarto regreso.
-¿Y por que son mochos?
-¡Ah! Porque tú negaste las caricias a tus seres amados, ahora en esta existencia las caricias te serán negadas. Al tu dar caricias recibirás golpes, si logras superar esto a tus karmas le crecerán las manos.
-¿Cómo podré ser feliz como dices, si no me dan caricias?
Porque en esta existencia vas a dar caricias a muchas personas, pero no las recibirás de ellas, solo dando caricias lograrás ser feliz cuando seas mayor.
Todos los días cuando llegábamos de la escuela, a veces Margarita a veces yo, me sentaba delante del espejo para hacer las tareas, conversaba con mi amiguita o me iba a pasear con ella.
Muchas tardes me dormí frente al espejo. Mi abuelita me encontraba dormida en el piso y entonces metía una almohada bajo mi cabeza, me arropaba con una sábana y me dejaba dormir tranquila. Cuando despertaba me regañaba y me decía que me iba a volver loca por estar hablando con el espejo y que iba a agarrar frío en los huesos por estar durmiendo en el “suelo pelao”.
Margarita era y tenía todo lo que yo soñaba en ese tiempo: era disciplinada, muy bonita, alegre y dicharachera, leía muy bien, tenía una casa muy bella, padre y madre ricos y que yo pensaba que la querían mucho, juguetes a montón y un hermoso piano de cola. A veces hacía que me sentara con ella y trataba de enseñarme a tocar una pieza.
De vez en cuando veía a sus familiares que atravesaban un cuarto o subían una escalera, pero ellos no podían verme, Margarita me decía que estábamos en dimensiones diferentes.
Cuando quebré el espejo tenía como nueve años, estaba barriendo y el palo de la escoba cayó sobre él. Mi mamá casi me mata de la paliza que me dio. Mi abuelita me bañó con salmuera y me dio a beber agua de cogollo de mango para sacarme los golpes y acomodó los dos trozos de espejo con unas hojas grandes de almanaque y engrudo para sostenerlos al cartón. Solo podía ver la mitad de mi amiga y de su casa, de la cintura para arriba y de las rodillas para abajo, pero así y todo conversábamos.
Para el diciembre siguiente mi mamá mandó a montarle un espejo nuevo al escaparate, pero no era de la misma calidad que el antiguo, cuando uno se veía, la figura parecía que se movía, como esos espejos que había en el Coney Island. Mi madrina Begoña decía que tenía un defecto en el azogue, que era barato y eso que había costado ocho bolívares, lo mismo que el escaparate hacía dos años ya. A pesar de todo Margarita y yo “gozábamos un puyero” haciendo caras raras y morisquetas.
Las dos inventábamos maldades para hacerles a los otros niños y también elaborábamos chismes para ver a la gente peleando. Pero las maldades se le ocurrían a Margarita y yo las ejecutaba. Una vez le di un Alkaseltzer a un niño y le dije que se lo chupara y se tirara en el suelo, entonces empecé a gritar que Roberto tenía un ataque de mal de rabia y los vecinos salieron corriendo a auxiliar al muchachito, que le salía espuma por la boca. Nosotras nos moríamos de risa ante el espejo. Un día me pinté la boca con la pintura de mi mamá y me limpié los labios en el pañuelo de mi papá, cuando mamá fue a lavar el pañuelo se armó el gran zaperoco, por culpa de Margarita que me dijo que inventara eso. Asustada se lo confesé al cura quien me regañó y me dijo que no lo hiciera más.
Cuando llegó el día de hacer la primera comunión mamá me llamó y me dijo:
-Niña, vas a tener que comulgar con tu uniforme de escuela, pues no tenemos plata para comprarte ropa nueva. Lloré mucho frente al espejo y Margarita me consoló diciéndome:
-Eso no importa, lo maravilloso es recibir a Jesucristo en nuestro corazón. Yo te puedo dar un vestido de los míos, pero ¿Cómo hacemos? Al atravesar el espejo se desvanecerá por el tiempo que tiene, pero acepta contenta lo que te den.
Mi abuelita me trajo un uniforme del Colegio Teresiano, que le regaló la señora Celmira; era de una de sus hijas; una bata blanca de piqué, con alforzas a los lados y las mangas largas, mi abuela la blanqueó con lejía de cenizas de tizón y la almidonó con bórax, me compraron dos metros de cinta azul ancha, para hacerme un lazo en la cintura y una medalla de La Milagrosa para ponérmela en el pecho, mi tío Eloy me regaló los zapatos y mi madrina las medias y las pantaletas nuevas. Mi mamá me compró un librito de nácar y la vela, mi abuela me regaló una boina y unos guantes blancos, sinceramente estaba muy contenta y todos los días en la tarde, a escondidas me ponía mi ropa de comunión frente al espejo. Margarita me decía que iba a ser la niña mas linda del colegio, porque parecía una hija de María. Se acercaba el dichoso día y nos fuimos a la escuela a hacer el retiro por tres días, pasábamos desde la siete de la mañana hasta las cinco de la tarde preparándonos con ayuno y oración, para recibir la comunión, no podíamos hablar al regresar, ni comer demasiado; solo pan, mantequilla y leche, al mediodía nos daban un abundante almuerzo en la escuela. La mañana antes de comulgar no se podía comer nada hasta una hora después de haber comulgado. Mi abuela me bañó muy bien esa tarde anterior y me peinaron los crespos, me acostaron temprano y me levantaron a las seis de la mañana pues la misa era a las siete. Cuando entré a la sala vi aquel hermoso vestido como de novia sobre la cama, pensé que estaba en una de mis ensoñaciones. Mi mamá y mi abuela me vistieron con aquel traje de organza bordada, con faralaos y alforzas, una bolsita para las monedas, una corona de flores y un velo de tul ilusión, otras medias , otro par de zapatos, otro libro de nácar, un rosario , otra vela, dos pañuelos. No salía de mi asombro, pero no podía hablar estaba en ayuno de comida y de palabra, calladamente acepté que me vistieran como una princesa. Fui a verme al espejo para que Margarita me viera, pero ¡Oh sorpresa! Ella estaba vestida igualita a mí, salió del espejo y se fue conmigo a hacer su primera comunión.
Después supe que mi papá (quien estaba huyendo de la Seguridad Nacional, escondido en un cerro en Guarenas) se enteró a través de sus amigos que mi mamá no tenía para comprarme el vestido, entonces le envió la plata y justo tres días antes, la amiga de mi mamá llamada Guillermina; que era costurera, hizo mi vestido y mi padrino Paúl, me había mandado el otro juego de complementos del traje. La vida para mí ha sido un continuo milagro todo me ha sido dado; por eso me da pena que me diera esta depresión tan fuerte ahora después de vieja, cuando aparentemente no tengo nada por qué estar triste. A medida que fui creciendo más confidencias le hacía a mi amiga del espejo, cuando estaba triste me ponía a llorar y entonces Margarita me consolaba y me pasaba para su casa y nos íbamos a pasear por el mundo. Me gustaba mucho ir a Sevilla y entraba a las Cuevas del Sacromonte y bailaba flamenco en un tablao, oía perfectamente al cantaor y al guitarrista, el zapateo, sentía el olor del sudor de los gitanos que era como pimienta, olor de chorizos y perfume de claveles. Esto era tan real tan vívido que cuando traspasaba el espejo estaba segura que realmente había estado en esos lugares, pero ni loca hubiera contado esto a alguien. Me bastaba con lo que me ocurría en la vida diaria, para estarme buscando más problemas. A veces tengo un sueño recurrente: que estoy de visita en la casa de Margarita, se que he estado allí, reconozco cada uno de los lugares.
Llegué a robarme una llave del escaparate y cuando me quedaba sola en la casa, me metía dentro y allí rezaba, hablaba con Margarita y me dormía.
Margarita y yo éramos muy enamoradas, comenzamos a enamorarnos a los siete años y medio. Hubo un niño que fue mi primer amor de la infancia, se llamaba Pedro Badilla, era colombiano y tan bello que ese año lo eligieron príncipe de los carnavales en la escuela nueva. Margarita a veces se enamoraba de los mismos muchachos que yo.
Era la única forma que a mi me gustaba ir a la escuela; para ver al niño. Entonces empecé a retirarme del espejo y no me cambiaba tan seguido y empecé a sentir, amor, celos y envidia. Margarita era una viva, cuando se pasaba para mi cuerpo a veces permanecía hasta cuatro días y no se acercaba al espejo, como ella era más arriesgada que yo, atacaba al muchachito y él le correspondía , pero cuando me acercaba yo, él ni me volteaba a ver, estaba enamorada sola.
Margarita me contaba en el escaparate que Badilla le había regalado un lápiz, que el otro día había escrito su nombre en un cuaderno, que en la fila del recreo le había tomado la mano, ella me iba contando su amor y yo era la que sufría la pena del desamor. Ese año salí electa la reina de mi salón, me sentía bella. Pero como siempre mi madrina Begoña me dijo:
-Te eligieron reina, no porque seas bonita, sino porque la maestra sabe que tu mamá puede comprarte el vestido.
Pero a mi no me importó eso, era reina porque los niños de mi salón habían votado por mi alzando sus manitas y una niña anotaba rayitas en el pizarrón al lado del nombre de las candidatas y yo gané. Estoy segura que fui yo, no Margarita.
En mis experiencias sexuales ( en este tiempo no sabía esto) soñaba que iba por el bosque paseando con Badilla, entonces apreciaba una sensación extraña en mi cuerpo, un calor, un peso en mi vientre, un sofocón, una angustia dulce y tierna, sentía que me estaba muriendo, que iba cayendo por un túnel, como el de Alicia en el País de Las Maravillas y al fin cuando me despertaba, me había orinado en la cama, pero sabía que no era yo, era Margarita; pero era yo, quien tenía que lavar las sábanas y las cobijas y poner a asolear el colchón, calarme los regaños de mamá que oían todos los vecinos. Creo que Margarita a esa edad tenía un orgasmo.
A los trece años me enamoré de Pedro Peñón, el primer amor de mi adolescencia y a quien nunca he podido olvidar; ni quiero hacerlo. Era flaca, oscurita y larga como “una vara e puyá locos” pero me vestía a escondidas con la ropa de mi mamá, me pintaba los labios, me arreglaba el pelo y me paraba frente al espejo quien reflejaba a la muchacha más hermosa del mundo. ¡Que bella fue la experiencia del conocimiento del amor correspondido en mi vida! Esta época la revivo cada vez que me siento “no amada” entonces recuerdo que fui amada y amé.
También me enamoré de Pablo López y de Ronaldo, me amaron y los amé. En el escaparate viví mis amores, me veía en el espejo vestida de novia, bajando por la escalera de la casa de Margarita y del brazo de mi papá, que me llevaba al altar, pero no veía al novio pues éste estaba en una urna muerto y en el velorio yo bajaba a llorar desconsoladamente.
Creo que si me hubiera casado más joven, me hubiera quedado viuda, pues muchos de los amores de mi juventud pasaron a mejor vida, se que me amaron porque vinieron a despedirse de mí. Pablo. Ernesto, José, Chuá Chuá. Fue por estos tiempos en que decidí que no me casaría y el destino me llevó al convento. Creo firmemente en que todo está escrito, podemos hacer algo para suavizarlo, pero se cumple inexorablemente esto me viene de mi alma gitana; lo llevo por dentro.
Ya estaba en el liceo y me volví comunista, quería cambiar al mundo. En mil novecientos sesenta participé con un grupo de liceístas y universitarios que le quitamos la corona que iba a colocar Nixon ante la estatua del Libertador yo les tiré la bandera de los Estados Unidos a los estudiantes y la volvieron añicos junto a la corona de flores. Llegué a ser una guerrillera urbana.
A los quince años, una tarde en que me metí en el escaparate, el piso del mismo cedió ante mi peso y mi pie cayó como en una gaveta, un compartimiento secreto del armario, cuando traté de sacar el pie, se encerró la pierna entre las astillas de la madera, entonces me senté y traté de levantarlas una a una cuidadosamente, para que no me hirieran la piel, metí la mano para ayudar mi pie, cuando toqué una cosa suave, blanda, húmeda, fui tanteando alrededor y logré sacar a aquella cosa, que era una caja de cuero, como un cofre, pude sacar el pie y me quedé sentada en la orilla de la puerta, con aquello en las manos, mi corazón estaba encogido, saltaba y volvía a encogerse, una especie de pavor, audacia, curiosidad, ese montón de sentimientos juntos que nunca he podido definir, que se me trepan al estómago, me asfixian, se forma una bola de fuego, que se me sube por la espina, llega al cerebro y me paraliza se me pone todo negro y pierdo el conocimiento por unos segundos. Luego baja lentamente y es como si un sapo saltarín se quedara en mi barriga y es cuando me provoca salir corriendo y gritando. Una vez le conté esto a Margarita quien me dijo:
-Es la pavura, a mi me pasa lo mismo cuando está por sucederme algo importante.
Al fin pude ponerme en pie, cerré la puerta del escaparate, me asomé al espejo y llamé a Margarita y le enseñé lo que había encontrado: un diario escrito en portugués y un atadito de cartas viejas amarradas con una cinta azul desvaída; nos sentamos en mi cama; ya el escaparate había pasado a ser de mi propiedad, pues mamá lo pasó para el cuarto de las niñas el día que cumplí quince años. Las dos, Margarita y yo decidimos dejar la lectura de los papeles para más adelante cuando estuviéramos más grandes.
Gladys Laporte.
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