GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS

24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE. REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909 MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA 03/2010

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martes, 27 de abril de 2010

LA VENDEDORA DE MINUTOS



La muchacha camina impasible por la plaza, parece estar circunscrita a ese lugar, pues aunque quiere, no puede salirse de sus perímetros, levanta la cabeza, se sienta en un banco, se registra los bolsillos del saco como buscando sus sueños rotos, de pronto se levanta de nuevo a caminar y sale dispuesta a tropezarse con la gente, les da duro con las manos en la cara, no la sienten, pide disculpa y ellos continúan y se sacuden como si una brisa suave les rozara el rostro. Busca en las voces de los otros el propio eco de su voz dormida, nada, la palabra se quiebra en su garganta y la mudez surge con el rugido pavoroso de los tiempos, transmitiendo sus gemidos al silencio. Grita con todas sus fuerzas y un silencio voraz reemplaza el alarido que en la mañana sonara.
Vaga insomne por la plaza, sin dormir ni un solo minuto y no sabe en que momento perdió el rumbo de la senda de su vida. Se pregunta:
¿Cuál sería el minuto en que perdí el camino de mi casa? ¿Cómo llegaré hasta ella si olvidé el camino? ¿Deberé tomar la ruta del beso para salir de aquí?-¿Dónde encontraré todo aquello que era los domingos libres en mi casa? Junto a mis hijas y mi madre querida. ¡Debo salir de aquí!
La Vendedora de Minutos aún sueña con sus secretos de adolescente que marcaban las campanadas enamoradas de la iglesia de su pueblo. Otra noche al trasluz, llega la mañana y es otra noche vivida.
Ese día transcurre bien, está casi contenta, en su esquina está otra muchacha, es de su barrio, la conoce, va a saludarla a preguntarle por sus hijitas, si las ha visto y su madre si sabe que estarán haciendo. Inútilmente se cansa de parársele enfrente, trata mil veces de dirigirle la palabra, pero es en vano, la joven no la escucha, es como si no la viera.
Llega de nuevo la oscuridad y sola, ve pasar espectros de otros que antes se han ido, se sienta de nuevo en un murito y registra y registra sus bolsillos y no encuentra ni un solo minuto de ella. ¿Será por que los vendió todos a los otros que se los compraban en aquella esquina? Quiere correr a su casa y buscarlos en los armarios donde presume que se encuentran sus minutos escondidos. ¿Será cierto que no podrá recuperarlos jamás? Ayer se lo dijo un muchacho que como ella vaga en el lugar sin rumbo fijo, el que tiene el mismo tiempo que ella de haber llegado a la plaza:
-Tus minutos los perdiste como yo y no lograremos ya nunca encontrarlos en esta vida.
Así, un día y otro día, se extraña de que no siente hambre ni sed, ni necesidad alguna, solo esta angustia que la invade al sentirse perdida, lejos de su casa, en este cuadrado de mármol, con la estatua a caballo que la contempla impertérrita.
Ayer domingo, a las doce en punto del día; después de la misa de las fiestas de la Virgen, vio entrar a la plaza a su madre y sus dos hijas, traían flores en sus manos, las besaron y las depositaron en aquella esquina. Quiso abrazarlas y besarlas, consolarlas porque en sus ojos muchas lágrimas había, pero no pudo, no la vieron, mientras más su brazos hacia ellas extendía más lejanas se le hacían. Tenía curiosidad de saber lo que pensaban, quería conocer el pensamiento de sus niñas, ¿Cómo estarán sin mí, quien les dará besos en las noches al dormir y al llegar de la escuela?
Sigue triste, porque las tres se fueron y no pudieron recibir un beso suyo, y a ella lo que la distingue son sus besos; muchos besos; a sus amores, a sus amigos, hasta a su gato y a su perro, recuerda que en el liceo los muchachos la llamaban “la tira besitos”. Entre la cortina de lágrimas que ruedan por sus mejillas se pregunta:
-¿A dónde iré yo? ¿Adónde fueron los minutos que vendía? ¡Será todo como este ensueño o será el último parpadeo que me depara el destino. Tengo ganas de cantar, si pudiera cantar vendería minutos cantando con una tierna melodía; como cantaban los vendedores de dulces cuando era niña: …” De piña, de coco, hay guayaba, hay coquiiiiitos”… Yo cantaré… “¡Se venden minutos a doscientos bolos cada uno!... ¡Llévelos señora, señor, señorita! ¡Solo a doscientos bolivitas… minutooos…minutos!” Canta tratando de recuperar la vida con su canto.
Aún me quedaban infinitos minutos por vender, la gente me los compraba como pan caliente; esperando algo inaudito: una madre que tiene tiempo que no ve al hijo ingrato, peleas de enamorados, citas, reconciliaciones, anuncio de la muerte de un ser querido, negocios de pobres, el nacimiento de un niño, la alegría del amor en una adolescente, la oficina del que no la tiene. ¡Que se yo! ¡Cuántas cosas oí cuando vendía minutos, bueno, a veces los regalé, porque algunos no tenían el suficiente dinero para pagármelos, pero yo se los cobraba a los ricos. Mucha gente me contó su historia debajo de aquel paraguas de colores, en esta misma esquina de la plaza, compartiendo un cafecito negro. Además de vender minutos era la psicóloga del pueblo.
Quisiera salvar aunque fuera unos segundos de alegría, donde mi memoria guarda lugares bellos, la primera vez que me enamoré y di un beso donde se me fue media vida, dentro de lo que cabe he sido feliz, el día que mi mamá me dijo: el señor que maneja la camioneta es tu padre y fui me paré de mi asiento, le di un beso y me regaló cinco bolívares, fue la única vez que lo vi. Cuando parí a mis hijas, sin duda alguna lo más bello que me ha sucedido, aunque con la última casi me muero, me dio pre eclampsia, vi al Ángel de la Muerte junto a mi cama. Quiero recordar riendo lo que otros quizás recordarán llorando, sintiendo como bofetadas los recuerdos en lo más recóndito del alma.
Deseo olvidar esos segundos de un minuto lleno de hipocresía, de los dos hombres que me juraron amor y se burlaron de mí y me abandonaron en la corriente de la vida, pero no fueron malos, cada uno me fecundó una hija, me dejó un amor en cada una de mis hijas y una lección aprendida.
¿Será que se olvidarán de este humilde corazón infortunado? ¿Me quedaré presa para siempre en estas largas noches sin consuelo? ¿No veré otra vez una mañana de primavera? ¿No volverá a brotar en mí el amor por otro hombre? ¿No correré de nuevo por las calles del pueblo, para llevar a las niñas a la escuela, ir a comprar al mercado y luego llegar corriendo a mi esquina a mi puesto de alquiler de teléfonos donde vendía minutos? Minutos de los que comíamos todas, mi madre, mis hijas y yo, nos alimentábamos de minutos, que ahora se van transformando en horas de dolor y de miseria. ¿Porque quién les estará dando la minuta? Mi madre no puede trabajar ya esta muy cansada y vieja y mis niñas son muy chicas aún, este pensamiento me aturde y me desconsuela, quisiera ver por un huequito el comedor de mi casa, en las horas de comida.
En el aire viene volando una página de diario, se enreda en las ramas de un árbol y ella puede leerlas:
La noticia en el periódico del pueblo dice con letras rojas: ASESINADA MUJER QUE ALQUILABA TELÉFONOS EN LA ESQUINA DE LA PLAZA BOLÍVAR, DOS MALANDROS QUE SE DESPLAZABAN EN UNA MOTO LE DISPARARON TODAS LAS BALAS DE SUS PISTOLAS A UN JOVEN QUE ESTABA LLAMANDO POR TELÉFONO, SE PRESUME UN AJUSTE DE CUENTAS Y LE SEGARON LA VIDA A ÉL Y A LA TELEFONISTA, QUIEN QUEDÓ IDENTIFICADA COMO AURA LÓPEZ,LA MUJER DEJA DOS NIÑAS PEQUEÑAS Y A SU MADRE SOLAS.
¿Aura López? Ese es mi nombre, ¿que hace mi nombre en las páginas de un diario viejo? Dios ¿Será verdad? No, ese es el nombre de otra mujer que se llama cono yo. No puede ser. No recuerdo nada de ese instante.
Creo que tengo un aleteo breve en el alma, tan breve como el segundo en que te das cuenta de tu propia muerte. No se, ya me está dando algo, siento muy extraño cuanto me sucede, una rara sensación de que no estoy viva, pero aseguro que existo deambulando sin voz en la brisa y en el viento. A mi no me corresponde irme todavía, lo sé, me lo dijo el Ángel aquel el día que nació mi niña, que vendría a buscarme cuando fuera viejecita, en el último minuto de mi existencia.
¿Será que esta mujer, Vendedora de Minutos tendrá que vivir eternamente en soledad, rondando este lugar? Aquí donde una bala loca le tronchó la vida en flor y le dejó los labios desiertos de besos ¿O vendrá algún Ángel subterráneo a rescatarla y a llevarla a recobrar la paz que tanto anhela?

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