LA NIÑA A LA QUE NO LE GUSTABA SU CARA
CUENTO DE GLADYS LAPORTE
Por allá en los inicios de los tiempos, cuando el Creador estaba haciendo a los hombres, se puso a hacerles las caras. Como el barro estaba aún muy blandito, cada vez que hacía una nariz, una oreja o unos labios ¡Puaff! Se le iban cayendo como un helado de barquilla, el barro no cuajaba.
A Dios lo vinieron a buscar de la orilla del océano, para que creara las morsas, las focas, las vacas marinas y le colocara los agujeritos a las ballenas. Entonces tuvo que irse pero antes dejó encargado al Ángel Hacedor de Caras, para que lo ayudara a ir haciendo a cada uno la que mejor le cuadrara y, además, que se parecieran a los que iban a ser sus familiares.
El Ángel Hacedor de Caras, improvisó un taller, contrató a varios ángeles artesanos y entre todos iban haciendo las caras, como si fueran máscaras. Las metían en un horno, cuando estaban secas las sacaban y se las iban dando a cada uno por su nombre. Los hombres mujeres y niños agarraban sus caras y se las ponían delante de sus cabezas y se iban corriendo a los espejos de agua del camino a ver como les habían quedado. Todos estaban contentos y felices con la suya.
Hubo una jovencita llamada (aquí se coloca el nombre de la niña que se ha escogido para contar el cuento) que no estaba contenta con la cara que le había tocado, ¡Y eso que era bien bonita! La frente parecía una playa de Barlovento, las cejas un par de arcos tensados, los ojos dos almendritas de cacao tostadas, las pestañas un par de cepillitos negros, de esos de desempolvar estrellas, la nariz un par de fuellecillos de aire tibio. La boca. ¡Oh, la boca! Un corazón rojo como una manzana. La piel del color de la crema de mantecado.
Pero cada vez que (nombre de la niña) se asomaba al espejo de agua para verse la cara, se asustaba por las muecas de dureza que reflejaba su rostro.
Una noche en que ya todos se habían ido a dormir y el Ángel Hacedor de Caras había cesado en su trabajo, (nombre de la niña) se metió a escondidas al taller, con el propósito de hacerse la cara a su gusto.
Así pasó toda la noche fabricando máscaras de todo tipo y color y por la mañana se las llevó al espejo de agua y comenzó a probárselas.
La primera que se puso fue la de los Diablos Danzantes de Yare y dijo:
-¡Oh no! ¡Que susto! Es más fea que mi cara.
Y así se fue probando las máscaras de Las Locainas, la del Mono de Maturín, La de las Sardinas de Naiguatá, las de Zaragoza y se probó tantas, pero ninguna le gustaba. Las recogió rápidamente y presurosa las llevó al taller, pero en la carrera no supo donde había dejado la carita que le había sido dada por el Ángel Hacedor de Caras. Asustada, tomó una máscara pequeña y se la colocó en la cabeza y se escondió entre los árboles por temor a que la regañaran.
A los ocho días llegó Dios, pasó revista y vio que todas las personas estaban muy contentas con las caras que le habían sido dadas.
Al buscar entre la gente a (nombre de la niña) no la encontró. Entonces preguntó:
-¿Dónde está? (nombre de la niña)
-¡Aquí!- contestó (nombre de la niña) con una vocecita temblorosa.
El Creador volteó al verla allí, toda encogidita y asustada y se dio cuenta que en lugar de la cara cargaba una máscara. Entonces le preguntó:
-¿Que pasó con la cara que te fue dada?
La niña respondió.
- Es que se me extravió en un montón de máscaras, porque me quité la cara que me dio el Ángel Hacedor de Caras. No me gustaba, pues cada vez que me miraba en el espejo de agua me asustaba-.
El Señor Dios se mostró un poco disgustado con la niña. Pero se puso a infundir gracia, belleza, alegría, gestos, ceños en los hombres y dulzura ¡Huy, esos hermosos hoyuelos en los rostros de las mujeres! Cuando hubo terminado con las facciones de todos, llamó a la jovencita y le dijo:
-Ven conmigo al taller de caras para que escojas la que más te guste.
Y la niña buscó entre las caras que el Ángel Hacedor de Caras le mostraba, pero ninguna le gustaba. Ya Dios y el Ángel estaban cansados. Hasta que al fin, por allá en el fondo apareció una carita, toda arrugada y empolvada, un poco maltrecha y la joven la escogió, se la puso, dio las gracias a Dios y al Ángel y salió corriendo a mirarse en el espejo del agua. Y cual sería su sorpresa: ¡Era la misma cara que antes había despreciado! Pero ahora, al verse, ya no se asustó porque el Creador le había dibujado una sonrisa.
¡Colorín Colorao este cuento se ha acabao!
|
1 comentarios:
GLADYS MARGARITA LAPORTE DE VILLEGAS dijo...
ESTE SE LO CONTABA A MI NIETA KARLA CUANDO ERA CHIQUITA, CUANDO ESTABA ENOJADA O LLORABA SIEMPRE LA HACÍA SONREIR, PERO AHORA ES ADOLESCENTE Y NO QUIERE ESCUCHAR MIS CUENTOS Y A VECES ANDA MAL ENCARADA
1 comentario:
ESTE SE LO CONTABA A MI NIETA KARLA CUANDO ERA CHIQUITA, CUANDO ESTABA ENOJADA O LLORABA SIEMPRE LA HACÍA SONREIR, PERO AHORA ES ADOLESCENTE Y NO QUIERE ESCUCHAR MIS CUENTOS Y A VECES ANDA MAL ENCARADA
Publicar un comentario