CUENTO MALEVO.-
2.-LA DUQUESA NO SE HA IDO, AÚN ESTÁ PENANDO
Por el ventanuco de mi
cuarto; que aún se siente friolento, se ve una mañana esplendorosa, por entre
las rejas solo alcanzo a ver el cielo azulito, las nubes rosadas y el sol
dorando el paisaje; desde la cama acostada, si me siento puedo ver las copas de los árboles y
un trozo del edificio de al lado, y si me paro en la ventana alcanzo a ver
el “Jeque”, la hermosa montaña de
Zulbataria, en su extensión por estos lados, pero, ¡Qué va! no me pararé tengo mucha flojera ¡Gracias Señor, por esta hermosura de tu
creación! A veces pienso que no soy digna de contemplar tanta belleza. ¡He sido
tan mala! El apartamento donde vivo es
chiquito, pero cómodo, tiene tres habitaciones, recibo- comedor, un
balcón lleno de plantas y pájaros, su cocina y un baño. Siempre lo he
considerado mi palacio, me sirve de estudio para escribir y pintar. En él he
gozado y he sufrido, pero tengo un corazón agradecido y la vida que me ha
tocado no ha logrado amargarme, siento una gran alegría en mi corazón, le gané
a mi madre y a mi abuela, he logrado vivir más que ellas. Aún la cama está calentita y mi frazada
rellena con algodón, no quiere despegarse de mi cuerpo, que hoy, por extraña
coincidencia amaneció sin el menor atisbo de dolor ¡Hoy es 4 de noviembre, mi cumpleaños número 78!
Por maña vieja me toco las manos que
tanto me duelen y me jorungo con presión
los nudillos y nada. ¡Qué maravilla! ¡No me duelen! Estirándome como una gata, arrimo mi pie
izquierdo; aún bajo la cobija y me toco la rodilla derecha, nada, no duele nada. Siempre recuerdo aquel
chiste del doctor que le dice al
paciente:
-El día que
amanezcas que no te duele nada es porque
estás muerto. Pero yo no lo estoy ¡Gracias
a Dios estoy vivita y coleando!
solo me estiraré otro ratico y me levantaré. Tengo mucho que hacer, ya van a llegar los muchachos y prometí hacer un arroz con pollo para
celebrar, ellos traerán la torta. Mis seis hijos tan bellos y buenos, lo único
bueno que tuve en la vida.
Vienen a mi mente
encontrados pensamientos, ¿Por qué tengo que recordar a Estefanía y Humberto,
si ya los había borrado de mi memoria. Tiemblo nada más de pensar, que me
hubiera sucedido si el día que llegó la Policía a anunciarme la muerte de mi
esposo y de su amante, me hubieran llevado presa, porque yo de bocona hubiera dicho: ¡yo los maté! Sí
recuerdo muy bien aquel trece de febrero
cuando mi esposo, me dijo:
-Hazme un asado negro
para comerlo con unos amigos, que vamos a ir a Río Negro a pescar.
-Si van a pescar comerán pescado, creo yo.
-Tú siempre con tus
impertinencias estúpidas, dime si me vas a hacer el asado o no. ¡Qué pasa si
nos da la gana de comer carne, es que acaso un pescador no puede comer carne
ah! Me dio tanta rabia que no le iba a
preparar nada, pero vi mi oportunidad de vengar tantos y tantos años de malos tratos.
Insultos y groserías. Ya estaba harta, saqué la carne y comencé a
abrirle huecos a cuchilladas, pero no era a la carne, era al corazón de
mi esposo que le clavaba el cuchillo, en cada agujero metía ajos, trozos de
zanahoria y de aceitunas y alcaparras.de repente mi mirada fue llevada por el demonio hacia el frasco de
matarratas en pastillas que estaban debajo del fregadero y ni corta
ni perezosa lo abrí y comencé como enloquecida a meter pastillas por los agujeros de la
carne. Intuía que no iba a ir a pescar
con ningunos amigos, sabía que iba a celebrar el día de los enamorados con
Estefanía, su última adquisición.
No sé cómo me encuentro
en el jardín de la residencia para ancianos donde me depositaron, porque nadie puede
cuidarme. De pronto veo a Humberto que está
podando mi mata de gardenias y las flores más hermosas se las está ofreciendo a
Estefanía, quien me mira de frente y me dice: Nos matamos fue en un choque en el carro aquí estaremos
penando los tres hasta que Cristo vuelva a juzgar a los vivos y a los muertos,
porque si es verdad que tu intentaste
matarnos, nosotros los intentamos primero, te acuerdas de las morideras que te
daban, pues era el veneno que tu esposo te administraba todos los días, para
que de una vez te murieras y nos dejaras en paz. Gladys Laporte
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