Cuentizcos chiquitizcos
1.- Todo sobre
la solidez de la soledad.
La soledad es
la edad del sol, mientras estás al sol casi ni se siente ¡Ay, pero cuando cae el sol! Mejor diríamos ¡La solitud total!
Cada vez que me tropiezo con un
caracol cachicorneto,( quedó así ; con
un solo cachito; por una pelea que tuvo con
un gallo; cuando el caracolito trataba de enamorar
a una linda pollita del solar) También me acuerdo de la rana boquineta y me dan ganas de reír por el
uno y me da tristeza por la otra. Resulta que el caracol, estaba
solidificado por la intensa soledad
que lo abrumaba y quiso solazarse (no asarse al sol) con una hermosa ranita que
se bañaba en el estanque, quien se encontraba más solaz aún que el solidificado
caracol. Ella muy frondosa y toda
verdecita, cantaba y croaba por su linda y soslayada boca torcidita, aún
con ese defectito sin embargo salía en
su croar un hermoso pitico, que ninguna otra rana tenía, muchas de sus amigas
ranas la criticaban porque:
¿Cómo se le ocurría cantar tan
alegre y afinadita, poseyendo tamaño defectito?-decían. Yo creo que tenían
envidia de la ranita, porque todas las demás cantaban igualito y ella no, ella se distinguía por
aquel sonoro pitico. Bueno el caso es que por este motivo, circunstancia y
razón siempre se encontraba solita en
aquella solana, porque sus amigas y hermanas la soslayaban. Perennemente por,
arrimarse al sol que más calienta, allí
siempre estaba el caracolito que no la
dejaba ni a sol ni a sombra, deleitándose con su dulce cantar de solera y su
interpretación de solista. Este caracolito, solo daba vueltas y vueltas
alrededor de la rotonda de la fuente, solo para escuchar el dulce croar de la
ranita; estaba enamorado de ella, por eso estaba escuchimizadito, no comía ni
bebía casi, no tenía fuerza para regar
su hilito de plata, se encontraba en la solitud total. La rana lo veía y a
veces quería hablarle y agradecerle que fuera su emocionado y solitario
escucha, pero creo que su timidez y su
complejo de ser diferente no la dejaban; tenía miedo de hacer amigos porque pensaban que la iban a rechazar, por eso es
que me da risa: el caracolito, constantemente persiguiendo un amor que no puede
ser pero avispado e intentando una y
otra vez sin cansarse ni vencerse y la ranita me da tristeza porque no lucha
por salir de su condición, no deja el temor y cada vez se encuentra más sola. A mí personalmente la
soledad me gusta por un ratico, cuando quiero orar, pensar, escribir o pintar.
Pero de resto me gusta estar acompañada sobre todo me gusta que me escuche
bastante gente cuando me pongo a contar cuentos y espero que me aplaudan y que
alguno de ellos logre cambiar de parecer
al oírme narrar.
Gladys Laporte.-
2.-Aventuras y desventuras de
una parrandera de los años sesenta
Soy una muchacha de barrio tan
normal, más normal que el común ; diría yo, porque a muchas les gusta es que la
lleven a una discoteca fina, toda oscura y llena de humo de no se sabe que
yerba rara, a la hora de ir a divertirme
prefiero una fiesta en una casa
en el cerro, en una salita chiquita, donde la cortina del cuarto contiguo se te
enrede en la cara y contribuye a la caricia que te da el ventilador eléctrico; que refresca a la criatura que duerme
inquieto en una cama debajo de un poco de chaquetas y suéteres. Me encantaba
bailar porros y cumbias de la Billo’s y de Los Melódicos, apretujada con la
gente sudorosa; a quienes se les escapa la vida por los poros; un viernes por la noche, después de haber pasado el día y la tarde en la fábrica
y no tuvo tiempo de ir a bañarse pues segundos que perdiera en llegar a su
casa le aflojan el cuerpo para volver a
salir, pero no hay que perderse un buen bonche chévere con bastantes muchachas y muchachos, con
caña, cerveza, anís, y Coca Cola, rumba,
tambor y pasapalos de pan con
diablito, tequeños, alitas de pollo
fritas y bollitos aliñados. Nací
proletaria. Allí se siente natural, no
hay poses, si se tomaban fotos salían tan atestadas de gente que no te distinguías, solo me fastidiaba el humo de los cigarros que
algunos fumaban aunque favorecía aquel ambiente soporífero, que compone lo que
se llama una máquina sensible al amor y al rascabucheo. Me encantaba este tipo de fiestas y mis amigas
no querían comprender, que me gustaba más ir a una fiesta vestida de jeans, una
camisa abierta y un par de zapatos de goma, peinada con una simple cola de
caballo; que colocarme esa especie de tutú de organza que me picaba en la
cintura y esos zapatos puntiagudos y de tacón altísimo que me hacían dormir los dedos de los pies y el empeine y después pasaba tres días con el dolor.
Peinada con ese moño tieso de laca, de
seis bolívares, que me abrumaba con su peso la cabeza. Me encantaba el carnaval
y me he disfrazado de todo en esta vida, desde
niña holandesa, hasta reina de belleza y aunque no lo crean a los
sesenta y cinco años de edad me gané el concurso
de ser reina de la tercera edad y me pasearon en carroza por todos mis amados
cerros de Guarenas. Me gustaban las fiestas familiares y las de los clubes pero
sinceramente no hay como una comparsa de negritas en la plaza de Capuchinos en
Caracas, allí hasta le agarraban las nalgas a una, pero una se la buscaba y
había que tomarlo con humor. Todavía recuerdo con horror una vez que se me
ocurrió disfrazarme de torera de luces y me puse a escondidas el traje de mi
tío, pero como era tan delgadito, yo no cabía, me puse totalmente desnuda y me
pude colocar el traje, dicen que mi cuerpo era bello, estilizado, y aquel traje me sentaba de maravillas, pues me fui
al baile a casa de unas amigas “decentes”
y estuve bailando con todos los muchachos y las mujeres envidiosas corrieron “la
bola” que yo era un hombre, pues esta hombrería como seis me arrinconaron y me
llevaron al baño y me querían desnudar para ver si era verdad que era mujer y
tuve que quitarme la careta y lloré de
rabia ante aquellos ridículos jovenzuelos, por eso me gustaban más la fiestas
de los cerros y de la plaza de Capuchinos; allí si la gente era decente de
verdad, una que otra agarraíta ,pero era parte de la diversión. Tengo una anécdota muy buena de
una fiesta del cerro. Era yo maestra en la escuela del barrio y la madre de un
alumno muy querido me nombró madrina de su hijito recién nacido, el padrino era
un muchacho del barrio amigo del papá del bebé. Para esa época yo tenía
diecisiete años y había conquistado a un joven de la “jai” andaba loquito por
mí y hacía todo lo que yo le decía. Bueno como era mi novio lo invité para la
fiesta y el caso en que estábamos a la
puerta de la iglesia esperando que salieran unos bautizos y al padrino que no llegaba.
El cura salió y nos dijo que tenía que cerrar la iglesia porque ya era muy
tarde y el bautizo quedaría para el próximo domingo, si no, había la
posibilidad de un padrino por poder, mi compadre dijo que si, si podía ser mi
novio y el cura aceptó, pero él no sabía que era mi novio, antes no permitían
que novios fueran padrinos. El caso es que bautizamos al muchachito, pero en
las tarjetas aparecía el nombre del verdadero padrino. Empezó la fiesta y
gozamos un puyero, pero como a las doce de la noche llegó el verdadero padrino
borracho con un machete en la mano, diciendo que le iba a cortar la cabeza al
hombre que le había robado su ahijado y
¡chassss chasss! peinillaba todo aquel suelo de cemento. La comadre, nos
metió a mi novio y a mí debajo de la cama de matrimonio, muertos del miedo y yo
con los nervios lo que hacía era reírme del susto de mi blanco y pálido amor y
me oriné. Allí estuvimos hasta las seis de la mañana en que lograron llevar al
compadre para su casa para que pasara “la pea” y nosotros nos pudimos ir. Mi
novio me aborreció ja ja ja y yo perdí
la maña de estar invitando gente para mis fiestas.
GLADYS LAPORTE
3.-.- De Cómo fue que un cohete
me quemó el arbolito de navidad.
La vegetación es muy importante y
nos brinda el aire que respiramos, por eso es importante que la cuidemos con
amor, que visitemos los sitios sembrados y le agradezcamos a Dios,
a la naturaleza y a todos aquellos que siembran, el poder gozar de tan hermosa creación.
Los muchachos del barrio solíamos
subir al cerro detrás de mi casa a
disfrutar de un día de aventura cerril. Llevábamos sombreros, botas, cachuchas, sanguches y agua en botellas, algunos
llevaban machetes, cuchillos y había un
muchacho al que llamábamos “el chingo” Soto,( así llamado porque tenía
la nariz muy pequeña para el tamaño de su cara) quien siempre nos sorprendía
con un instrumento musical nuevo el cual interpretaba de maravilla, esa vez llevó una flauta y nos
deleitó con música peruana, era todo un artista, pero él tenía un problema que
le gustaba cazar pájaros y por eso se llevaba a escondidas de nosotros una china (honda o resortera) lo
vivíamos regañando para que no hiciera eso, pero era como una necesidad que él
tenía, pues era un taxidermista en potencia, también disecaba mariposas y las
montaba en cuadros muy bonitos. A mí me encantaba ir con ellos sobre todo en
los últimos días de noviembre; a buscar
una rama seca para adornarla como arbolito de navidad (yo era la única mujer). Nunca habíamos
pasado peligros serios, veíamos lapas, a veces uno que otro venado y un gato
salvaje que vimos una vez, las serpientes que habían eran las llamadas
viejitas, que si uno se les acercaba mucho le tiraban un cuerazo por las
piernas, pero las corríamos con un palo, porque nos perseguían un largo trecho
y corríamos hasta que se perdían en el monte, no las matábamos, porque un
muchacho: Heriberto Ocampo “el beato”, quien era monaguillo de la parroquia nos decía que todos los seres creados por Dios
merecían la vida. Constantemente en los paseos conseguíamos cosas nuevas: una
navaja herrumbrosa dejada por algún cazador descuidado, piedras hermosas de
colores y ambarinas, árboles frutales insólitos como un Caimito, al que se
subió Julio “berrenchín” y nos zumbó todos los caimitos que tenía la mata. Nos
los comimos y a todos nos dolió la barriga por la tarde, ya que nos atapuzamos
de esa pulpa rosada y refrescante. Yo me encontré una vez una cuchara de acero
con un agujero en la parte superior del mango y más abajo tenía incrustada una
medalla de Santa Teresita del Niño
Jesús, la usé por muchos años para comer en mi casa, hasta que se me perdió en
el tiempo. Juan “Cararú” estaba pendiente de conseguirme una bonita rama, pero
yo llevaba la idea de conseguir una vara de cocuiza que tiene forma de arbolito
y al fin allá en pincorita o el pináculo del cerro, lucía esplendoroso mi “pinito”.
Juan Cararú era el más grande y con un mecate, enrolló la vara y entre todos la
halamos hasta llevarla al suelo, cuando Juan Cararú, le tiró el machetazo, se lo
pegó por la cabeza; cortándosela en seco a una serpiente de coral que estaba
enrollada en la macoya de la mata. El beato reconoció la serpiente en el acto y
nos recomendó que corriéramos lo más rápido que pudiéramos, porque ese podía
ser un nido y a lo mejor había más culebras. Entre todos rodamos la vara de inflorescencia de la mata
y la arrastramos cerro abajo, en el camino se le cayeron todas las flores y
quedó peladito, pero todavía conservaba su forma de esqueleto de pino. Al
llegar a mi casa lo lavamos y lo secamos y luego le colocamos la instalación de
bombillitos azules, que yo había logrado cambiar los de otros colores a las
familias del barrio; luego los muchachos me ayudaron a envolver todas las ramas
en algodón, después le coloqué todas las bolitas que eran de cristal azul, lo
enterramos en una lata de manteca con
yeso líquido el que al endurecerse lo dejó muy firme y al encenderlo ¡Oh que
preciosidad! Nadie había visto algo igual antes. Todos los vecinos vinieron a
ver mi arbolito azul y me lanzaban muchos elogios y yo les daba el crédito a
los muchachos que me habían ayudado. El veinticuatro de diciembre salí a
parrandear con mis alumnos, que habíamos formado un grupo de aguinaldos y a las
doce vine a mi casa a cenar, mis familiares se acostaron a dormir y yo me quedé
sentada en la sala contemplando mi arbolito, de repente un ¡suissss y pummmm!, era un cohete que entró por la
ventana abierta y le dio fin a tanta belleza, eso agarró candela rapidito, solo
pude gritar a mi familia ¡fuego, fuego!
y varios se levantaron a ayudarme a apagar la candela, yo rápidamente me subí
en un mueble y quité los tapones del medidor de la luz, porque ya los cables
habían agarrado fuego. Toda la instalación eléctrica de mi casa se quemó y como
era viernes tuvimos que estar a oscuras hasta el veintisiete que vino un
electricista a arreglar lo descompuesto.
El arbolito más caro y miedoso de mi vida. Muchos años después me contaron que
él que estaba en esa navidad zumbando cohetes y no sabía era “el Chingo Soto”
GLADYS LAPORTE.-
DE CÓMO LA CALANDRIA PRESA LOGRÓ SU ANSIADA LIBERTAD.
No conozco una calandria, jamás he
visto una ni en fotos; porque no sale ni
en el pequeño Larousse ; la noticia que tengo de ella es la de la canción
mejicana, que habla de una calandria
presa en una jaula de oro pendiente de un balcón, pero me pareció bonito hacerle un cuento a la Calandria y al Cucarachero
que a éste si lo conozco y me encanta,
porque es basto para cantar come cucarachas y es pendejo como yo;
siempre creyendo en pajaritos preñaos y soñando que alguien puede cambiar con el amor que le brindemos. Pues el
caso es que el Cucarachero, siempre venía a limpiarle el techo a los Sotillo,
que eran la familia más rica del pueblo y lo podemos demostrar porque eran dueños de la única bodega de víveres, aparejos de
montar caballo, de pescar en río y de
labrantío, además eran dueños de la finca El Sotillo, que abarcaba más de la
mitad del pueblo de Sotillo donde vivían
todos los habitantes del lugar, quienes eran pagados con bonos y compraban con
bonos. Todos los habitantes menos tres, mi papá, mi mamá y yo y éramos los
únicos privilegiados del lugar porque no éramos explotados por el viejo
Randulfo Sotillo. Disfrutábamos de un conuquito, un gallinero, una vaca, un burro, un caballito brioso, una casa de bahareque bien fuerte y bien
bonita y un pedacito de río que corría
al revés de la corriente de la Sotillo y por lo tanto no nos las podían quitar.
A mi papá si le pagaban con rial de verdad, porque era el único talabartero, el
que le arreglaba y hacía los aperos a las monturas, a los burros, a los bueyes y
las correas de los hombres, y hasta la correa del barbero y las vainas de
los machetes y de los revólveres. Mi
papá se daba el lujo de comprar y pagar
con monedas, no con vales de papel; yo
era muy chica aún pero mi papá me iba enseñando los secretos de su oficio y me
decía: aprende para que no seas esclava
ni asalariada de nadie. Siempre que mi papá iba a cobrar y a comprar yo
iba con él y me entretenía corriendo por el corredor que bordeaba la casa. Una
vez vi por una ventana abierta a una
jovencita como de catorce años, sentada
en un gran sillón con una jaula abierta en las piernas. Nos miramos las dos y
ella me sonrió y me invitó a pasar al salón solitario donde estaba. Ni corta ni
perezosa, entré corriendo a la casa y me senté al lado de la niña; quién me dijo que se llamaba Marcelina
y me contó su historia y la de la jaula vacía. Y es así. La muchacha tenía
diecisiete años pero como era pálida y delgadita parecía menor y hacía tres
años que se había fugado con su novio un muchacho campesino de la zona y como su papá mandó a hombres que
salieran tras ellos, les depararon y mataron al novio y a ella la hirieron en
la espalda y la dejaron paralítica. Entonces le pregunté por la jaula
que era lo que había llamado mi atención y me dijo, que ella tenía allí una calandria que le
había traído su madrina de Europa pero que ella y un cucarachero se enamoraron
perdidamente. Ella estaba muy emocionada con esos amores porque le recordaba su
propia historia. Y la madrugada que se escapó, abrió la jaula para que se fuera con él cucarachero
que la vigilaba desde un rincón en el techo. Los dos huyeron felices pero la
calandria no pudo alzar el vuelo, porque nunca había volado y la joven pudo observar horrorizada como su gato de
angora le arrancó la cabeza y entonces
el cucarachero bajó a pelear con el gato y lo picó en el ojo derecho. Pero el
gato también le arrancó la cabeza y me contó con tristeza:- A veces viene a
visitarme el condenao gato tuerto.-
GLADYS LAPORTE.
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