GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS

24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE. REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909 MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA 03/2010

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lunes, 30 de marzo de 2015

Cuentizcos  chiquitizcos
1.- Todo sobre la solidez de la soledad.
La soledad es la edad del sol, mientras estás al sol casi ni se siente ¡Ay, pero cuando  cae el sol! Mejor  diríamos ¡La solitud total!
Cada vez que me tropiezo con un caracol  cachicorneto,( quedó así ; con un solo cachito; por una pelea que tuvo con  un gallo; cuando el caracolito trataba de  enamorar  a  una linda pollita del  solar) También me acuerdo de la  rana boquineta y me dan ganas de reír por el uno y me da tristeza por la otra. Resulta que el caracol, estaba solidificado  por la intensa soledad que  lo abrumaba y quiso solazarse  (no asarse al sol) con una hermosa ranita que se bañaba en el estanque, quien se encontraba más solaz aún que el solidificado caracol. Ella muy frondosa  y toda verdecita, cantaba y croaba por su linda y soslayada boca torcidita, aún con  ese defectito sin embargo salía en su croar un hermoso pitico, que ninguna otra rana tenía, muchas de sus amigas ranas la criticaban porque:
¿Cómo se le ocurría cantar tan alegre y afinadita, poseyendo tamaño defectito?-decían. Yo creo que tenían envidia de la ranita, porque todas las demás cantaban  igualito y ella no, ella se distinguía por aquel sonoro pitico. Bueno el caso es que por este motivo, circunstancia y razón  siempre se encontraba solita en aquella solana, porque sus amigas y hermanas la soslayaban. Perennemente por, arrimarse al sol que más calienta,  allí siempre estaba el caracolito que  no la dejaba ni a sol ni a sombra, deleitándose con su dulce cantar de solera y su interpretación de solista. Este caracolito, solo daba vueltas y vueltas alrededor de la rotonda de la fuente, solo para escuchar el dulce croar de la ranita; estaba enamorado de ella, por eso estaba escuchimizadito, no comía ni bebía  casi, no tenía fuerza para regar su hilito de plata, se encontraba en la solitud total. La rana lo veía y a veces quería hablarle y agradecerle que fuera su emocionado y solitario escucha, pero  creo que su timidez y su complejo de ser diferente no la dejaban; tenía miedo  de hacer amigos porque  pensaban que la iban a rechazar, por eso es que me da risa: el caracolito, constantemente persiguiendo un amor que no puede ser pero avispado e intentando  una y otra vez sin cansarse ni vencerse y la ranita me da tristeza porque no lucha por salir de su condición, no deja el temor y cada vez  se encuentra más sola. A mí personalmente la soledad me gusta por un ratico, cuando quiero orar, pensar, escribir o pintar. Pero de resto me gusta estar acompañada sobre todo me gusta que me escuche bastante gente cuando me pongo a contar cuentos y espero que me aplaudan y que alguno de  ellos logre cambiar de parecer al oírme  narrar.
Gladys Laporte.-

2.-Aventuras y desventuras de una  parrandera de los años sesenta

Soy una muchacha de barrio tan normal, más normal que el común ; diría yo, porque a muchas les gusta es que la lleven a una discoteca fina, toda oscura y llena de humo de no se sabe que yerba rara, a la hora de ir a divertirme  prefiero una fiesta en  una casa en el cerro, en una salita chiquita, donde la cortina del cuarto contiguo se te enrede en la cara y contribuye a la caricia que te da el ventilador eléctrico;  que refresca a la criatura que duerme inquieto en una cama debajo de un poco de chaquetas y suéteres. Me encantaba bailar porros y cumbias de la Billo’s y de Los Melódicos, apretujada con la gente sudorosa; a quienes se les escapa la vida por los poros;  un viernes por la noche, después de  haber pasado el día y la tarde en la fábrica y no tuvo tiempo de ir a bañarse pues segundos que perdiera en llegar a su casa  le aflojan el cuerpo para volver a salir, pero no hay que perderse un buen bonche chévere  con bastantes muchachas y muchachos, con caña, cerveza, anís, y Coca Cola, rumba,  tambor y pasapalos  de pan con diablito,  tequeños, alitas de pollo fritas  y bollitos aliñados. Nací proletaria. Allí se siente  natural, no hay poses, si se tomaban fotos salían tan atestadas de gente que no te distinguías,  solo me fastidiaba el humo de los cigarros que algunos fumaban aunque favorecía aquel ambiente soporífero, que compone lo que se llama una máquina sensible al amor y al rascabucheo. Me  encantaba este tipo de fiestas y mis amigas no querían comprender, que me gustaba más ir a una fiesta vestida de jeans, una camisa abierta y un par de zapatos de goma, peinada con una simple cola de caballo; que colocarme esa especie de tutú de organza que me picaba en la cintura y esos zapatos puntiagudos y de tacón altísimo que me hacían  dormir los dedos de los pies y el empeine  y después pasaba tres días con el dolor. Peinada con  ese moño tieso de laca, de seis bolívares, que me abrumaba con su peso la cabeza. Me encantaba el carnaval y me he disfrazado de todo en esta vida, desde  niña holandesa, hasta reina de belleza y aunque no lo crean a los sesenta y cinco años de edad me gané  el concurso de ser reina de la tercera edad y me pasearon en carroza por todos mis amados cerros de Guarenas. Me gustaban las fiestas familiares y las de los clubes pero sinceramente no hay como una comparsa de negritas en la plaza de Capuchinos en Caracas, allí hasta le agarraban las nalgas a una, pero una se la buscaba y había que tomarlo con humor. Todavía recuerdo con horror una vez que se me ocurrió disfrazarme de torera de luces y me puse a escondidas el traje de mi tío, pero como era tan delgadito, yo no cabía, me puse totalmente desnuda y me pude colocar el traje, dicen que mi cuerpo era bello, estilizado, y aquel  traje me sentaba de maravillas, pues me fui al baile a casa de unas amigas  “decentes” y estuve bailando con todos los muchachos y las mujeres envidiosas corrieron “la bola” que yo era un hombre, pues esta hombrería como seis me arrinconaron y me llevaron al baño y me querían desnudar para ver si era verdad que era mujer y tuve que quitarme la  careta y lloré de rabia ante aquellos ridículos jovenzuelos, por eso me gustaban más la fiestas de los cerros y de la plaza de Capuchinos; allí si la gente era decente de verdad, una que otra agarraíta ,pero era parte de la  diversión. Tengo una anécdota muy buena de una fiesta del cerro. Era yo maestra en la escuela del barrio y la madre de un alumno muy querido me nombró madrina de su hijito recién nacido, el padrino era un muchacho del barrio amigo del papá del bebé. Para esa época yo tenía diecisiete años y había conquistado a un joven de la “jai” andaba loquito por mí y hacía todo lo que yo le decía. Bueno como era mi novio lo invité para la fiesta  y el caso en que estábamos a la puerta de la iglesia esperando que salieran unos bautizos y al padrino que no llegaba. El cura salió y nos dijo que tenía que cerrar la iglesia porque ya era muy tarde y el bautizo quedaría para el próximo domingo, si no, había la posibilidad de un padrino por poder, mi compadre dijo que si, si podía ser mi novio y el cura aceptó, pero él no sabía que era mi novio, antes no permitían que novios fueran padrinos. El caso es que bautizamos al muchachito, pero en las tarjetas aparecía el nombre del verdadero padrino. Empezó la fiesta y gozamos un puyero, pero como a las doce de la noche llegó el verdadero padrino borracho con un machete en la mano, diciendo que le iba a cortar la cabeza al hombre que le había robado su ahijado y  ¡chassss chasss! peinillaba todo aquel suelo de cemento. La comadre, nos metió a mi novio y a mí debajo de la cama de matrimonio, muertos del miedo y yo con los nervios lo que hacía era reírme del susto de mi blanco y pálido amor y me oriné. Allí estuvimos hasta las seis de la mañana en que lograron llevar al compadre para su casa para que pasara “la pea” y nosotros nos pudimos ir. Mi novio me aborreció   ja ja ja y yo perdí la maña de estar invitando gente para mis fiestas.
GLADYS LAPORTE

3.-.- De Cómo fue que un cohete me quemó el arbolito de navidad.
La vegetación es muy importante y nos brinda el aire que respiramos, por eso es importante que la cuidemos con amor, que visitemos los sitios sembrados y le agradezcamos  a Dios,  a la naturaleza y a todos aquellos que siembran, el poder gozar de  tan hermosa creación.
Los muchachos del barrio solíamos subir al cerro detrás  de mi casa a disfrutar de un día de aventura cerril. Llevábamos sombreros,  botas, cachuchas,  sanguches y agua en botellas, algunos llevaban machetes, cuchillos y había un  muchacho al que llamábamos “el chingo” Soto,( así llamado porque tenía la nariz muy pequeña para el tamaño de su cara) quien siempre nos sorprendía con un instrumento musical nuevo el cual interpretaba  de maravilla, esa vez llevó una flauta y nos deleitó con música peruana, era todo un artista, pero él tenía un problema que le gustaba cazar pájaros y por eso se llevaba a escondidas de  nosotros una china (honda o resortera) lo vivíamos regañando para que no hiciera eso, pero era como una necesidad que él tenía, pues era un taxidermista en potencia, también disecaba mariposas y las montaba en cuadros muy bonitos. A mí me encantaba ir con ellos sobre todo en los últimos días de  noviembre; a buscar una rama seca para adornarla como arbolito de navidad  (yo era la única mujer). Nunca habíamos pasado peligros serios, veíamos lapas, a veces uno que otro venado y un gato salvaje que vimos una vez, las serpientes que habían eran las llamadas viejitas, que si uno se les acercaba mucho le tiraban un cuerazo por las piernas, pero las corríamos con un palo, porque nos perseguían un largo trecho y corríamos hasta que se perdían en el monte, no las matábamos, porque un muchacho: Heriberto Ocampo “el beato”, quien era monaguillo de la parroquia  nos decía que todos los seres creados por Dios merecían la vida. Constantemente en los paseos conseguíamos cosas nuevas: una navaja herrumbrosa dejada por algún cazador descuidado, piedras hermosas de colores y ambarinas, árboles frutales insólitos como un Caimito, al que se subió Julio “berrenchín” y nos zumbó todos los caimitos que tenía la mata. Nos los comimos y a todos nos dolió la barriga por la tarde, ya que nos atapuzamos de esa pulpa rosada y refrescante. Yo me encontré una vez una cuchara de acero con un agujero en la parte superior del mango y más abajo tenía incrustada una medalla  de Santa Teresita del Niño Jesús, la usé por muchos años para comer en mi casa, hasta que se me perdió en el tiempo. Juan “Cararú” estaba pendiente de conseguirme una bonita rama, pero yo llevaba la idea de conseguir una vara de cocuiza que tiene forma de arbolito y al fin allá en pincorita o el pináculo del cerro, lucía esplendoroso mi “pinito”. Juan Cararú era el más grande y con un mecate, enrolló la vara y entre todos la halamos hasta llevarla al suelo, cuando Juan Cararú, le tiró el machetazo, se lo pegó por la cabeza; cortándosela en seco a una serpiente de coral que estaba enrollada en la macoya de la mata. El beato reconoció la serpiente en el acto y nos recomendó que corriéramos lo más rápido que pudiéramos, porque ese podía ser un nido y a lo mejor había más culebras. Entre todos  rodamos la vara de inflorescencia de la mata y la arrastramos cerro abajo, en el camino se le cayeron todas las flores y quedó peladito, pero todavía conservaba su forma de esqueleto de pino. Al llegar a mi casa lo lavamos y lo secamos y luego le colocamos la instalación de bombillitos azules, que yo había logrado cambiar los de otros colores a las familias del barrio; luego los muchachos me ayudaron a envolver todas las ramas en algodón, después le coloqué todas las bolitas que eran de cristal azul, lo enterramos en una lata de manteca  con yeso líquido el que al endurecerse lo dejó muy firme y al encenderlo ¡Oh que preciosidad! Nadie había visto algo igual antes. Todos los vecinos vinieron a ver mi arbolito azul y me lanzaban muchos elogios y yo les daba el crédito a los muchachos que me habían ayudado. El veinticuatro de diciembre salí a parrandear con mis alumnos, que habíamos formado un grupo de aguinaldos y a las doce vine a mi casa a cenar, mis familiares se acostaron a dormir y yo me quedé sentada en la sala contemplando mi arbolito, de repente un ¡suissss   y pummmm!, era un cohete que entró por la ventana abierta y le dio fin a tanta belleza, eso agarró candela rapidito, solo pude gritar a mi familia  ¡fuego, fuego! y varios se levantaron a ayudarme a apagar la candela, yo rápidamente me subí en un mueble y quité los tapones del medidor de la luz, porque ya los cables habían agarrado fuego. Toda la instalación eléctrica de mi casa se quemó y como era viernes tuvimos que estar a oscuras hasta el veintisiete que vino un electricista  a arreglar lo descompuesto. El arbolito más caro y miedoso de mi vida. Muchos años después me contaron que él que estaba en esa navidad zumbando cohetes y no sabía  era “el Chingo Soto”
GLADYS LAPORTE.-

DE CÓMO LA CALANDRIA PRESA LOGRÓ SU ANSIADA LIBERTAD.
No conozco una calandria, jamás he visto una  ni en fotos; porque no sale ni en el pequeño Larousse ; la noticia que tengo de ella es la de la canción mejicana,  que habla de una calandria presa en una jaula de oro pendiente de un balcón, pero me pareció  bonito hacerle un cuento a la Calandria y al Cucarachero que  a éste si lo conozco y me encanta, porque es basto para cantar come cucarachas y es pendejo como  yo;  siempre creyendo en pajaritos preñaos y soñando que alguien puede  cambiar con el amor que le brindemos. Pues el caso es que el Cucarachero, siempre venía a limpiarle el techo a los Sotillo, que eran la familia más rica del pueblo y lo podemos demostrar  porque eran dueños de  la única bodega de víveres, aparejos de montar caballo, de pescar  en río y de labrantío, además eran dueños de la finca El Sotillo, que abarcaba más de la mitad  del pueblo de Sotillo donde vivían todos los habitantes del lugar, quienes eran pagados con bonos y compraban con bonos. Todos los habitantes menos tres, mi papá, mi mamá y yo y éramos los únicos privilegiados del lugar porque no éramos explotados por el viejo Randulfo Sotillo. Disfrutábamos de un conuquito, un gallinero, una vaca,  un burro, un caballito brioso,  una casa de bahareque bien fuerte y bien bonita  y un pedacito de río que corría al revés de la corriente de la Sotillo y por lo tanto no nos las podían quitar. A mi papá si le pagaban con rial de verdad, porque era el único talabartero, el que le arreglaba y hacía los aperos a las monturas, a los burros, a los bueyes y las correas de los hombres, y hasta la correa del barbero y las vainas de los  machetes y de los revólveres. Mi papá  se daba el lujo de comprar y pagar con monedas, no con vales de papel;  yo era muy chica aún pero mi papá me iba enseñando los secretos de su oficio y me decía: aprende para que no seas esclava  ni asalariada de nadie. Siempre que mi papá iba a cobrar y a comprar yo iba con él y me entretenía corriendo por el corredor que bordeaba la casa. Una vez  vi por una ventana abierta a una jovencita  como de catorce años, sentada en un gran sillón con una jaula abierta en las piernas. Nos miramos las dos y ella me sonrió y me invitó a pasar al salón solitario donde estaba. Ni corta ni perezosa, entré corriendo a la casa y me senté al lado de la  niña; quién me dijo que se llamaba Marcelina y me contó su historia y la de la jaula vacía. Y es así. La muchacha tenía diecisiete años pero como era pálida y delgadita parecía menor y hacía tres años que se había fugado con su novio un muchacho campesino de la  zona y como su papá mandó a hombres que salieran tras ellos, les depararon y mataron al novio y a ella la hirieron en la espalda y la dejaron paralítica. Entonces le pregunté  por la jaula  que era lo que había llamado mi atención y me dijo,  que ella tenía allí una calandria que le había traído su madrina de Europa pero que ella y un cucarachero se enamoraron perdidamente. Ella estaba muy emocionada con esos amores porque le recordaba su propia historia. Y la madrugada que se escapó, abrió la  jaula para que se fuera con él cucarachero que la vigilaba desde un rincón en el techo. Los dos huyeron felices pero la calandria no pudo alzar el vuelo, porque nunca había volado y la joven  pudo observar horrorizada como su gato de angora  le arrancó la cabeza y entonces el cucarachero bajó a pelear con el gato y lo picó en el ojo derecho. Pero el gato también le arrancó la cabeza y me contó con tristeza:- A veces viene a visitarme el condenao gato tuerto.-
GLADYS LAPORTE.


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