GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS

24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE. REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909 MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA 03/2010

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martes, 31 de marzo de 2015

1,- Mi papagayo  volantón alegría de mi corazón
Gladys Laporte
Estaba haciendo una brisa fuerte papagayera; de esas que hacen correr como ovejas perseguidas por el lobo  a las nubes.  Nosotros los muchachitos del barrio, siete en total, entre nueve y doce años de edad, estábamos de lo más entusiasmados afanados terminando nuestros papagayos para echarlos a volar al cielo; sentados en el piso de cemento de la gran casa de la abuela Toña. Una gran casa colonial venida a menos, que todavía  daba muestras de su antigua prestancia y señorío. La llamaban La Pollera porque allí aún se venden pollos, palomas, gallinas, patos, pavos y gallos de pelea, lo que otrora fue un negocio muy rentable, pero al morir el abuelo y ponerse vieja la abuela, se vino abajo nos fuimos comiendo las aves para subsistir y  apenas la abuela vendía los huevos y pichones de palomas, lo que nos salvaba eran las siembras de los campesinos arrendados, que nos pagaban con frutos del campo.
El cerro cercano mostraba su bizarra cabeza, de un airoso verdiazul con visos morados; en la alegre tarde de octubre alborotada por la risa festiva y la conversa animada de los carajitos; le afeaba un poco una peladura que cual calva de misionero franciscano, se mostraba humilde y avergonzada ante tanto verdor que la circundaba. Ese pelado se lo habían hecho los campesinos que vivían al otro lado de la barranca, bravos porque los terratenientes, les habían ido quitando sus tierritas poco a poco y los habían sumido en la miseria, como protesta por este hecho le prendieron candela al cerro y que para sembrar allí. Pero no contaron con el viento traidor, que amenazó con quemar toda la serranía.  El alcalde contrató a todos los hombres de la población para que fueran a  abrir cortafuegos con  todo lo que tuvieran a  mano; y vimos desfilar  hombres con picos, chícoras, hachas y escardillas. Gracias a Dios que lograron controlarlo y no pasó de un gran susto. El alcalde no dejó que los campesinos sembraran allí  y solo les ofreció que se vinieran  a vivir en un terreno baldío a las afueras del pueblo donde les daría madera y zinc, para que hicieran los ranchos y les daría como trabajo barrer las calles y podar los árboles de las  avenidas.
A todas éstas el viento seguía retozando, levantando el polvero en el patio y los  caminos aledaños a la casa; que se abrían en una enorme  doble  ye. Sé que por uno de esos senderos se fue mi madre, yo solo tenía  cuatro años, pero recuerdo muy bien, a la muchacha, vestida de rojo que me besó  fuerte en la mejilla, que todavía me ardía y me dio la bendición. Lo que no recuerdo bien es por cuál de ellos partió.
De repente y sin que nadie lo esperara, se desgajó un sorpresivo chaparrón. Con unos enormes goterones tan grandes y tristes como si una niña solitaria estuviera llorando, esperando a la madre que nunca vino a buscarla  y este aguacero apareció a quitarnos la alegría mojando los papagayos que teníamos tirados en el piso, rápidamente los recogimos y los llevamos al corredor de la casa, donde la abuela  había mandado a sacar una gran mesa para que pusiéramos a secar las cometas. Seguimos lentamente y sin mucho ánimo culminando nuestra labor. Así como llegó, así se fue el chubasco y volvió el viento y la  carrera de nubes y volvió a brillar el sol que reflejaba sus rayos en pocitos de oro  que se formaron en los huequitos del patio con el agua. Colocamos las colas y las atarrayas, porque la lucha iba a ser a muerte, el que cortara más hilos, y dejara los papagayos a la isla, sería el ganador. A mí personalmente no me gustaba jugar así. Cuando yo construía un papagayo  lo adoraba y quería que me durara para siempre; pero se había lanzado a la suerte y se dio la competencia y yo no me iba a rajar, tenía que asumirla con valor.
Al fin sacamos los papagayos y nos dimos cuenta que todos estaban adornados con nubecitas blancas, que habían hecho los goterones en la seda del papel, varios niños protestaron, pero a mí me gustaron las manchitas en el azul y rojo de mi volantín.
 A eso de las cuatro de  la tarde, mi papagayo cogió vuelo y yo corrí, corrí y corrí desaforada por esa sabana y la cometa  alta, alta, muy alta, casi tocando el cielo y bien lejos de los otros que se encontraban enredados con las atarrayas. Tanto corrí  y el viento era tan fuerte que creí que me elevaba por los aires, sentí que el corazón se me salía, no por la boca, sino por la coronilla, veía estrellitas de  todos los colores y tenía un dolor en la boca del estómago, al fin caí rendida al suelo, pero me volteé boca  arriba y seguía ajilando mi papagayo, que retozón y volantón se mantenía incólume. Estaba completamente sola y bien lejos de la casa y de los otros muchachos. Me sentía débil, pero comencé a respirar poco a poco, profundo y me fue  pasando el sofocón. El viento y  la cometa estaban rebuenos, a ratos se perdía entre las nubes y me di cuenta que mi papagayo llegó a las patas de la silla de papa Dios, quizás  hasta   le tocaría los pies y había logrado llevarse todas mis tristuras.
Cuando al fin pude levantarme y respirar tranquila, no bajé mi papagayo,  sino que me devolví agilándolo y al llegar cerca de la casa corté el hilo y lo dejé ir a la libertad, que cogiera camino, que se fuera lejos, yo tenía una alegría tan grande en el alma que no me cabía en el cuerpo y salía por mis encandeladas mejillas, hice el último esfuerzo y entré  corriendo a la cocina donde se encontraba mi abuela; que no salía de ella nunca, allí pasaba los días haciendo dulces y ricos potajes; en el fogón de leña que tanto le encantaba, creo que ella estaba  siempre allí porque podía llorar todo el tiempo y  nadie se daría cuenta. La abracé como loca, la apreté fuerte, agarré aquella carita llorosa por el humo y besé cada arruguita de su surcada frente; pero ella no lloraba por el humo, estaba sollozando de pena.
-Abuelita  ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? le pregunté.
-Fue el viento mi amor, fue el viento que me trajo ingratos recuerdos, anda  a bañarte para que vengas a cenar, ya van a ser las seis de la tarde. Canelita, acompaña a  Margarita al jagüey para que se bañe y llévate el jabón azul y el estropajo, la restriegas bien, huele a zorro mojado y por lo que se ve caminó más que cochino  chiquito.
Ya en el jagúey  el agua estaba friíta y yo completamente desnuda bañándome y la criada Canelita restregándome, en una de esas se me ocurrió preguntarle:
_Canela. ¿Por qué lloraba mi abuela?
-No estoy segura, pero, esta tarde como a las cinco llegó Ramón el cartero y le trajo una carta a tu abuela y creo que eran malas noticias. Solo repetía llorando: pobre niña, pobre niña, pero no entendimos nada las que estábamos allí, Ña Toña  no soltó prenda.
Yo dormía en la misma alcoba de mi abuela, en una cama chiquita., colocada  al lado de la cama matrimonial; que parecía de museo, allí se murió el abuelo y  yo siempre lo veía ahí como quedó; tieso y con la boca y los ojos abiertos, espantoso, yo lo quería pero le tenía miedo, él siempre me sacaba el cuerpo y nunca quiso que comiera en la mesa  del comedor  junto a él. No sé qué misterio había conmigo.
Mi abuelita me mandaba a dormir a las nueve de la noche, pero ella se acostaba con Canelita  y Varsovia (eran las empleadas más antiguas de la casa, Canelita tenía unos cuarenta años  y Varsovia   como sesenta, la abuela ya rondaba los ochenta) a las doce de la noche  después de rezar el rosario. Esto era un sufrimiento para mí, solo me dormía cuando llegaba mi nana a acostarse, porque  tenía mucho miedo de ver el fantasma del abuelo a  la luz de la veladora, que alumbraba al Cristo que estaba en la pared sobre la cabecera de la cama de mi abuelita.
Una mañana como a las once, mi abuela le dijo a Canelita:
-Canela, vamos al río, para sacarle los piojos a esta niña, pues nos va a cundir a todas  y así aprovechan tú y las muchachas de lavarle el culo a  las ollas y calderos que ya dan vergüenza de lo negros que lo tienen.
Preparamos un picnic con muchas sabrosuras de las que hacía  mi nona, para pasar el mediodía en el río todo iba en potes de vidrio (aún no existía el plástico)  y ollitas de peltre, en una gran cesta que llevaban Matilia y Azucarita las dos ahijadas criadas de mi abuela, yo llevaba la bolsa con mi paño, el estropajo,  el jabón, el aceite de coco, el peinito de hierro para sacar las liendras y el polvojuán pa matar los piojos. Emprendimos la gira y en el camino nos conseguimos con  doña Claudia, la lavandera del pueblo, quien  era muy amiga de mi abuela y me tenía mucho cariño, era como una abuela más para mí, ella me abrazaba y me besaba con tanto amor y yo la quería mucho, me pasó la mano por la cabeza y enseguida le dijo a mi abuela:
-Ta linda la carajita doña  Toña. Qué dirían sus padres si la vieran. Mi abuela le hizo una seña para que se callara y le peló los ojos para que yo no me diera cuenta de lo que había dicho la nona Claudia, pero yo lo capté al instante,  no dije nada, pero  guardé esto en mi corazón, ya sabría qué hacer  con  eso.
Ya en el sitio nos pusimos las batolas de baño, y mi abuela se sentó en la gran piedra blanca a la orilla del río y metió mi cabellera; que me llegaba a la cintura dentro del agua y comenzó a echarme aceite de coco y polvojuán y a darme peine en esa cabeza, los piojos que caían en la piedra mi abuela los aplastaba con las uñas  y las liendras me las iba sacando una por una. Después que mi abuela me hubo despiojado, le dije:
-Ahora te toca  a ti
- ¿A mí? Dijo mi abuela riendo. Todavía no tengo piojos, ni Dios lo quiera
-Piojos no, pero si te voy a lavar esas arrugas llenas de hollín y raspillo de arepa, para limpiarte esa cara que tienes como el culo de las ollas, todo ese rayero negro. Mi abuela se acostó en la piedra y puso la cara para el lado del agua, yo agarré el  estropajo y un montoncito de arena fina, el jabón azul  y comencé a lavarle, arruga por arruga( como vi que  hacían las muchachas con las ollas)  a esa carita tierna y hermosa, que había sido blanca como una torta de casabe y redondita como la luna, uno por uno los surcos ennegrecidos iban quedando limpiecitos y rojitos en las manos de la nieta cosmetóloga, a ratos mi abuelita se quejaba
-¡No tan duro, que me arde! ¡ ayayay!
-No seas ñonga abuela. Ya vas a ver cómo va a quedar tu cara brillante, como el culo de las ollas limpias ja ja ja.
A las cuatro de la tarde mi abuelita tenía la cara roja como un camarón hervido y sele hinchó de una manera monstruosa, así paso cuatro semanas, pero después  le quedó esa cara lisita como nalga de carajito. Mi  abuela me consentía tanto, que como yo lloraba todos los días por lo que le había hecho. Ella me decía:
-No llores mi nietecita adorada, que tu lo hiciste con la mejor intención. Ya me mejoré y me dejaste jovencita otra vez,
-Bueno abuela ahora no te metas tanto en el fogón para que no se te vuelva a echar a perder. Ahora mi abuela jugaba más conmigo, hablaba y me contaba  cosas de mi mamá y de mi papá. Yo le preguntaba. Cómo eran y ella me decía:
Tu papá era marrón, alto y fuerte, tenía como dieciocho años  cuando  naciste y tu mamá, mi hija era bella, blanca como la nieve  y tenía alas en la espalda, era un angelote, por eso tú eres tan bonita. Pero la que sabía todo era  Ña Claudia, a esa era quien yo quería confesar, el día estaba lejos, porque ya venía su cumpleaños y ella lo celebraba a todo dar con mondongo, parrilla y cerveza para sus amigos y acostumbraba emborracharse y entonces lloraba y echaba para afuera todas sus penas, mi abuela decía que hablaba disparates. Yo estaba invitada y mi abuelita le preparó una torta y un quesillo de piña, al final no pudo ir porque  le dolían mucho las rodillas, pero me dio permiso de ir con Canelita.
Llegamos  a la casa de Ña Claudia, que resplandecía de limpia y el patio adornado con guirnaldas de flores de bellísima blancas y rosadas , en un rincón estaba la hombrería  y en la otra  el mujerío, los niños corrían en el patio. Cuando llegué  ya la señora estaba borracha, por allá dentro sonaba un arpa, que la estaban afinando y un cantador ensayaba el buche y las maracas. Pronto sonaría el joropo y se prendería la fiesta. Ña Claudia dijo que quedaban en su casa, coman y beban lo que quieran, me voy a recostar un ratico, me duéle la cabeza y me jaló por una mano para dentro del cuarto de ella. Canelita se quedó haciendo cebo, con el caporal de la  hacienda de los Risques y yo me le escabullí.
Ña Claudia me  hizo sentar a su lado en el gran catre que le servía de cama y me entregó en las manos un álbum de fotos. Diciéndome:
-No lo veas todavía, velo mañana o pasado mañana, escúchame atentamente, yo soy la mamá de tu papá, soy por lo tanto tu abuela paterna, tu mamá, Juanahilda, se escapó con mi hijo Tiburcio, y te tuvieron a ti, luego tu mamá quedó enferma y tu papá te trajo a mí para que te cuidara, pero yo no podía mantenerte y te entregué a tus abuelos para que te criaran, tu mamá vino a verte cuando cumpliste cuatro años y prometió venir a buscarte cuando estuviera mejor. Tu papá se la llevó al extranjero para curarle el mal que tenía en la espalda, que era una joroba de manteca muy grande que la iba matando poco a poco, la trataron de operar para quitársela  pero murió en la operación, la semana pasada tu papá se vino después de ocho años en el exterior y el avión en que venía se cayó al mar, así mi amor querido, mi nieta bella, es que eres huérfana de padre y madre, sólo nos tienes a tu abuelita toña y a mí. Aquí en esta caja está un dinero que estuve reuniendo  desde hace mucho tiempo para dártelo y ya llegó la hora. Tómalo y dáselo a tu abuelita, que te lo guarde para cuando estés más  grande, yo me siento muy mal y creo que esta va a ser mi última fiesta. Te he querido mucho, pero no podía ir a tu casa, por el viejo ese de Don Romualdo que no me quería ver ni en pintura, porque mi hijo le llevó ja, en vez de estar agradecido porque le hizo el favor a esa pobre muchacha tullida y entelerida que nadie se iba a casar con ella con esa petaca que tenía en el lomo. Ahora vete pa tu casa que me voy a acostar, me despide de ÑaToña-Mi querida Ña Claudia murió esa noche en pleno jolgorio y yo me sentía rica y complacida a mis trece  floridos años, no conocí a mis padres, por lo tanto no tenía ningún sentimiento de amor hacia ellos (nadie me lo inculcó) solo esperaba que me vinieran a buscar algún día. Estaba triste por la muerte de  mi abuela Claudia  pero muy contenta con el dinero que me dio, porque así podría ayudar a mi abuelita Toña, que ya se estaba quedando limpia. Ella mandó a llamar al notario e hizo el testamento, todo me lo dejó a mí, menos la casita y el huerto de las muchachas que se las dejó a ellas con la obligación de cuidarme hasta que yo fuera mayor de edad.

 Hoy es mi cumpleaños número quince y no estoy contenta, me está matando la tristura, hace seis días se murió mi abuela Toña, pero es octubre y hace un viento papagayero,  ya me voy a hacer un papagayo   volantón que se lleve mis tristuras y me alegre el corazón.GLADYS LAPORTE

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