GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS

24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE. REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909 MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA 03/2010

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miércoles, 30 de marzo de 2011

COMPARTO CON UDS. LA ENTREVISTA QUE ME HIZO LA REVISTA VIRTUAL "DE LA TIERRA TODA"

ENTREVISTA A LA ESCRITORA GLADYS LAPORTE
El sábado 30 de abril a las 4:00 p.m.  la organización "Proyecto Expresiones" realizará su II Encuentro Regional  bajo el título "ENCUENTRO CON LOS AMIGOS INVISIBLES" en la "Casa Uslar Pietri" en La Florida,Caracas.  Será un momento especial para reunir a quienes se conocen sólo  a través de Internet o del teléfono. Los escritores de "Proyecto Expresiones" residenciados en  la Región Capital y Zonas Cercanas tendrán  diversas actividades qué realizar en común, entre ellas el bautizo de  varios libros. 
Uno de los libros que será bautizado es "CUENTOS DE GLADYS LAPORTE"  y para "DE LA TIERRA TODA" es un honor entrevistar a la querida "Abuela cuenta-cuentos de Guarenas" reconocida como Patrimonio Cultural Viviente del Estado Miranda y cuyo nombre al ser colocado en el buscador Google abre páginas interminables de sus bellísimos cuentos, de sus pinturas, de las actividades que realiza en forma itinerante recorriendo los estados de Venezuela para ofrecer en las escuelas un rato de solaz  a los numerosos "nieticos" que tiene en todos los rincones del territorio nacional.
Nombre completo y seudónimo: Mi nombre es  Gladys Margarita Laporte de Villegas, mi seudónimo Margarita Ladeville de Montalbán, aveces lo acompaño con el título "Marquesa del Totumo de Guarenas" o simplemente "Marquesa del Totumo"
Lugar de nacimiento Caracas, Venezuela
¿Qué es escribir para ti? Gran parte de mi vida.
¿A qué edad comenzaste a escribir? A los cincuenta años. 
¿Cuáles fueron los primeros temas que abordaste? Cuentos infantiles
¿Qué prefieres, rima o prosa? Las dos me agradan pero se me da más la prosa.
¿Qué estás leyendo?: Actualmente estoy releyendo lo que he escrito para mejorarlo.
¿ Cuál fue el libro qué dejó una huella en tí?: "Días de Infancia" de Máximo Gorki
Si naufragaras en una isla desierta y pudieras llevar allí sólo tres libros…¿Cuáles serían?
La Biblia, "Cuentos Grotescos" de José Rafael Pocaterra y" Textos para ser contados" de mi autoría.
¿Qué estás escribiendo?  Una novela titulada "Y el Amor vino del Sur" y cuentos.
¿Cuál es tu mayor logro literario?: Aún no lo he alcanzado.
¿En qué te inspiras para escribir? En la vida, lo cotidiano..
¿Lo más difícil de ser escritor? Creer que soy escritora.
¿A qué te dedicas aparte de escribir? A pintar.
¿Tienes algún lugar, o situación ideal para escribir o la inspiración puede venirte en cualquier momento? Mejor en las noches de insomnio.
Cuéntenos acerca del libro que bautizará el 30…Se llama "Cuentos de Gladys Laporte" todos sus relatos están basados en historias verídicas pero tienen un toque de fantasía y de fina ironía. El día del bautizo estaré firmando los ejemplares que adquieran, pero además de ello ya está disponible para ser descargado de manera gratuita en formato pdf en http://www.bubok.com/libros/200620/Cuentos-de-Gladys-Laporte
La portada del libro es la foto de un cuadro pintado por mí representando a la heroína del cuento "El Ángel del Burdel"


¿Cuál es tu escritor favorito y por qué? José Rafael Pocaterra porque me inspira a escribir mis cuentos.
¿Qué aconsejarías a alguien a quien “le gusta escribir”? Que se dedique a escribir con empeño y se prepare tomando un curso de ortografía y redacción y que no olvide utilizar el diccionario.
¿Cómo llegaste a ser parte de “Proyecto Expresiones” y de qué manera ha repercutido este hecho en tu desempeño como escritora? Llegué a "Proyecto" por medio de mi amiga María Teresa Fuenmayor quien hizo todo lo posible para que yo ingresara y allí, el ir leyendo a otros escritores cada uno mejor que el otro me ha animado más aún a seguir escribiendo. .
Aparte de escribir en “Proyecto Expresiones” ¿Escribes para alguna otra  página virtual y/o tienes tu propio blog? 
Bueno, en "Proyecto" pueden accesar a mi página en http://proyectoexpresiones.ning.com/profiles/blog/list?user=2naug05z2udtl  
escribo además para "Escritores del mundo" y mi enlace es http://escritoresdelmundo.ning.com/profiles/blog/list?user=2naug05z2udtl.
y tengo mi blog que es www.ahoraenelocaso.blogspot.com
¿Qué es para tí la poesía? La expresión de lo que llevo en el alma y en la mente.
¿Qué temas evitas en tus escritos? Aquellos de los que no tengo conocimiento, pero si me gustan los investigo y luego escribo.
Un sueño aún no realizado: Lograr que un lector cambie su vida para mejorar debido a la influencia de alguno de mis escritos.
Un momento inolvidable: El nacimiento de mis dos hijos.
Una anécdota que tenga qué ver con las letras: Siempre me había jactado de mi buena ortografía y un día por escribir con rapidez pulsé  la tecla equivocada y escribí "Benezolano" jamás pensé que me podría ocurrir algo así...ahora soy más humilde.
Algún hobby o afición: Contar cuentos en las escuelas y donde me llamen.
Un deporte: La natación.
Una comida: Caraotas negras con arepas.
Un color: Rojo fuego.
Una canción:" Rayito de luna" con el Trío Los Panchos.
Un animal: El elefante.
Un personaje de la Historia de Venezuela: Simón Bolivar
Un personaje de la Historia Universal: Alejandro Magno.
¿Algo más  que quieras compartir con nuestros lectores? Lean, lean todo  cuanto caiga en sus manos. Tomen lo bueno y desechen lo que no sirva.
Si algún lector quisiera contactarte…¿Dónde podría hacerlo? 
A mi correo: en-elocaso@hotmail.com:

lunes, 28 de marzo de 2011

AREPAS AVENTURERAS DE GLADYS LAPORTE


AREPAS AVENTURERAS
Por: Gladys Laporte
Siempre llegaba tarde a la escuela, pero no era mi culpa; eran las circunstancias; tenía ese privilegio, las maestras no me regañaban por eso; cuando era niña nunca supe por qué; eso lo supe más tarde. Mi abuelita se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana para moler el maíz, hacer las arepas y hallaquitas para vender; pero este negocio lo hacía a escondidas del vecindario y de la familia nuestra, porque mi abuela era pobre vergonzante; como ella misma decía. Resulta que mi papá nos mantenía a todos con su salario, pero como la Seguridad Nacional allanó nuestra casa, papá tuvo que agarrar las de Villadiego, huyendo de la prisión e incluso de la muerte porque si lo agarraban “lo raspaban para el otro mundo”. Quedamos en la más absoluta pobreza.      
Mi mamá era una señora muy bonita, muy bien educada y sabía bordar, coser, cantar y poner la mesa en su santo lugar; como la viudita de la capital. Nunca había trabajado en la calle; como decimos ahora, pero en la casa lavaba ropa fina de los ricos y cosía vestiditos para niñas, los cuales vendía en sanes. Mi abuelita era una señora mantuana, de la “crema” de su pueblo pero “venida a menos” por haberse casado con el saltimbanqui que fue mi abuelo: marinero, torero, barbero y sacamuelas. También fue madre de un militar gomecista quien le daba una pírrica mesada y de un torerillo que le daba mucho amor pero más nada. Mi mamá y mi abuela eran muy orgullosas y valerosas y no le decían a nadie la necesidad por la que estaban pasando; por esta razón ellas hacían ese arepero.
Últimamente mi abuela se paraba sola a hacer las arepas, pues mi mamá vomitaba mucho, porque y que estaba esperando, ¿Esperando qué?- pensaba yo ¿Qué sabía yo lo que mi mamá estaba esperando vomitando. ¿Qué era eso? ¡Eco!  Así no quería yo esperar nada.
 A eso de las cinco y media de la madrugada mi abuelita me llamaba:
- ¡Margarita párate que se está haciendo tarde! para que te vayas arreglando, pues tienes que llevar las arepas antes de entrar a la escuela.- Mi abuelita me servía un desayuno como para un hombre: Dos arepas, perico de huevo, queso rallado, mantequilla, tajadas de plátano frito, una taza de avena, una taza de café con leche y un cambur. Ella decía que yo tenía que caminar mucho y así tendría energías. Luego me preparaba la merienda: otra arepa con queso y mantequilla, una botella con jugo, un frasco con dulce de plátano o cualquier otra fruta y un cambur, esta merienda la repartía entre mis condiscípulos, pues no me cabía todo eso. Todo me lo metía en el bulto en una bolsa de tela, especialmente preparada para esta función,  y lo envolvía en un pañito; (antes no había bolsas de plástico).
Mi recorrido diario era por varias bodegas y bares del barrio. Mis aventuras con las arepas comenzaban al poner un pie fuera de la puerta de mi casa.
Yo le hablaba a la bolsita de arepas y les decía:
-Tienen que portarse muy bien, permanezcan calientitas y sabrosas para que se vendan todas y les gusten más a la gente que las de Doña Juana, que son todas piches y aguadas, no como ustedes que son bellas, redonditas y abombadas; véndanse todas rápido para que mi abuela tenga plata.
En el camino a la bodega me encontré a una vecina que me dijo que quería saber que llevaba yo en esa bolsa y le contesté que si me pagaba un bolívar se lo enseñaba. La vieja me dio el bolívar y le enseñé la bolsa de las arepas,  cuando le conté a mi abuela se puso muy molesta y me dijo que eso estaba muy mal hecho de parte de la señora y mía, que eso no se hace. Qué ella misma le iba a devolver el bolívar a la señora y le diría sus cuatro cosas.
Mi abuela mandaba en cada bolsa nueve arepas por un bolívar, cada arepa costaba una locha y el bodeguero se quedaba con una locha de ganancia,  pero saben ustedes ¡Todo lo que se podía comprar con un bolívar!  He aquí  una de mis listas de compras: Una locha de queso blanco duro, para rallar, una locha de mantequilla, tres puyas de azúcar y dos de sal en grano, medio de café en polvo, tres puyas de kerosén, una de bicarbonato; para mi mamá que seguía vomitando, una puya de cambur y mi abuela me gritaba cuando ya iba calle abajo:
-¡No se te olvide pedir la ñapa, agarra la lata con una mano para que no se te ponga la comida hedionda a kerosén! Y también lo escribía mi abuela con su hermosa letra Palmer, en un trozo de papel de bolsa marrón toda embarrada de manteca. Imagínese la falta que nos hacía un bolívar.
Como era tan temprano yo pasaba a dejar las arepas por las casas de familia, porque las bodegas estaban cerradas aún.
Muchos me entregaban el dinero del día anterior y una que otra arepa “fría”, pues no se habían vendido todas. Mientras yo esperaba en la sala de las casas, con mi ojo revisor, veía y cataba todo lo que estaba al alcance de mi inquisitiva mirada. Empecemos con Natalia la portuguesa, cuya bodega era la más cercana a casa y funcionaba en un garaje.
 – Boos días caraxita ¿Cómo están la mai y la abolita? -Me decía en su español todo enrevesado. Le contesté:
-Están muy bien, mi abuelita le manda a decir que me de el bolívar de ayer, que tengo que comprar una carne. -Natalia se fue adentro a buscar los reales y guardar las arepas.
Ella tenía una hermosa gata negra de yeso, que adornaba con un gran lazo rojo y un cascabel dorado en el cuello, que todos los días yo hacía tintinear pues me gustaba mucho la musiquita. Pero un día sin saber como, se le cayó la cabeza a la gata y yo me iba muriendo del susto creyendo que era por mi culpa, rápidamente recogí la cabecita con mucho cuidado y la monté sobre el cuello del animalito, pero se me olvidó colocarle el lazo y el cascabel, Como sentí que ya Natalia volvía, agarré los adornos y los eché en una bolsa de arepas, para que ella no se diera cuenta. La gata estaba colocada sobre la mesita de centro del juego de recibo, que era un juego de “paleta” pero estaba pintado de rosado, primera vez que los veía pintados de color, pues todos eran marrones barnizados  y además estos muebles tenían calcomanías con florecitas en cada palito del mueble y en los brazos y espaldares muchos pañitos tejidos en punto de cruz. En la pared del frente un cuadro inmenso de la Virgen de Fátima todo lleno de huequitos, con un bombillo por detrás, se veía bien bonito, pero a mi no me gustaba, porque seguro que esa virgen era portuguesa y segurito le hedían los pies a queso parmesano y los sobacos a pimienta como a Natalia, a mi me gustaba la Virgen de Coromoto; del almanaque que tenía mi abuela del lado arriba del molino, que olería a raspillo de arepa, pero seguro que se bañaba, como mi abuelita, a las cuatro de la mañana antes de ponerse a hacer las arepas. Se me olvidó que había guardado los adornitos de la gata en una bolsa de arepas y quien sabe a quien se los entregué, nadie me dijo nada, pero al día siguiente cuando llegué a casa de Natalia ella me preguntó:¨
-¿Caraxita, vosé vio un lacito y un cascabel de mi gatita?  Le contesté:
-No Natalia, le juro que no lo he visto.  La conciencia me remordía, yo no pensé robarme esas cositas, pensaba devolverlas, pero se me perdieron y eso que fui preguntando de bodega en bodega si habían visto los adornitos, nadie me supo dar razón. Aprendí a no tocar las cosas ajenas.
Al fin lograba salir de la casa de Natalia y llegaba a “La Cumplidora”, el dueño de la bodega era un español, gallego  para variar, a quién también le “jedían las patas”; como decían en el barrio. La dueña de la casa me recibía las arepas todos los días refunfuñando, y gritaba diciendo:
- ¡Yo alquilo el negocio, pero no para estar recibiendo arepas gratis! Porque a esa hora el Musiú se estaba afeitando, mi abuelita, que era una gran estratega, al contarle lo que pasaba, me dijo que desde ese día iba a mandarle diez arepas  al gallego, para que yo le diera una a la vieja Teresa  y recibiera las arepas contenta. La señora al principio me recibía con la puerta entre junta y solo sacaba la mano para recibir la bolsa, pero ahora me hacía pasar adelante, abriendo la puerta de par en par, entonces me quitaba la bolsa de las manos, la cual mi abuela había marcado con un lacito de hoja de maíz, para que yo no me equivocara cuando la sacara de la bolsa grande. La vieja casi me arrancaba la bolsa de las manos y jorungaba todas las arepas y las manoseaba y las medía con la mirada para escoger la más grande y gorda, babeándose de hambre. ¡Eco¡, pensaba yo, - no comería arepas de esa bodega, ni que me las regalasen, esa señora tenía las uñas sucias de mugre, y las manos manchadas de carare y además cuando me abría la puerta aún no se había lavado la cara, ni la boca, ni otras partes del cuerpo y salía un vaho caliente y mal oliente que me daba ganas de vomitar, pero yo echaba el ojo para el patio de la casa que tenía ese poco de puertas y ventanucos, cada uno era una pieza; como decían antes y dentro vivían familias hasta de cinco muchachos, conocía a algunos, pues estudiaban en mi escuela  y  me admiraba, de cómo vivían todos amontonados, comían, hacían pupú y orinaban en el cuarto de la misma habitación, ¡Eco¡ ¡Qué asco¡.   
Después pasaba para enfrente, allí no debía entrar porque esa era una casa “mala”; según decía mi abuelita, en las mañanas vendían desayunos a los obreros de la fábrica VanDam y por las noches vendían aguardiente y jugaban barajas, dominó y caballos y había “ficheras”. Las fichas que conocía yo eran las del Ludo y me imaginaba que las mujeres repartían las fichas a los hombres para que jugaran.
Tres años después; cuando llegó la televisión, en el bar ponían la lucha libre y el boxeo.  ¡Sucedía cada show! porque las esposas iban a sacar a sus maridos por las mechas y allí se armaba la de “San Quintín” Mi abuela me decía:
-“Es la chusma alegrando el patio”. Allí se hacía buen negocio, mi abuelita llevaba veinte arepitas de chicharrón, que eran a medio y las vendían como pasapalos por las noches. Esa venta la llevaba mi abuela personalmente y se las entregaba a la esposa del señor Napoleón por el lado de la casa de familia, nunca por la taberna.
Por las mañanas yo sí entraba al botiquín para ver la gran cantidad de botellas con líquidos de todos los colores y que el Gafo Rufo iba acomodando en los anaqueles, todo el mundo decía que el gafo era así, porque su mamá se fajó la barriga cuando estaba en estado, yo no sabía que significaba eso pero se lo oía decir a la gente. Este muchachito como de unos trece años, rubio, blanco, con unos ojos verdes preciosos, pero falto de entendimiento estaba enamorado de mí y colocaba el mismo disco en la rockola que era mi adoración... “Me gustan las flacas y las delgaditas...” Me fascinaba ver cómo una mano invisible colocaba los discos chiquitos en esa especie de picot; lleno de luces de colores, para que sonaran.
El Señor Napoleón era taurómaco; como mi familia y en el bar tenía afiches de corridas de toros, cuadros de toreros entre los que se encontraba uno de mi tío Tiberio, una cabeza de toro de verdad con cachos y todo, varias banderillas y un cuadro de la Virgen de La Macarena llorando. El Salón estaba en semipenumbra y daba una tristeza tan grande, como si acabaran de sacar el muerto, esa misma casa donde por las noches las risas y alborotos se escuchaban a tres cuadras a la redonda. Entregaba las arepas y me iba corriendo porque se me iba a hacer tarde, pero todos los días hacía lo mismo. El Señor Napo, el dueño del bar, era gordo, bajito y tenía una cabezota como la de “Doc.” el de la comiquita y él nos decía que dos huequitos que tenía en la frente, se los habían hecho dos tiros en la guerra de España.
Una noche de esas en que entré escondida al bar; porque  después que mi mamá y mi abuela se dormían yo me escapaba por la ventana para ver la televisión. Cuando estaban en plena fiesta  pude ver como los hombres que jugaban en las mesas, bebían aguardiente y se sentaban a las mujeres en las rodillas, estaba escondida debajo de la barra pero podía ver todo el panorama, esa noche se armó un pleito tan grande que todos los hombres se cayeron a golpes y a botellazos y vino la policía, se llevaron presos a unos cuantos y un policía me descubrió debajo del mostrador, llamó la atención al señor Napo, porque permitía que menores de edad entraran a su taberna así es que me llevaron a la estación de policía y me decían que me iban a entregar al Consejo Venezolano del Niño, pero como a las diez de la noche llegó mi abuela a buscarme, mi mamá me dio mi consabida paliza. Después me estuvo amarrando con una media de nylon al copete de la cama, para que no me fuera para la calle de noche.
Cuando llevaba las arepas, yo iba cantando por la calle una canción que le compuse a mi abuela y decía así:-
“Mi abuelita linda, huele a arepa raspillada
Cuando era joven, fue una flor muy delicada
Ahora tiene las manos callosas
Y la narizota ahumada…”

¡Ah, porque mi abuela! El ser más bello, más dócil, más humilde que haya existido jamás, me contaba que cuando joven había sido muy pretenciosa y por eso su nariz se le había puesto así de grande. La nariz de mi abuelita era como la de la bruja de Blanca Nieves, pero  adoraba a mi abuela y ella a mí. Cuando le componía mis versos y mis canciones se reía y hacía que me pegaba, estirando su dedo índice dándome “lepes” leves golpecitos en el antebrazo y me decía:- ¡Ah muchachita inventora carrizo! Mi abuela jamás me pegó ni me criticó, ella me adoraba, así lo sentía yo.
La próxima bodega que visitaba era la Estrella Roja; que era un abasto grande, cuyo dueño era el señor Gonzalo, grande, blanco, gordo y colorado, era camarada de mi papá,  quien me esperaba detrás del mostrador con un sartén lleno de mortadela frita, enseguida sacaba dos arepas de la bolsa y las rellenaba y allí mismo se las comía, bufando como un toro; tomándose un tarro de guarapo caliente. Al abasto le había puesto ese nombre pero no así tan clarito, como eran tiempos de la Dictadura, el señor Gonzalo quiso ser más vivo que la SN y le pintó el nombre disimulado: Una estrella grande sin color y al lado las letras así: Abastos La * Roja, el creía que nadie se daría cuenta, pero por eso se lo llevaron preso para Guasina. A casi toda la gente mayor que yo conocía se la habían llevado para Guasina. Me gustaba mucho ese nombre y lo encontraba muy divertido, porque a veces mi abuela me decía:- Muchacha guasona, eso es muy feo una niña guasona, pero a mi más fea me parecía la palabra, entonces decidí que yo no era guasona, sino guasina. Yo no sabía que era eso.
En una mañana de esas que fui a llevar arepas, vi como la Seguridad Nacional se llevaba preso al señor Gonzalo, el pobre hombre cargaba el sartén en la mano esperándome, pero ya había aprendido a mantenerme lejos de los esbirros y crucé la calle rapidito. Más nunca volví a ver al señor Gonzalo.
Después cruzaba para la otra acera y entregaba las arepas en el Bar Restaurant Capana que tenía dos puertas, una que decía Entrada familiar y otra con letras de luces rojas que decía Bar, que era por donde entraban los borrachos. Allí pasaba la tarde y la noche mi tío Manuelito; que no era mi tío de verdad sino un gran amigo de mi tío Tiberio y yo lo llamaba así. Hoy vi a mi tío Manuelito después de casi cincuenta años y está igualito; creo que conservado en alcohol. En este negocio tenían gran cantidad de bandejas llenas de varias comidas para rellenar las arepas, que tentaban el paladar de las pobres gentes que iban a trabajar por la mañana. En una gran caja de vidrio se veían los distintos platos: carne esmechada, queso blanco rallado y en tajadas, queso de mano, trozos de jamón, papas rellenas, chorizo con tomate y cebolla, ruedas de morcilla frita, ensalada de aguacate, queso amarillo en rebanadas, mantequilla, salchichas guisadas, caraotas refritas, cochino frito y guisado de chicharrón. Confieso que durante varios meses lamí el vidrio de la vitrina, hasta que un día me descubrió la cocinera, que era una señora negra, gorda y chiquita y un domingo al salir de misa llamó a mi abuela y le dijo:
-Mire señora, la carajita suya se la pasa lambiéndome los vidrios de la arepera y los ensucia todos con saliva. Mi abuela al llegar a la casa me lavó la boca con jabón azul y me estuvo llamando cochina como un mes y me decía:
-Y ella que se la pasa con el “eco” en la boca, porque todo le da asco, muchacha,  no eres nada escrupulosa y todo le da ganas de vomitar, se la pasa arqueando con náuseas,  ¡Guá lo que eres es una rolo de cochina ¡
Sin embargo cada vez que podía “lambía” el vidrio; como decía la cocinera, pero sólo un poquito y sobre todo donde estaba la bandeja del “frito” porque en mi casa no preparaban eso.
En ese negocio estaban unos banquitos redondos, que daban vueltas, yo me sentaba en uno y me daba “colitas”, mientras esperaba los reales de las arepas, pero la negra cocinera, me estaba “cazando” para ver si yo “lambía” la vitrina o no. Ella estaba muy pendiente de mí, pero en lo que se descuidaba, yo daba mi vuelta rapidito en el banco y ¡zas! le pasaba la lengua al vidrio por enfrente de la bandeja que tenía el frito y me relamía de gusto. A mi me gustaba mucho el frito, ( después de vieja descubrí que a eso lo llaman tere-tere y es el plato típico de Guarenas y Guatire) porque una señora vecina de mi casa lo cocinaba  y siempre le mandaba un platico a mi abuela, pero ella se lo daba al perro, porque y que eso no era comida para gente, ya que era bofe, pulmón, riñón, tripas y vísceras del cochino, pero a mi me encantaba, y bien lleno de aceite con onoto, aliñado con tomate, cebolla frita, bastante comino y ajos. Muchas veces cuando la señora me daba el platico con el frito; para que se lo llevara a mi abuela, me lo comía detrás de la puerta, entonces le pasaba muy bien la lengua al plato, lo dejaba limpiecito  y se lo entregaba a la vecina, diciéndole que mi abuela le daba las gracias y le devolvía su plato “fregado”. Pero esta afición por el frito la perdí, una mañana, que entre vueltas y vueltas y “lambidas” en el bar Capana descubrí a una enorme cucaracha, paseándose “muy pancha” por encima de mi plato favorito, ese día no pude ir a la escuela y llegué a mi casa vomitando, mi abuelita me preguntó: ¿Qué te pasó? ¿Qué comiste en la calle? –Nada abuela, es que estoy “esperando”  como mi mamá, mi abuelita se moría de risa y me preparó un guarapo de hierba Luisa y me ofreció purgarme con LAXOL, por si acaso era un ataque de lombrices.
Hoy no puedo ver un plato de frito, porque me dan náuseas y eso que a estas alturas he tenido que comer bachacos, gusanos y lombrices; cuando anduve por  Cacuri en el Amazonas.
¡Ah¡ pero aún no he  referido mi paso por los últimos negocios, de los cuales no voy a relatar todos los que me faltan porque se haría interminable esta historia.
La Frutería La Lucha. ¡Ah no! Al lado de ésta quedaba la más hermosa tienda del mundo; no era un quincalla, como decíamos antes, era una tienda moderna se llamaba Casa Tita y tenía una vidriera como la de las tiendas de la Avenida, más abajo quedaba la Quincalla de la Señora Luz, pero no era una tienda de verdad sino que funcionaba en una habitación de la casa de familia y allí sólo vendía encajes, botones, hilos y cierres y en navidad esos San Nicolás de limpia pipas con dos paticas abiertas y la carita rosada. Pero esta nueva tienda de que les hablo era como el drug store del barrio, una tienda de centro, con clase, tenía dos vidrieras adentro; una con la mercería y la otra llena de toda clase de juguetes, también vendían Frunas. Vacavieja, gomitas, chupetas, Café olé, Susy, Miramar, chocolates, Cocosette y Ping Pong como en el cine. Vendían medicinas de venta libre como Cafenol, aspirinas, pastillas de sen, píldoras del doctor Ross, Sal de fruta y otras cosas. Las dueñas eran dos señoras isleñas, una vieja; la madre viuda y la hija más joven separada y un abuelo más sordo que una tapia. Cuanto juguete nuevo había, ahí lo tenían, esto era para extasiarse, muñecas, trompos, yoyos, perinolas, una zaranda con siete enanos verdes, soldaditos de plomo y de plástico, indios y vaqueros, globos de colores y una patrulla de cuerda que me tenía fascinada; también tenía un maniquí, que era una muñeca grande del tamaño de una persona y allí mostraban los suéteres y faldas que tejían las dos mujeres a crochet con hilo Carmencita, mi mamá se compró un conjunto de esos y los pagó por abonos. Eran carísimos: ¡Diez bolívares! Si por mi hubiera sido habría pasado frente a esa vidriera el resto de mi vida, pues me imaginaba que así debía ser el cielo, un sitio de donde uno no quería irse nunca.
Pero se me hacía tarde, tenía que ir para la escuela, entonces me acordaba que debía entregar las últimas arepas y echaba a correr, entraba corriendo a la frutería de cuya puerta colgaban racimos de plátanos y cambures, de mamones, de ciruelas semerucas, un cartel con una linda muchacha que promocionaba un jugo enlatado, pero Braulio le recortó el nombre del jugo, creo que para que la gente le comprara sus frutas, que relucían brillantes en los guacales, mangos, mandarinas, naranjas, nísperos, aguacates, tomates, cebollas y muchas verduras. Recuerdo una que jamás he vuelto a ver y se llamaba quimbombó y que mi abuela preparaba rico con arroz. También tenía velas en un cajón en el suelo, vendía velas de sebo amarradas como un manojo por las mechas que sobresalían y vendía manteca de cochino fresca en botellas, manteca vegetal que tenía en una lata abierta y de donde lo vi sacar un ratoncito vivo y enmantecadito. En una tapara con agujeros y pintada de colores vivos, tenía unos caramelos a los que llamaban pirulí y del techo pendían unas espirales de cinta pegante, donde atrapaba a las moscas y a los pegones que venían a molestar sus frutas. Yo le gritaba al isleño:-¡Braulio! a mi abuela que le mande por las arepas de ayer una lata de sardinas de la de a tres lochas, una vela de sebo, medio de manteca de Los Tres Cochinitos vegetal, no de cochino y que de lo que le quede me de para comprarme la tunja de la merienda y el fresco. (Esto cuando mi abuela no me preparaba la merienda) ¡Apúrese que es tarde! Allí dejaba la bolsa de las arepas y la pasaba recogiendo al mediodía junto con el mandado de mi abuela. Usaba mi bulto de libros a la espalda; como los varones, para poder llevar las manos libres para cargar las arepas y los mandados. Al dejar la frutería “la puyaba” y pegaba una sola carrera para adelantar las cinco cuadras que me faltaban para llegar a la escuela, donde llegaba jadeando con la lengua de corbata, a pegarme del bebedero. La señora Amparo la bedel de la mañana, siempre me saludaba preguntando:
-¿Cómo sigue tu mamá?
-¡Bien, esperando!
-¿Y de tu papá que han sabido?
-Nada, seguimos esperando… Y de la atragantada de agua que me daba me quedaban unas terribles ganas de vomitar, pero al día siguiente era igual. ¿Y a ti? ¿Te hubieran dado ganas de llegar tarde? Las maestras me permitían llegar tarde porque sabían lo que ocurría en mi casa y eran camaradas de mi papá.
Otra cosa que sucedió con las arepas fue que cuando quedamos tan pobres por el asalto de la SN;  mi abuela tuvo que hacerlas y al principio le quedaban gordas, o muy grandes o muy chiquitas, cuadradas, bueno todo un drama, un sufrimiento, unos nervios, hasta que por fin pudo hacerlas preciosas. Mi mamá si las hacía muy bonitas desde el principio.
Las arepas que quedaban “frías” nos las comíamos por la noche, mi abuela las rellenaba con queso o con mortadela y la envolvía en huevo con harina y las freía en manteca de cochino y eso quedaba rico, las llamaba tostadas.
Mi abuela siempre servía la mesa con mantel y ponía todas las arepas en una bandeja, mi tío Tiberio que era “un mamador de gallo” las ponía de canto en la mesa y nos las hacía llegar rodando hasta el plato de cada uno, mientras narraba una carrera de caballos:
- “Ahí viene la yegua Mariposa corriendo por fuera y le gana por una cabeza a Saltarín” Mi abuela se ponía bravísima y nos repetía:
- Con la comida no se juega, eso es pecado.
Mi abuelita me servía los domingos nueve arepitas; que hacía especialmente para mí, con caraotas refritas, aguacate, perico,  queso rallado y mantequilla y yo me las comía toditas, por eso tengo esta barrigota.
Mi mamá y mi abuela araron el corral y sembraron árboles frutales y hortalizas, ocumo, yuca, maíz y cosechaban jojotos para comer asado y en cachapas, plantas medicinales y de aliño, ajíes dulces y picantes, que vendían a Braulio el de la frutería y a un portugués que vendía frutas y verduras a domicilio en una carreta tirada por un caballito. También criaron pollos, gallinas y gallos criollos, patos, pavos y obtenían huevos y carnes para consumir en la casa. Nunca pasamos hambre, cuando no había real para comprar el kerosén, agarraban leña del cerro y cocinaban con ella.
Cuando cumplí cuarenta años estuve atravesando una mala situación económica y me acordé de las arepas de mi abuela, hice arepas hasta por los ojos y con ellas logré salir adelante, llegué a ganar más que lo que ganaba en mi trabajo de secretaria. Tanto amo a mis arepas que les escribí un poema que aquí transcribo:
EREPÁ   (AREPA)
Pan del trigo de las Indias de Colón
Nombre que te dio el hispano
Pan bendito de la tierra agraria
Pan de Dios y del humano
del que vive y se alimenta
todo el pueblo americano
Pan que brota de la espiga
que en paciente florescencia
engorda la mazorca
del sublime grano
Erepá voz del indígena
Arepa en voz ciudadana
Maná que da el centro de la tierra
arepa en mano del esclavo
Pan de maíz en mesa mantuana
Pan de antiguos sacrificios
licor de libaciones celestiales
Pan unido a la danza de los ritos ancestrales
Tu estirpe regia del Maya
del Inca, del Tolteca mejicano
del Chibcha, de los Caribes
Rey del pueblo americano
En fiestas de las cosechas
con el fotuto, tambor y maracas
se rinde culto a la arepa
de Los Andes a Caracas
Desde Miranda a Guayana
de Margarita hasta Coro
Venezuela rinde honores a su más rico tesoro
De los llanos a las costas
Desde la duna al pantano
Nuestro pueblo se alimenta
del oro de nuestro grano
Erepá en voz del Indígena
arepa en voz ciudadana
Pan del cielo y de la tierra
Pan del Trigo de Las Indias
Maíz sagrado de la tierra americana
No se que será de mí si me llegan a quitar mi arepa.
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LA MUDANZA DE GLADYS LAPORTE





RETAZOS DE MI VIDA

SERIE DE CUENTOS DE MARGARITA LADEVILLE DE MONTALBÁN
Gladys Laporte
LA MUDANZA
Como verás mi niña adorada estos cuentos de hoy los escribí para ustedes mis amados nietecitos, con retazos de vida real y un tanto de fantasía para que quede en vuestras memorias las aventuras de una niñita traviesa como ustedes, a quien le tocó vivir en una época determinada y en la ciudad de Caracas. Aquí les narro con un poco de añoranza y picardía las peripecias que  durante varios años le sucedieron. Hoy vivo en un apartamento: En “un agujero en el aire”; como decía mi abuelita, el techo; es el piso de la gente de arriba, el piso, es el techo de la gente de abajo, las paredes laterales son de la gente de los lados y las paredes de adelante y la de atrás son bienes comunitarios, ¿Entonces qué queda?: “Un agujero en el aire.”
Haciendo un viaje retrospectivo en el tiempo recuerdo que “mi familia fue una de las primeras que habitó uno de esos “huecos en el aire”, uno de esos “barrios paraos”, ya que el hijo mayor de mi abuela hizo el servicio militar en el batallón de ingeniería del ejército y de allí salió ingeniero-arquitecto-constructor; empírico si, pero muy bueno. El levantó una edificación que aún permanece en pie, después de más de sesenta años de construida  y fue el primero que se construyó en la Prolongación de Los Rosales. Edificio “sui géneris”ya que las habitaciones de dormir los inquilinos, se encontraban distribuidas en los cuatro pisos, a los cuales se llegaba a través de largos y oscuros pasillos, estrechas y empinadas escaleras. Esta era la residencia Paúl Velarde, que albergaba alrededor de dieciséis familias.
En la planta baja, vivíamos nosotros, por ser familiares del dueño, en la entrada un gran salón donde cada familia podía colocar un pequeño juego de muebles para recibir. Había juegos de paleta, de fumoir  y hasta cuatro silletas de cuero que eran de los barquisimetanos En el centro un gran patio encementado con varios porrones con matas. A la  derecha estaban las habitaciones nuestras y las de tres familias que vivían al lado, la primera era de la señorita Graciosa Pérez “la espiritista”, la segunda de la señora Dolores de Peña “la bruja”, la tercera de mi tío con su esposa. El ocupaba dos habitaciones porque tenía la cocina y el comedor aparte de los demás, una habitación para dormir arriba, privilegio por ser el dueño.
En el primer piso también vivía un isleño con toda su familia; era constructor, el señor Tobías quien ayudó a mi tío Paúl a construir la casa de nosotros también. Después venía la habitación matrimonial de mi papá y mi mamá. Luego una habitación pequeña que ocupábamos mi abuelita, mi tío Tiberio y yo, detrás de la nuestra y ocupando una parte de la cocina habían construido una habitación improvisada con unas láminas de cartón piedra, albergaba a una familia que había llegado de improviso del interior y eran parientes de los barquisimetanos. Muchas de estas personas se mudaron luego al mismo barrio y estuvimos conviviendo alrededor de treinta años, juntos otra vez; cada uno en su casa, como si fuéramos familia. A continuación se encontraban la cocina y el comedor comunitario que era un verdadero salón de estar; ya que allí compartíamos la vida todos los habitantes de la casa. Cada familia tenía su ladito para colocar su cocina y su platera. Saliendo por una puerta hacia el patio trasero estaban las bateas, los baños para bañarse, las poncheras para fregar las ollas y los platos, los excusados con su poceta, sin agua corriente, las láminas de zinc donde las mujeres embostaban y asoleaban la ropa, las cercas de alambres de púas donde se colgaba la ropa a secar y los pipotes para almacenar el agua; con el nombre del dueño en cada uno. Al final había un patio donde convivían juntas aves de corral, gallinas, pavos, codornices, también estaba un palomar, los gatos y perros de todos los convecinos, hasta un chigüire, del señor Tortosa que era el vecino de la casa de al lado, como no tenía corral mi tío le había prestado un ladito y un lindo chivito que le habían traído de Lara a los barquisimetanos, además, cada año mi tío traía de Montalbán; en octubre, dos cochinitos que se engordaban hasta diciembre con las sobras que recogían los vecinos en una lata de manteca Los Tres Cochinitos y de las demás aguas del fregadero; uno para las hallacas y los perniles de las fiestas navideñas y el otro que mi abuela vendía para comprarse los estrenos y hacer los regalos de Diciembre.
Estos detalles los tengo presentes en mi memoria, como si los estuviera viendo hoy, ya que en esa época de mi vida, fui tan feliz, que dudo que persona alguna haya pasado una infancia tan plena, divertida, variada, llena de amor y ternura, como la que yo viví en ese gran “casa de vecindad”.
Yo le tenía pavor a mi tío Paúl y mi abuela le temblaba como una palomita asustada, ya que él era un pequeño dictador en su imperio. Era altísimo, blanco, de pelo muy negro, buenmozo, como de unos cuarenta años.  Mi tío Tiberio, quien era su hermano menor, lo desafiaba,  tenía como dieciséis años, en esta época y le gustaba torear novillos; a veces se iba para Barquisimeto o Maracay a torear. Mi tío Tiberio entrenó con los famosos toreros Hermanos Girón, yo los conocí a todos cuando eran jovencitos.
De mi mamá no me acuerdo, sé que vivía en esa pieza porque mi abuela me lo decía. Una vez me dijo que en ese cuarto estaba mi mamá, iba a parir a mi hermanita, pero sinceramente, no recuerdo a mi mamá en esta época para nada, si retrocedo en el tiempo me encuentro en el patio del corral jugando con una muñeca negra de trapo que me dio mi abuela, ella me quería tanto, que yo no necesitaba a más nadie, a mi papá tampoco lo recuerdo, yo no sufría, era completamente feliz, sólo empañaban mi dicha, el miedo al tío Paúl Velarde, la curiosidad por Graciosa “la espiritista” y el pavor a la vieja Dolores Peña, “la bruja”, pero como no pasaba para ese lado de la casa, no tenía por qué preocuparme mucho, la esposa de mi tío Paúl, era muy pretenciosa y se sentía humillada, porqué tenía que convivir con la chusma, ella me tenía ojeriza y siempre me estaba empujando a regar las matas, yo no la quería, porque una vez que llegó a lavar, tiró mi muñeca para el techo del baño y nunca la pude bajar, no podía decirle a nadie porque no me creerían. Un año después, se cayó el techo del bañito y mi muñeca estaba toda rota, desvaída y abombada por el agua de lluvia. Esto era lo único desagradable, porque en la casa se vivía en un ambiente festivo constante. A los inquilinos los visitaban personas, que venían de Barquisimeto, Maracaibo, Coro y otras poblaciones. Traían noticias y anécdotas de sus familiares que nos hacían reír y gozar. Los niños no podíamos participar en las conversaciones de los mayores, pero oíamos allí en nuestra mesa con la cartilla de Mantilla por delante.
         Entre otras personas, había un señor que era agente viajero, se llamaba Chadaviz, quien traía historias de todos los sitios que recorría, como si fuera un Indiana Jones, de hoy en día, nos contaba que en Guayana, había visto el diamante más grande del mundo, como un huevo de avestruz, que en Ciudad Bolívar uno cambiaba azúcar por oro; una vez me trajo un anillito de oro cochano con una esmeraldita como centro de una florecita; me dijo:
Cuídala porque es muy cara, me costó cinco bolívares.
Mi abuela le encargó unos zarcillos iguales para mi próximo cumpleaños. Nos contó que pasando el Río Orinoco, al barco donde viajaban lo había atacado una banda de caimanes tan grandes como el camión cisterna que nos llevaba el agua; imagínense que niño, no hubiera amado como yo a Chadaviz, en esa época que no había televisión ni Power Ranger.
Tres veces al año; para hacerse un tratamiento en la Clínica Attías, venían de Barquisimeto los Dorantes, la Señora Aurora y el señor Raúl, la señora no podía tener hijos; desde el apellido eran bellos, además tenían un hermoso Plymouth verde, en el que a veces llevaban a pasear a la bandada de chiquillos que habitábamos la vecindad. La Señora Dorantes era amiga íntima de mi abuela; le traía queso de bola, dulce de leche, trozos de chivo salado y unos dulces de almendras envueltos en trocitos de caramelo, que llamaban abrillantados, a mi no me gustaban, yo se los regalaba a los hijos del compadre Esteban que eran huérfanos de madre, pero tenían la madrastra más buena del mundo, creo, que ni su propia madre los hubiera querido tanto. La comadre María quién nos enseñaba a leer en la cartilla de Mantilla y en el Libro Primero de Santiago Schnell: ESE. O = SO _ P. A = PA= SOPA, cantábamos los seis chiquillos en coro, yo lo decía de memoria, porque solo aprendí a leer a los ocho años cuando ya estaba en el segundo grado. Pedrito el hijo mayor, con una voz muy ronca para su edad repetía:
-PAPÁ ES UN SAPO, SI, PAPÁ ES UN SAPO.
Y las mujeres que estaban cocinando o moliendo el maíz para las arepas se desternillaban de la risa, todos repetíamos coreando la lección:
“SÍ, PAPÁ ES UN SAPO”. Y debía leerse correctamente: Sí papá, es un sapo.
La segunda vez que incursioné con la Cartilla de Mantilla, fue cuando ya viviendo en los Totumos mi mamá me puso a aprender las primeras letras con una señorita vieja de nombre Ana Pacheco quien era negrita, gordita bonita aún y muy graciosa, siempre estaba arregladita y se peinaba la cabeza como con veinte crinejitas apretaditas, llenas de lacitos de cinta blanca. Allí iba por las tardes, de tres a cinco, la maestra me daba un ratico de clases y después me pedía que le sacara los piojos de su gran chicharronera negra, que cuando se soltaba las crinejitas, parecía un paraguas de cura, abierto.
A los niños nos alimentaban con leche fresca de vaca, queso nuevo, huevos criollos del día, plátanos y cambures del corral de la casa, arepas de maíz pilao, pollos y gallinas criados en casa.
Cuando escribo un cuento corro por toda la casa detrás de mi hijo y de mi esposo leyéndoles las narraciones para que me digan como se oye y corregirlas. Al hacerle el relato anterior a mi hijo me hizo la siguiente acotación:
-Mamá, pero no haces alusión alguna al verdor de los campos o al olor de la campiña.
-¡Pero muchacho bolsa! ¡Que campos ni que campiña del carrizo, si esto es Caracas!
-¿De verdad mamá?
-¡Claro; es la Caracas de mil novecientos cuarenta y ocho!
-¡Ah!
Sigo leyéndole.- SI, MI PAPÁ ES UN SAPO... era como una salmodia tres veces al día, parecía una letanía.
Ninguna de las mujeres nos corregía sino que se reían todas y se veían entre si con una mirada cómplice. Ahora creo que era como una pequeña venganza hacia sus maridos, que nos miraban embobados.
¡SÍ, PAPÁ ES UN SAPO!
La comadre María hablaba con un tono tan sabroso y se expresaba como una dama muy culta y educada ella fue en realidad la primera maestra que ayudó a “desburrizarnos”.
Presencié el nacimiento de los trillizos que parió la Democracia ¿O los abortó? Los tres pequeños monstruos que devoraron a la madre.
Mi tío Paúl Velarde era copeyano, el compadre Esteban era de U.R.D. El Señor Otto Palma  de AD, Mi papá Vladimir Popovich; que de ruso sólo tenía las ganas; era comunista, era el clandestino. Toda mi vida me he preguntado: ¿Cómo hubiera sido mi vida si mi papá en vez de comunista, hubiera sido adeco o copeyano?
No me arrepiento de nada.  Porque he vivido, sufrido, amado y gozado y mi papá me enseñó a luchar por mis ideales y mis sueños de una vida mejor e igual para todos con pan, techo y trabajo. Pero esta pregunta siempre me anda rodando ¿Que tal si hubiésemos sido iguales al común y corriente de los venezolanos?  De los Navegantes del Magallanes o del Cervecería Caracas como todo el mundo, pero no, mi papá odiaba el béisbol porque ese juego era de gringos, las bolas criollas y el dominó juego de ociosos y de bebedores de caña, mi papá sólo jugaba ajedrez, leía libros proscritos, dibujaba y oía música de Tchaikovski,  Wagner y Mozart. Un día le dije que había oído a mi tío Paúl decir que él no era comunista nada porque la gustaba la música clásica, vestirse bien y el ajedrez, me contestó que los comunistas también era cultos y educaban sus oídos, que en Rusia todo el mundo era estudiado y había muchos sabios y científicos y todo el pueblo tenía que hacer cultura.
 Al frente de la casa colocaron tres grandes carteles de cartón con los retratos de Caldera,  Rómulo Betancourt y  Jóvíto Villalba, a los pocos días llegó la policía y se llevó los tres avisos, los niños no supimos que fue lo que pasó en aquella tarde, lo que se, es que mi abuelita me dijo:
-Mi amor tenemos que mudarnos, hoy vamos a empezar a recoger las cositas para que no se nos quede nada.
-Abuelita, ¿Qué es mudarnos?
-Es tener que dejar esta casa e ir a vivir a otra parte.
-¡Ay, abuelita!, Pero yo no quiero irme de esta casa.
-¡Ay mi negrita!, Pero no está en mí, es que tú padrino Paúl, consiguió un terrenito, para que se muden tu papá y tu mamá contigo y tu hermanita.
-¿Y tú y mi tío Tiberio?
-Ah, nosotros veremos para donde agarramos, yo me iré para Montalbán y Tiberio en sus andanzas.
-¡Ah, no abuelita! ¡Sin ti, no me voy para ninguna parte!
-Bueno, ¡Ya veremos, ya veremos! ¡Andando a recoger las cositas!
Esa tarde me senté en el patio a jugar con mi nueva negrita, fue cuando me dio un dolor de barriga, tan fuerte pero tan fuerte, que jamás se me ha quitado, cuando me siento triste o nerviosa se me afloja la barriga, los galenos descubrieron después que tengo el colon con recto-colitis ulcerosa de procedencia emotiva, según dijeron los diagnósticos médicos veinte años más tarde.
Estaba pensando, en como seria eso de mudarse, cuando de repente empecé a oír, como piedras que caían en las tapas de zinc que estaban en el patio del lavandero, a pocos pasos de donde yo me encontraba sentada en la lata volteada boca abajo, alcé la mirada para ver quién me tiraba piedras, pensando que serían mis amiguitos, los vecinos de al lado, pero no, no eran ellos, solo pude ver a un grupo como de diez soldados que con unos palos largos tiraban esas cosas como piedras hacia la parte de atrás de las casas, donde se encontraba otro grupo de hombres vestidos con ropa de caqui, que a su vez, con palos más chiquitos les tiraban unas piedras con humo que salían de los palos, después supe que fui testigo de la Batalla de la Bandera, durante la guerra  de mil novecientos cuarenta y ocho.
Mi abuelita se asomó al patio, desde allí me gritaba:
-¡Tírate al suelo!
Cuando se detuvo un poco la plomazón corrió al patio a buscarme y me sacó de allí, las vecinas le dijeron:
-¡Por poco y la carajita no la cuenta! ¡Mire como quedó la lata!
-¡Ese fue el Gran Poder de Dios que metió su mano! Contestó mi abuela.
Como a los tres días, mi abuela comenzó a traer cajas de cartón vacías de la bodega, empezó a envolver las tazas y los platos de vidrio en papel de periódico, y los iba metiendo en las cajas. Otras las llenó con sábanas y toallas. No dije nada, pero me volvió a dar el dolor de barriga, me senté en la poceta sin agua, del baño con el número tres que nos tocaba. Después que salí, me dirigí con una bacinilla hacia el envase del agua para limpiar el wáter, pero cuando me asomé al pipote el agua estaba más abajo de la mitad, me subí de un salto y quedé colgando en el pipote del ombligo para abajo en la orilla, cuando metí la mano con la bacinilla, me fui de cabeza al fondo de la pipa de agua. Yo había visto el cielo y las nubes, que se reflejaban como en un espejo en el fondo del pipote; cuando empecé a ahogarme, sentí como si pasara por las nubes, era algo así como una película a toda carrera desde que nací hasta ese día, veía a mi abuelita abrazándome, besándome y lloraba. Cuando desperté, mi abuelita estaba llorando de verdad y me abrazaba, ella no sabía si reír o llorar, al ver que yo había resucitado.
La señorita Graciosa hizo un comentario que dejó a todo el mundo con la boca abierta:
-¡Una niña de seis años! ¡Tan chiquita y ya intentó suicidarse! ¡Eso es porque no se resigna a mudarse!
No sabía qué querían decir esas palabras, pero sé que eran mentiras de esa vieja ¡Urraca! ¡Muertera!. Una navidad esta señorita me regaló una muñeca de porcelana;  que fue muy importante para mí, pues con ella yo mantenía conversaciones como si fuera una niña de verdad.
Como yo era sobrina y además ahijada del dueño de la residencia. la gente, por congraciarse con mi tío, me daban obsequios; cosa que a el le importaba un pepino, supe que me quería; más tarde me lo demostró, pero eran tan, pero tan tarde, que pienso que no hubo tiempo para rescatar ese amor.
La casa estaba llena de vecinos, venían a saber como estaba yo, mi abuela daba gracias al Poder de Dios y a mi amiguita Alicia Mendoza quien había visto cuando yo caía al pipote,  dio la vuelta corriendo por la puerta de adelante y fue a avisarles a mi abuela y a los inquilinos de la casa.
Cincuenta años más tarde, le dije a Alicia recordando aquel incidente.
-Alicia, muchas gracias ¡Que me salvaste la vida!
Gran dolor de mi vida que me hizo sentir culpable mucho tiempo, fue un hecho que marcó el nacimiento de mi “uso de razón”; como decía mi abuela, porque ese día fue que comencé a “meter la pata” a darme cuenta de ello, cuando empecé a vivir en función de los demás, a hacer lo que los otros querían; quería que me perdonaran hasta por haber nacido, que me amaran. Siempre fui impulsiva y medio loca, esto no lo toleraba mi mamá, por eso creo que me sacaba el cuerpo.  Esa tarde yo estaba en el patio de cemento jugando fútbol con una lata de jugo.  Y mi abuela se asomó a llamarme, pero en mala hora, en ese preciso momento, chuté la lata y le metí el gol en la vena de la pierna derecha de mi amada abuelita, y se le paró aquel chorro de sangre, allí se le formó una llaga varicosa que le duró más de quince años, ese mismo tiempo se mantuvo esa llaga en mi corazón, hasta que la operaron y se curó del todo. Cada vez que recordaba que yo era tan mala que le había herido la pierna a mi abuela que tanto me quería, se me revolvía la llaga del corazón y me hacía más culpable. Hoy logré revertir estos pensamientos y soy libre.
Llegó el día y la hora en que debíamos mudarnos a la casa nueva. No recuerdo como sacaron los muebles sólo me acuerdo de dos hombres que llevaban la parihuela; una especie de camilla como las que cargan a los santos en las procesiones, estos hombres llevaban en sus espaldas toda la lencería, ropas y loza de mi familia. Caminaban rápido. El hombre que  iba  adelante, señalaba el camino y los posibles baches que encontraba y gritaba:
-¡Ojo, mierdeperro a la derecha! ¡Hueco a la izquierda! ¡Montón de tierra al frente!
Mi mamá, iba montada en la camioneta de la Tintorería Universal Dry Cleaning, del Señor Héctor, ella llevaba a mi hermanita cargada y las cosas de mano, también se adelantaron.
Mi abuelita y yo íbamos a pie, detrás de la carreta del negro Juan, donde iban los muebles de paleta, el escaparate, la cocina de kerosén, el primo de gasolina, la batea, las ollas y demás trastes de cocina, las camas, los colchones y una lámpara de carburo. Cuando pasamos la larga calle de macadam y ya íbamos a cruzar hacia la carretera, volví la mirada para darle un último adiós a mi amada casa y a mis amigos, que quedaban allí para siempre. En lo que la carreta cogió la curva, dio una sacudida tan fuerte que parecía que las cosas iban a caerse ¡Sí, cayó algo!, mi hermosa muñeca de porcelana, que se volvió añicos en el suelo, el viejito se bajó del carromato, apenado, pero allí fue donde, empecé a sufrir y a disimular, dije:
¡Gracias a Dios que se rompió!, así no llevo recuerdos de la señorita Graciosa.
En ese momento sentía que yo estaba rota, como la muñeca, había dejado atrás mi dulce infancia .Caminando esa larga y polvorienta carretera, que iba desde El Triángulo hasta el Cementerio, había que pasar por la vaquera, que era una sabana, en los terrenos donde hoy se encuentra la escuela Gran Colombia.
Calle arriba, con aquella tierra roja y seca, que nos llenaba los ojos y los pulmones de pánico, aquella soledad espantosa que secaba el alma.
De repente levanté la mirada y vi lágrimas en los ojos de mi abuela y le pregunté:
-Abuela, ¿Estás llorando?
-No mija, fue que me cayó tierra en los ojos.
-¡Ay, abuela!, creó que a mi también me está cayendo tierrita de esa.
Y lloré desconsoladamente apretada a mi abuela hasta llegar a la Avenida  Los Totumos, de la Urbanización Los Castaños.
- Allí sollozando dije: ¡Ay, abuela que calle tan fea, con esa zanja en el medio!
-No, mija, tan fea no es, fíjate que cuando llueve por aquí baja una quebrada muy linda. ¡Y mira! ¡Tiene bastantes matas de tapara!
-Abuela y ¿Aquel cerro? –pregunté-
-Mija, ahí mismito, al pie queda la nueva casa y por allí nace el arcoíris.
-¿Y cómo es?
-Bonita, tiene una pared de ladrillos rojos como un castillo de cuento y tiene un corral con matas de frutas y un jardincito que llenaremos de flores.
-¿Cuándo la viste?
-Anteayer cuando vine a traer las matas y los pipotes del agua.
Seguimos andando cabizbajas, atrás había quedado un pedazo de vida grande, pero muy grande. ¡Figúrese una vida de seis años!  Por eso hoy le tengo tanto cariño a los expatriados, a los refugiados, a los que tienen que huir de un tirano; así me sentí yo aquella triste tarde en que adquirí uso de razón. En ese entonces yo no sabía el motivo de la mudanza, pero después mucho más tarde, agradecí a mi tío que nos hubiera “ayudado” a mudarnos solos.
Cuando por fin llegamos a la “casa” casi me da un infarto, el dolor que me dio en el pecho fue tan grande que en seguida se me bajó para la barriga y lo primero que conocí de la casa fue el baño; un cuartico de tablas que no tenía techo y por el que se veía el cielo, sino hubiera sido por la tristeza que me consumía, me hubiera resultado bello. 
Mi abuela corrió detrás de mí, y me abrazó fuerte hasta que terminé de desocupar mi intestino.  Mi mamá que nos vio llegar dijo:
-¡Ya está la muchacha esa cagando! ¡Eso es lo único que sabe hacer!
-Ese día fue que conocí a mi mamá y empezó a intervenir en mi vida.
¡Aquella casa! ¿Eso era una casa? Sólo era una pared alta y larga de ladrillos anaranjados, con tres huecos en el frente que hacían de puertas y ventanas, tapiados con trozos de tabla clavada. Entrando, un cuarto a la izquierda con el piso de granzón y detrás otro cuarto con el piso de tierra, los techos de asbesto, después un cuartito de baño que era una letrina con poceta a cielo abierto, la cocina era de tablas, cuando llovía se inundaba y tenía que colocar tablas en el piso para poder caminar, Mi abuela decía:
-“Yo trabajo en las tablas”_ refiriéndose jocosamente al teatro_
-¡Por favor!  Abuelita ¿Cómo vamos a vivir en esta casa tan fea? ¿Cómo se llama esto?
-¡Mija esto se llama rancho! ¡Pero es tu casa propia, aquí no hay ni un clavo ajeno, aquí no quedaron llantos ni suspiros ni lágrimas ajenas, estás estrenando casa nueva, ya verás! Tu casa se llenará de pájaros, de flores y mariposas en el jardín y en el corral y tendrás tu perro y un gato si quieres.
Pero mi abuelita era muy valerosa, habló con el señor Tobías y le pidió fiados unos sacos de cemento y un camión de granzón y a los pocos días teníamos piso en toda la casa y matas en el patio y en el cerro, mi mamá que había sacado a crédito una máquina de coser  Singer,  se puso a hacer cortinas y pronto aquel rancho se fue convirtiendo en casa, fue tomando forma de hogar. Donde viví  una vida llena de altibajos hasta los veinticuatro años.
Un domingo llegó mi tío Paúl con cuatro hombres y “tiraron la placa”, así se decía en argot de albañilería, hacer la platabanda de la casa, también instaló la luz eléctrica; mi tío lo hacía porque allí vivían su madre y su hermana, porque mi papá, no hacía nada porque estaba enfermo, además estaba ofendido porque mi tío nos había corrido de su casa, porque era comunista.
A mi papá tuvieron que operarlo, entonces empezó a venir gente a la casa, todos esos políticos viejos ahora, pasaron por mi casa conspirando contra el gobierno de Pérez Jiménez, a unos cuantos presidentes de la república, los conocí cara a cara, a senadores y diputados. Ahí conocí a un dirigente comunista que tenía diez fluxes y corbatas del mismo color y le dijo a mi papá que eso era para que la gente creyera que tenía un solo traje y no lo criticaran.
Cada veintiocho días sentía el paso de la luna, mi abuelita me decía:
-¿Qué tienes mija?
-¡Ay abuela unas ganas inmensas de llorar que no me aguanto!
-¡Pero mija! ¿Y que piensas? ¿Qué te pasa?
-Abuela, siento una cosa aquí en el pecho como si yo fuera de otra parte, y me hace falta mi gente, mi casa es como si me faltara un pedazo de algo, es como si estuviera flotando en el aire.
-Eso se llama melancolía. ¡Llore mija, llore su luna! Usted es una niña poeta, porque usted no es de este mundo, segurito usted vino de otra parte.
Mi abuelita, para alegrarme la vida me consiguió un lorito muy bello al que le pusimos el nombre de “Socorrito”, que vivió como siete años hasta que murió electrocutado, picoteando los cables que llevaban la corriente eléctrica a la casa, y hablaba y contestaba a las preguntas que uno le hacía. Después tuve dos perritos: “Taurina” y “Flamenco” y un gatico negro con un lunar blanco en la frente al que llamamos “Nochecita”
Mi papá llegaba del trabajo y se metía en su cuarto y después de comer se montaba en su cama a leer, muchas veces me subía a su lado y  me leía algo de lo que estaba observando, a veces me daba un beso; antes no se acostumbraba  hacerle cariño a los muchachos ¿Y un hombre a una niña? ¡Mucho menos! Poco a poco me iba enseñando las palabras y me dejaba ver las estampas de los libros, allí nació mi gusto por la lectura, muchas veces me quedé dormida sobre la barriga de mi papá y mi abuela venía a buscarme para llevarme al primer cuarto. Amé a mi papá con toda mi alma. Un día sorprendí a mi abuela cuando le dije:
¡Gracias a Dios que nos mudamos solos! ¡Porque al fin conocí a mi papá y a mi mamá!
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