GLADYS LAPORTE, LA ABUELA CUENTA-CUENTOS

24 de marzo de 2010 — CON MOTIVO DE LAS FIESTAS PATRONALES EN HOMENAJE AL BUEN JESUS DE PETARE, SE REALIZO UNA EXPOSICION EN EL MUSEO DE PETARE, BARBARO RIVAS, EN DONDE TUVO PARTICIPACION LA GRAN CUENTA CUENTOS Y PATRIMONIO CULTURAL DEL ESTADO MIRANDA, GLADYS LAPORTE. REALIZADO POR: EDUARDO HERNANDEZ P.N.I.: 5.909 MUNICIPIO SUCRE, ESTADO MIRANDA, VENEZUELA 03/2010

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viernes, 27 de agosto de 2010

INVITACIÓN A EXPOSICIÓN DE PINTURA



EL MIÉRCOLES 29 DE SEPTIEMBRE, A LAS 2 DE LA TARDE;SI DIOS QUIERE,EN LA BIBLIOTECA DON LUIS Y MISIA VIRGINIA DE GUATIRE, HABRÁ UNA EXPOSICIÒN DE PINTURAS DONDE EXPONDRÈ MI OBRA " MIS VIVENCIAS". CON MUCHO AGRADO LOS INVITO PARA QUE VENGAN A VERLA, SOBRE TODO A LOS QUE ESTÁN CERCA. A LOS OTROS LES HARÉ LLEGAR LAS FOTOGRAFÍAS POR ESTE MEDIO.
HABRÁ BRINDIS.
DIRECCIÓN:
La antigua casona Don Luis y Misia Virginia, sede de la Biblioteca Pública, se encuentra en la Avenida Miranda de Guatire.

EL BARLOVENTO DE MI ABUELO




EL BARLOVENTO DE MI ABUELO de La Marquesa del Totumo
Cuento Canción
Gladys Laporte de Villegas
La Abuela Cuenta Cuentos
Treinta y cinco años y aquí estoy al frente de ésta casa donde no se si fui feliz. Traigo un pico y una pala



y a mis dos hijos de la mano, ojos verdes y pelo color melao, lisos ya, porque la madre, una catira francesa se los hace alisar todos los meses. Si quedan calvos, la niña podrá usar una peluca
y el varón a medida que envejezca quedará calvo y no se le notarán los chicharrones como a mí.
Por entre la espesura del jardín se asoma una anciana toda gris, el pelo, la cara, las manos, solo los ojos, los que lloraron una lágrima por mí, cuando me fui, esos ojos eran los mismos y por ellos reconocí a mi tía Ernestina. Me encontraba sorprendido, no me daba cuenta que mi tía ya sería una vieja, me abrazó y llorando de alegría decía:
- ¡No me morí sin verte de nuevo! ¡Que grande estas muchacho! ¡Igualito a tu padre! ¿Y estos niños? ¿Son tus hijos? ¿Los que mencionas en la carta? ¡Ay, que bellos!
Tomó a los niños de las manos y los llevó a la cocina.
Y yo con un pico y una pala recordando frente a la casa de mi abuelo…
Los inclementes vientos de últimos de marzo fustigaban incesante el viejo techo del cuarto del abuelo; quien desde que se enfermó de gravedad, había logrado que lo trasladaran a la casita de atrás; donde había criado a sus hijos en compañía de mi abuela. El me decía que por ahí se paseaban las almas de sus muertos, quería estar muy cerca de ellos, para cuando llegara su último Barlovento. 
Estaba construida de bahareque; el techo de caña amarga recubierto de tejas que traqueaban con el viento como teclas de un piano ronco.

En los oscuros aleros habitaba una familia de murciélagos que de vez en cuándo, emitiendosus agudos chillidos, pasaban en vuelo rasante sobre mi cabeza.



La casita se encontraba en el patio de atrás a escasos metros de la casa nueva que se erguía blanca y fuerte, como un barco anclado en una mar vegetal de cacao, plátanos y cocoteros.


Las ventanas y puertas de la casita eran de tablas pintadas de azul colonial, que se fueron rajando con la lluvia y con el sol a medida que pasaba el tiempo. Era allí donde mi imaginación se desplegaba en mis sueños despierto, ya que el sol, se colaba por las rendijas e iba tejiendo autopistas fantásticas o túneles aéreos por donde millares de chispas, plateadas y doradas, ascendían en veloz carrera rumbo al cielo, quien sabe a que recónditas galaxias, y yo, capitán de una hermosa barca, bogaba junto a las brillantes partículas con mi pequeño universo, tan poblado y a la vez solitario.
Era yo un muchacho de ocho años, que dormía en la casa acompañando al abuelo. Muchas veces me dormía sentado en el pequeño banco, pegado a su cama muy cerca del suelo, él sacaba su negra mano y acariciaba mi pelo.
A la hora del crepúsculo


asumía mí puesto de guardia, junto al lecho de mi abuelo moribundo, para velar su sueño vespertino, mientras una de mis tías iba a prepararle la papilla de la cena.
Él había sido mi padre, mi tutor y mi guía, pues el mío propio, se fue en un barco una tarde y todavía no regresa, mi madre murió esperándolo presa de tisis y de pena. Así que era yo entre todos mis primos el niño huérfano y de algún modo tenía que pagar mi sustento, los demás me sacaban el cuerpo por tener qué cuidar al abuelo, pero yo hacía esta labor con amor y me sentía contento de tenerlo para mi solo tanto tiempo. No me costaba ningún trabajo pasar horas y horas, contemplando al abuelo en sus estertóreos sueños.
Ño viejo, lo llamaban desde que murió su padre y él como hermano mayor, con apenas catorce años, asumió junto a su madre, la jefatura de aquella familia de nueve hermanos, un barco grande y la incipiente hacienda. Recio de carácter, no se jugaba con muchachos, era cierto, pero yo era el último vástago de su hijo desaparecido y él en secreto me prefería; muchas veces, aquel viejo, que era considerado por los otros duro y terco, se ponía de rodillas ante mí y me daba un beso en la frente agradecida del niño solo.

Desde que recuerdo he vivido de la mano de mi abuelo. Él me enseñó a navegar en el peñero,

a pescar con nasa


y con anzuelo.  A avizorar la costa, a capear un temporal, a saber cuando el cacao esta maduro, a quitar el nematodo al plátano y a buscar el ojo de agua a un coquito dorado. Mis primos le tenían miedo, apenas le pedían la bendición, como los hijos decían de él cosas terribles, yo era casi como el pobre niño, en manos de aquel ogro para ellos, pero solo yo sabía de la ternura que era capaz mi abuelo.
Yo lo conocí ya viejo, es decir, nací en la casa de al lado, cuando empecé a darme cuenta de todo, mi abuelo tenía como ochenta años, pero nunca aparentó esa edad, solo de seis meses para acá fue que se le puso blanca la mota de pelo y empezaron a debilitarse sus rodillas, lo agarró de repente, así de pronto se volvió endeble mi querido viejo; después que se fue Mary, la nieta preferida, la hija de mi tío Alejo; yo no sé que pasó, pero una mañana cuando preguntó por ella, no sé que le dijo mi tía Cárdena al oído, eso fue lo que mató a Ño viejo, se volvió mas huraño, se encerró en nuestro cuarto grande de la casa nueva, se acostó una tarde y no se levantó mas de su cama de enfermo, las hijas se encargaron de cuidarlo, ya casi no hablaba mi querido viejo.
Cuando estábamos solos en las tardes, recordaba cosas viejas y me iba contando y dando consejos, me decía - Cuando cumplas treinta años, tumba la pared de este cuarto, busca en la esquina debajo de los trebejos, enterrada en la tierra hay algo que te pertenece, pero no digas nada a nadie, éste será nuestro secreto.
En este mes y los que vienen el calor es insoportable en Barlovento. Los vientos soplan muy fuerte van desprendiendo los techos y hasta cuentan historias de remolinos de viento

que se han llevado animales y hombres tan lejos que jamás han vuelto a verlos. Cuando mi abuela vivía, me decía que ese remolino era el diablo, que arrastraba a los niños tremendos y que si alguna vez me agarraba alguno, tenía que tener a mi madrina cerca que me echara la bendición para que el diablo me soltara y no me llevara montaña adentro, yo me sentía muy seguro, porque mi madrina era ella.
Toda ojos que reían y la boca un pozo de dulzura siempre, no era celosa y sabía que mi abuelo tenía tres mujeres más y conocía a todos los hijos de ellas, ¡Abuela! de mi recuerdo no se borra aquella inmensa mole de carne negra y suave que me acunaba en su pecho y yo me hundía en él como si fuera un colchón de plumas. Mi abuela era analfabeta, pero poseía una sabiduría innata, era de Güiria,


me contaba que mi abuelo se la trajo en uno de sus viajes que hizo como marinero; pero hasta aquí vinieron sus parientes y lo obligaron a casarse con ella, porque era una princesa, descendiente de una tribu venida de África y no permitían que ella viviera en concubinato con un cualquiera, mi abuelo, era descendiente de una tribu de negros libres que llegaron a Curiepe, sus antepasados venían en un barco de esclavos,

se sublevaron y mataron a los blancos, llegaron a la costa y agarraron tierra adentro, ellos nunca fueron esclavos de nadie. Mi abuelita era suave,


mullida y con sus manos gorditas acariciaba mi frente, mis mejillas y con sus rollizos dedos iba destejiendo mis dorados chicharrones; inclinaba su cabeza grande y hermosa, recostada de un sillón; siempre estaba remendando ropa, tejiendo paños que le daba en Navidad a familiares y amigos.
Mi abuela no sabía permanecer ociosa. Muchas veces me dormí allí entre sus hermosos y calientes senos mientras ella cosía y cosía. Era en estos momentos cuando me contaba historias de sus familiares de Guinea en África y en Güiria, pero estas las voy a contar en un libro dedicado a ella.
Mi abuela me llamaba en secreto “Papelón”, porque realmente ese es el color de mi piel y mi pelo color melao. Cuando se murió, yo le cogí miedo al viento. Para haber sido un niño huérfano, mi infancia estuvo llena de cariño y amor, por parte de mis abuelos, mis tíos no me trataban mal, pero no había nada en especial hacia mí. Más bien me tenían envidia por la preferencia de los abuelos. De eso tuve pleno convencimiento cuando a la muerte de mi abuelo, me entregaron a mi abuelo blanco.
Una madrugada llegó mi tía Ernestina al cuarto donde dormía y me dijo: Ven Rubén, tu abuela te llama, tendría yo seis años, me llevó de la mano a través de los corredores y llegamos al cuarto de mi abuela, mi tía me cargó en brazos y me puso sobre el pecho de mi abuela, me acurruqué junto a ella para seguir durmiendo, sin comprender porque me habían despertado tan temprano. Mi abuela acarició mi pelo, besó mi frente y me abrazó fuertemente contra su pecho, allí me quedé dormido. Cuando desperté estaba de nuevo en mi cama y mi tía Ernestina había venido a bañarme y a vestirme. Vestía un traje nuevo gris, con mangas largas y un cuello blanco, yo le pregunté: -¿Vas a salir tía? 

Emitió un sollozo y me dijo:-No, es que vamos a velar a tu abuela 
-¿Velar? ¿A dónde? ¿Por qué lloras? 
La tía me apretó fuerte entre sus brazos, por primera vez en mi vida, me dio un beso en la frente y yo comencé a llorar, porque aquel abrazo de solterona fue el desamparo total, fue la primera vez que me sentí huérfano. Aquel abrazo me congeló los huesos, una inmensa soledad invadió mi alma.
Yo no sabía que era eso. Afuera otra tía dijo: Pobre niño, ahora si es verdad que quedó solo.
En estos meses los vientos no echan fresco, no vienen de la mar, sino más bien de tierra adentro soplan secos, calientes y a uno le da como un desespero. A nosotros nos calmaba el calor una taza de chocolate caliente,
uno que hacía la tía Ernestina con gelatina de “pata de ganao” como decía ella; sudábamos como burros, pero al rato de verdad, se sentía como más fresco el cuerpo y el aire.
Como yo me sentaba en un banquito de madera y cuero de vaca, me movía constantemente, porque el sudor que me bajaba desde la cabeza hasta las nalgas me remojaba el trasero, lo que me daba comezón y además se me dormían las piernas, por la incómoda posición.
Cada vez que me movía la madera emitía un chasquido crujiente, lo que perturbaba el leve dormitar de mi abuelo, quien alzaba, con un esfuerzo sobrehumano, el otrora vozarrón, ahora casi una queja, y me decía:
-¡Mijo quédese quieto, no ve que me espanta el sueño! ¡Usted como que tiene hormiguillo en el fundillo!
-Disculpe Ño viejo, es que se me duermen las piernas. Luego que se despertaba se incorporaba en la cama, yo rápidamente le metía unas almohadas debajo del aún musculoso torso, producto del trabajo como pescador en las costas barloventeñas y de agricultor en la hacienda de Curiepe.
El abuelo había sido un viejo sano y aún lo era, antier no más vinieron el médico, que es uno de los nietos mayores de Ño viejo,  y un compadre que es curador santero, y ninguno de los dos le encontró mal alguno en el cuerpo, pero mi abuelo, después que se fueron, me dijo en baja voz: ¡Esos lo que no saben es que a mí me llegó mi Barlovento!
Esas palabras de mi abuelo me sonaban extrañas. Yo no conocía a Barlovento que es la tierra que queda en Cúpira hasta Caucagua


pero este Barlovento de mi abuelo cómo podía una gente esperar un Barlovento.
Después que Ño viejo se lograba medio acomodar en la cama, me hacia señas para que me sentara en el colchón a su lado y entonces comenzaba a hablarme. Casi siempre hacía alusión al color de mi pelo, ya que mis rizados chicharrones eran color melaza, y mi abuelo me decía que eso era por la mezcla de razas, ya que mi mamá era hija, de un español rico y de una negra muy bonita que se entregó por amor. Un día me dijo – por ahí anda la dote de tu mamá, cien morocotas de oro me dio el papá de tu madre.


Por eso tuve yo un abuelo negro y un abuelo blanco.
A medida que oscurecía, los ojos de mi abuelo brillaban como dos gemas a la luz de las lámparas de los santos, si, porque mi abuelo tenía los ojos verdes, como el mar, como ese mar que tanto amaba y que quizás sus verdes ojos, jamás volverían a mirar. Desde unos días para acá, yo no le soportaba la mirada a mi abuelo, pues cuando me miraba con esos ojos que parecían estarse despidiendo, se me subía una lágrima desde el pecho, se me asomaba calientita a la ventana de mis ojos y descendía solitaria hasta la comisura de mis labios, donde yo absorbía la salada gota.
-Porque eso sí - me decía mi abuelo, ¡Un pescador no llora, ni que se lo coma un tiburón por dentro! ¡Déjeme dormí negrito! Para que me encuentre dormido mi último Barlovento.
-Abuelo ¿Qué es un barlovento?
Mi abuelo cerró los ojos como si estuviera buscando la respuesta muy adentro, al ratito volvió a abrirlos y con su dedo duro y calloso, levantó mi barbilla y suavemente secó la húmeda línea que mojaba mi rostro yo pensé que iba a regañarme porque se dio cuenta de mi secreto llanto, entonces me preguntó:
-¿Qué es lo que quiere saber mi enfermerito guardián?
-¿Qué es un Barlovento abuelo? Ese que usted está esperando.
-Un Barlovento es un viento, que sopla allende la mar se pasea por valles y montañas y se
vuelve a regresar, viene cuatro veces al año, pero cuando sopla caliente en los meses de Abril y Mayo, es que viene a buscar a los viejos.
Yo me paré rápido y cerré la puerta del cuarto.
-¿Qué hace? - Me dijo Ño viejo
-Cerré la puerta, para que no entre ese viento, abuelo
-¿No, mijo! Más bien ábrala para que llegue pronto, pues hace días, muchos días, que yo lo estoy esperando.
-¡Ay abuelo! Es que tengo tanto miedo, yo no quiero que ese viento se lo lleve.
-¿Miedo? No mijo, un hombre no tiene miedo, no lo deje anidar en su pecho y si alguna vez se le quiere arrimá, puede barrerlo de allí, el viento del Barlovento. Por lo menos, yo espero mi viento feliz, el último de este tiempo, que me llevará a encontrarme con Dios y mis ancestros.
Entonces fui yo el que cerré los ojos, buscando tan siquiera un leve recuerdo de la bella morena que mi madre fuera o del musculoso negro del que tanto me hablaban el abuelo y las tías cuando contaban las hazañas y memorias de los que ya se fueron.
¿Pero que va! No tenía mas que aquella fotografía en blanco y negro, donde aparecía una pareja tomada de la cintura, pero en las caras, se les habían borrado, pues la foto la tomaron con una fotomatón, en una feria de Tapipa, allá por los años treinta en la plaza del pueblo, solo se veía una falda de cretona tan ancha que tapaba las piernas del hombre y dos hermosos pechos uno de hembra hermosa y el fuerte y ancho, de los machos de mi tierra. Caras, caras no, pero me imaginaba yo la cara de mi madre como la de la virgen mulata que tienen en Carenero, o a veces le ponía la de la santa que está en la iglesia de Capayita, con mi papá no usaba mucha fantasía porque todo el mundo decía que era igualito a Tulio, el hijo bastardo de la mujer de mi tío Dionisio, decían que había salido igualito, porque cuando Engracia estaba embarazada de él, mi tío Dionisio estaba en el cuartel. Mi tía Engracia y que le agarró una rabia a mi papá que no lo podía ni ver, pero cuando Dionisio regresó no lo quiso reconocer, la mujer se fue de casa y el muchacho se quedó y lo criaron las tías al amparo del hogar.
Mi abuelo, me decía a veces – Yo creo que tu eres hermano de él pero me voy a morir con la duda, nunca lo pude saber. Pero Dionisio estaba seguro por eso hizo lo que hizo ¡Pobre de él!
Mis primos me trataban como un intruso, y a veces lograban hacerme sentir nervioso en las tardes cuando las tías me llamaban para que compartiera el chocolate caliente.
Todos mis primos y tías tenían la piel marrón oscuro. Pero yo la tenía canela y el pelo como la melaza, bien chicharrón pero brillaba al sol y me llamaban “El Bachaco”, yo a mi corta edad ya había aprendido a guardar mis sentimientos. Tenía un solo amigo y era el hijo del compadre de mi abuelo. Tenía la misma edad que yo y a los dos nos gustaba leer cuentos, que nos intercambiábamos. La amistad y unión con mi abuelo me aislaba de los otros niños de mi familia, sentía por mi abuelo la lealtad del perro fiel. Los niños de la escuela donde yo iba al tercer grado, me fastidiaban y al rato de andar con ellos me sentía fatigado y me iba a refugiar en mis libros de lectura.
Los cachetes se me ponían colorados como dos peonías. Cada vez que mis primas venían a visitar a mi abuelo, los domingos después de misa, ellas llegaban vestidas de rosado y con dos pares de crinejas en lo alto de sus cabecitas donde lucían cuatro lazos como mariposas rosas.
Eran lindas mis primitas, las morochas Rosa y Rosalía, las niñas se paraban al pié de la cama del abuelo y le pedían la bendición, el abuelo les hacía la señal de la Cruz y les pedía que se la acercaran, colocaba su mano sobre la cabecita de cada una y me hacía una señal para que yo le entregara la caja donde guardaba las monedas de cinco Bolívares, que eran de plata

y tomaba dos y la daba una a cada niña.
Las niñas me miraban con ojos afectuosos, no como los primos varones que me trataban con frialdad, además las constantes bromas y comentarios sobre el color de mi pelo, de mis ojos que eran rayados y de mi nariz fina y aguileña, mis labios gruesos y colorados, me humillaban, pero no se los demostraba, sino que yo también me reía de mi mismo; muchas veces cuando me preguntaban: - ¿Cómo te llamas? Respondía: -El Bachaco, mucho gusto. Me metía dentro de mi mismo y me iba volviendo tímido y solitario. Dada mi afición a la lectura y los conocimientos adquiridos con mi abuelo, yo sacaba mejores notas que mis primos, todos mis tíos me ponían como ejemplo cuando nos reuníamos y los muchachos me cogían más rabia. A veces no hacía el examen completo para no sacar tan buenas notas, para tratar de ser igual a los otros miembros de la familia. Me hubiera gustado tanto ser negrito de verdad como ellos.
Porque Ahora que soy mayor percibo el racismo aquí en mi país entre blancos y negros, pero es peor entre los mismos negros. Yo era como un paria, hoy día soy abogado, pero como me ha costado abrirme camino. No tengo ni un cliente negro, no porque yo lo rechace, sino porque ninguno me busca.
Ño viejo se había quedado dormido y yo no me atreví a despertarlo. ¡Dormía tan poco últimamente!
De repente abrió los ojos y me miró pensativo:
- ¿Por donde andaba el negrito, que se me fue y me dejó con la palabra en la boca?
-Abuelo ¿De verdad, usted no tiene miedo de su último Barlovento?
-¿Yo? ¡Que va mijo! Porque mientras llegaba, yo no me senté a esperarlo, más bien fui y le salí al encuentro, imagínate, ya me enfrenté con ochenta y nueve de estos vientos. Fui cosechando amores y sabios secretos que me trajeron hoy día a esperarlo tranquilo y alegre.
-Mijo ¡Oígame bien!Cuando le llegue la edad de recorrer su camino, abra sus alas al viento y procure que sea bien largo el viaje y bien hermoso su destino, échese a volar tranquilo en el raudo torbellino.
Vaya conociendo gentes, viejas y sabias, aprenda algo de ellas, le ayudarán en la vida. Vaya dejando tras su huella, amistad y lealtad, siembre semillas buenas para que coseche frutos jechos, pero tenga bien en cuenta, no vaya regando hijos irresponsablemente, los que tenga, conózcalos, críelos, cuídelos y procure que aunque vuelen lejos alguna vez, vengan a darle vueltas por el viejo nido.
Así en esta conversa abuelito y nieto nos fuimos quedando dormidos. El muchacho arrebujado bajo el pecho del anciano. Y así nos llegó la aurora y la tía con el desayuno y al rato volví a la carga, no sé porque yo estaba tan apurado.
-¡Abuelo! ¿Yo también tendré mi Barlovento? ¿Cómo es eso de esperar su último viento?
-¡Ah mijo! Eso es lo más bello que hay, ya se irá dando cuenta. Agarre su camino, mientras más lejos mejor, vaya recogiendo rosas y disfrute de su aroma, pero si un día se pincha con una de sus espinas, no se pare a contemplar la herida, regodéese en su perfume.
Trabaje Negrito, no tome la vida cómo una lucha, deje que suavemente llegue su viento, no con mano sobre mano, sino con su trabajo, contento, véalo no como un castigo del cielo, sino como una bendición para ganarse el sustento.
Haga el bien y no mucho mal, si corre y cae no se me quede acostado, que a la misma tierra que cae, ella lo ayudará a levantarse, tenga la seguridad que Eloíno, el que lo creó, nunca lo va a abandonar, aunque algo malo haga, él nunca lo va a dejá, pero eso sí, para que lo perdone tiene que rectificar. Consuele a los que estén tristes, vaya repartiendo pan, da consejo al que lo pida, visite al preso si es su amigo, y jamás aparte de su vida a su Dios y a sus santos.
Compre una bella casa y puéblela de retoños y ponga en el medio un santuario para que coloque en ella a la madre de tus hijos, como hice yo con su abuela.
Si tiene más mujeres, ámelas y respételas y vea de ellas y reconózcale los hijos para que lo respeten y lo aprecien, a ninguna le mienta.
A la patria defiéndala con uñas y dientes, tenga cuidado de los jefes que te ofrezcan villas y castillos y después someten a los hombres bajo el yugo del caudillo.
Y al final niño, cuando sienta que tu Barlovento está por llegar, entonces sí, rodeado de amores, siéntese a esperar como yo; que no siento remordimiento por lo que hice en mi juventud ya remota, se me apagaron las luces, ya la cadena está rota.
Una mañana llegaron tres mujeres negras, una gorda y dos flacas, dijeron los nombres: Ernestina, Miguelina y Antonia; las tres esperaron en la sala de la casa nueva, mi abuelo las había mandado a llamar, de Tapipa, del Clavo y de Tacarigua de Mamporal. En la mañana mi abuelito había hecho bajarle la caja donde guardaba los documentos y el dinero, me hizo buscarle tres bolsas grandes de papel marrón y colocó dentro de cada una un papel sellado, de esos del gobierno y varias pacas de billetes.
Como yo lo observaba en silencio me dijo:
- Las voy a dejar acomodadas, a cada una su casa y su plata, agradecido estoy de ellas.

 No pregunté más nada y salí. Luego vi como las señoras que estaban en la sala iban saliendo una a una de la pieza del abuelo, cada una salió llorando con la bolsa en la mano. Las volví a ver cuando velaron al abuelo y cada una se sentó en las tres esquinas del catafalco, había una silla a la derecha de la cabeza del abuelo y nadie la ocupó, dijeron que era la silla de la abuela, que fue la esposa. Ese día conocí a trece hijos del abuelo, que eran tíos míos.
En el velorio hubo caldo, carne, sopa, yuca, casabe, aguardiente y agua de coco, unos jugaban barajas y otro dominó y hasta el negro Juango tocaba su curubaja, mientras José Miguel y su padrino Donato se acompañaban bajito con el Mina y el tambor.
A las tres de la tarde llegó el compadre santero de mi abuelo, con el venía una negra bonita y joven que traía dos palomas blancas y un pichoncito en una jaula de bambú.
Mi abuelo me mandó a llamar a mi tía Ernestina y nos pidió que nos quedáramos en el cuarto para observar el rito de despedida del alma. El Santero, que se llamaba Vicente, retiró las sábanas de encima de mi abuelo y sacó varias ramas que tenía en una mochila, le quitó la blusa de la pijama y los collares que usaba, tomó el pichoncito que le pasó la joven, lo abrió por la mitad vivo y lo colocó piando y pataleando aún, en el centro del pecho de mi abuelo. Dijo unas oraciones que yo no entendí y montó la paloma sobre la cama, la cual paseó por encima del cuerpo de mi abuelo, luego voló por el cuarto. El señor Vicente abrió la ventana y la paloma blanca se fue volando; a la otra paloma blanca la guardaron para adentro de la casa, el señor agarró los collares y las prendas de mi abuelo, me dio una sortija a mi y una cadena a mi tía Ernestina, lo demás lo metió dentro de un pañuelo rojo y le dijo a mi tía; - Métaselo en la caja.
Después se despidió y mi tía se puso a lavarle la sangre, a las cinco y media de esa misma tarde llegó el cura de Capaya, que es nieto de mi abuelo, vino a untarle los Santos Óleos;también presencié esta ceremonia, ¿que diría aquel sacerdote con negra sotana, alba blanca y una cinta morada que le atravesaba el cuello y el pecho como bufanda, velas, inciensos, aceite, campanillas y hostias? 

En la penumbra de la habitación las sombras comenzaron a moverse, tengo la sensación de que vimos más sombras de las que habíamos rondando alrededor de la cama donde mi abuelo expiró esa tarde, justo a la hora de Ángelus.
A las seis y cuando abrieron la puerta entró una ráfaga de viento caliente, suave que olía a mar.
Yo vi con estos ojos como salieron todas las sombras con el aire. En mi pecho se acunó hasta ahora un desconocido sentimiento, así se fue Ño viejo detrás de su Barlovento.
Vino mi abuelo blanco y tomó mi bolso en su mano izquierda y con la mano derecha tomó mi mano y me llevó hacia el carro que estaba parado en la calle. Cuando llegué a la casa del abuelo blanco, los primos me mostraron como cosa rara y una de las hermanas de mi mamá dijo:
- ¡Ah! Ese muchacho no es ni blanco, ni negro, ¿Irá a ser ladrón el vagabundo ese?
Ellos no pudieron ver una lágrima en mi cara, pero por dentro les eché unas maldiciones de los marineros, en ese momento me juré a mi mismo ser alguien en la vida. Me dieron el cuarto de huéspedes, trajeron a una señora negra para que me atendiera y me inscribieron en una escuela pública, pues no me iban a aceptar en ningún colegio. Mi vida hasta los trece años la pasé acompañado de sirvientes, no compartía con la familia, solo en Diciembre que mi abuelo me llamaba para darme un regalo. Ese último me dio un reloj y un pasaje para España donde estudié para abogado.
Aquí estoy, con un pico y una pala he tumbado la pared del cuarto del abuelo, justo debajo de los trebejos encontré mi tinajo con el regalo que me dejó mi madre, cien monedas de oro. Me salí, fui a la ferretería, compré cemento y arena y volví a enterrar el tesoro en aquella casa donde una vez no sé si fui feliz. Pero allí la enterré con mis recuerdos y a lo mejor me venga aquí a esperar entre sus ruinas mi último Barlovento.
¿Tendré yo un nietecito que me ayude a esperar mi último Barlovento?
-¿Tía, se supo algo de papá?
-Hace diez años soltaron a tu tío Dionisio, estuvo preso por lo de Tulio, ¿Entiendes? Hace dos meses murió. Lo que son las cosas de la vida, Tulio fue quien tuvo que encargarse de todo.

FIN

sábado, 14 de agosto de 2010

CUENTOS NAVIDEÑOS DE GLADYS LAPORTE


EL ANGELITO DE SEDA

CUENTO DE GLADYS LAPORTE LA ABUELA CUENTA CUENTOS
DE GUARENAS.

En el cielo, hay como un edificio muy alto y en cada piso viven los ángeles según su jerarquía: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potestades, Principados, Arcángeles y Ángeles. En el sótano, como diríamos aquí en la tierra, están los angelitos de los niños que murieron al nacer o a los pocos años de nacido, no es que estén castigados por no haber cuidado a los niños, sino que están allí, porque están más cerca de la tierra y siempre están pendientes de los niños que van a morir, para guiarlos junto a su Ángel de La Guarda, al sitio donde se les tiene destinado, tienen que estar allí para bajar rápido y traerlos a su casa celestial.
En un país muy lejano, tan lejano que desde aquí no se ve, vivía una joven muy pobre que estaba embarazada, ella lloraba mucho porque no tenía comida ni ropa y en ese país hacía mucho frío, tanto que caía nieve y era diciembre un día después de Navidad. Allí la gente pobre muere de frío en las calles. La muchacha pensaba:
-Ay, cuando nazca mi niño se me va a morir enseguida porque no tengo alimentos ni ropa para darle ¡Oh Dios mío ayúdame, Ángel de mi Guarda protégeme!
Ella se acurrucaba en un oscuro rincón de una calle de una gran ciudad, en la parte de atrás de una tienda de juguetes, en el basurero se veían gran cantidad de cajas y de adornos rotos, de los que usan para adornar los arbolitos, la muchacha recogió un gran montón de papeles de regalo, una caja de muñecas y unos trozos de algodón, para hacerle una cunita abrigadita a su bebé, estando en esta actividad, vio que debajo de un gran montón de papeles, brillaba una cosita, como un muñequito de juguete fue y lo recogió y pensó:
-Este será un lindo juguete para mi niñito.
Tomó el muñequito y lo fue limpiando con un algodón y estirando su vestido que era como un abanico de papel de seda plisado, le faltaba media alita y la aureola estaba rota, pero la joven como pudo lo acomodó y quedó arregladito, la muchacha se decía:
-¡Que lindo juguete! Hay otros que está peor que uno, mi hijito tendrá el más bello juguete que hubiera podido darle.
De repente la muchacha oyó un ruido debajo de unos papeles y vio que algo se movía entre ellos, entonces los fue quitando y allí estaba una preciosa niña, ricamente vestida pero sucia, parecía una muñeca, cuando ésta abrió los ojos se asustó y empezó a hacer pucheros. La muchacha le habló dulcemente a aquella niña que tendría cuatro o cinco años y le preguntó que hacía allí, la niña le contestó:
-Mi madre me trajo el día de Navidad a la tienda para que escogiera mi regalo, pero me puse a caminar y me perdí luego vine a dar a este lugar y como tenía frío me quedé dormida debajo de los papeles.
La joven la cargó para sacarla de allí y se dio cuenta que la niña tenía fiebre y estaba muriendo de frío, la niña miraba con ojos brillantes al angelito que la joven tenía en su mano y se le notaba que quería tenerlo, la muchacha conmovida le dijo:
-Toma querida niña, te regalo el angelito de seda de mi hijo para que te lleve al cielo
En ese momento se abrazaron y se quedaron dormidas. Esa noche la joven soñó que el angelito de seda cobraba vida y los llevaba a los tres, a ella a su hijito y a la niña ante Dios.
A la mañana siguiente la joven despertó en una cama de un gran hospital, tenía su hijito al lado; ya nacido y a los pies de la cama estaban los padres de la niña que parecía una muñeca, ésta tenía el angelito de seda entre sus manos y todos sonreían.
Y colorín colorao este cuento se ha acabao.







EL PINGÜINO QUE QUERÍA CONOCER A SANTA CLAUS

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Allá más cerca que más lejos en el Polo Sur, donde viven los pingüinos. Había uno llamado Pingüi que quería conocer a Santa Claus, él lo había visto en una tarjeta que le enviaron a un capitán. Ahí aparecían Santa Claus, un trineo, un hermoso venadito y un duende de esos que hacen juguetes para Santa.
Pingüi soñaba con poder viajar al Polo Norte para ver a Santa Claus. Pero ningún pingüino puede sobrevivir en el Norte, porque ese no es su hábitat.
Un día llegaron hombres de un zoológico y cazaron a varios pingüinos, pero Pingüi era tan chiquito que lo dejaron.
Esa noche cuando todos dormían, Pingüi subió al barco y vio a sus hermanos llorando pues estaban presos en unas jaulas, para ser llevados a un zoológico en un país del Norte de América.
Pingüi se lanzó al mar y fue a hablar con las morsas y las focas y les contó lo sucedido, pensaron mucho y esa noche la pasaron arrastrando trozos de hielo para impedir que el barco pudiera salir a navegar, formaron una especie de iceberg.
Los cazadores se vieron en la necesidad de soltar a todos los pingüinos, pues no sobrevivirían tantos días sin contacto con el hielo.
Pingüi y sus hermanos se fueron caminando como sólo ellos saben hacerlo, tambaleándose y se internaron muy adentro en el Antártico donde no pueden llegar los hombres.
El Hada de La Nieves del Sur, vio lo que había Pingüi y la Noche de Navidad, le pidió a Santa Claus que se echara una pasadita por La Antártida en el Polo Sur, para que Pingüi
pudiera conocerlo.
Esa noche Santa Claus con su trineo pasó por el Polo Sur y le lanzó cubitos de hielo con polvo de estrellas a Pingüi, y éste fue muy feliz. Y desde ese día Santa Claus va al Polo Sur a llevarles regalos a los pingüinos.
Y colorín colorao este cuento se ha acabao.










ARBOLITO ES ARBOLITO Y ARBOLITO ES NAVIDAD


CUENTO DE NAVIDAD DE GLADYS LAPORTE ABUELA CUENTA CUENTOS



Hace ya mucho, pero muchísimo tiempo, en un pueblo de la Bielorrusia, vivía una señora viuda pobrísima, se llamaba Satchenka Rustinova, que tenía una hijita de siete años llamada Pavlovina, quien padecía una enfermedad muy grave y según los médicos de esa época la niña moriría al cumplir los ocho años, víctima de la afección que la aquejaba.
La pobre Satchenka se afligía porque sabía que muy pronto su niña iría a hacerle compañía a su esposo Dimitri allá en el cielo. La niña y la madre eran muy cristianas y ambas sabían que solo Dios es el que sabe en que momento va a llamar a cada uno y por lo tanto estaban preparadas esperando ese dichoso momento de reencontrarse con su creador. Aunque la señora tenía conciencia que era muy triste la despedida, confiaba en que su Señor le daría la fuerza y resignación que necesitaba para el momento de la separación.
Pavlovina sufría de fuertes dolores en todo el cuerpo, pero no se quejaba y los ofrecía por la paz del mundo y de su pueblo que siempre vivía en guerra.
La niña amaba mucho la Navidad y como era costumbre entre la gente cristiana se celebraba la fiesta con mucha alegría y felicidad.
La madre de Pavlovina hacía muñecas con trapos viejos que recogía en el pueblo y en Navidad reunía a los niños pobres y les daba muñecas como regalos, les daba té caliente y galletas de jengibre, porque en la Navidad en Bielorrusia hace mucho frío y hay nieve por todas partes.
Pavlovina adoraba la navidad y le había pedido a su madre que cuando llegara el momento de irse, adornara un arbolito y toda la casa como si estuvieran en Nochebuena y llamara a todos los niños del pueblo para que estuvieran junto a ella. Como Satchenka no sabía cuando ocurriría esto decidió tener la casa adornada todo el año y como no tenía dinero para comprar arbolito y adornos, cortó una rama seca y la pintó de blanco y le colgó cáscaras de huevos pintadas y nueces con hilos dorados. Pavlovina le decía:
-¡Que lindo mamá! ¡Arbolito es arbolito y arbolito es navidad!
Todos los días venían niños a visitar a la muchachita y la mamá les daba te y galletitas. La niña se sentía muy dichosa y se olvidaba de sus dolores.
Una tarde en que hacía mucho calor, tocó a la puerta de la humilde casita, un señor cuyo automóvil se había accidentado, le había pedido un poco de agua a la señora y permiso para guarecerse del sol. Satchenka lo mandó a pasar a la salita muy amablemente y le ofreció té y galletas. Al hombre le llamó la atención ver la casa decorada de Navidad y preguntó a la madre y ésta le contó su historia. El hombre admirado le dijo que él tenía una hijita de la edad de Pavlovina, pero si supiera que ésta iba a morir enloquecería de dolor y ella se veía tan tranquila. Satchenka le contestó que eso sucedía porque ella era cristiana. El hombre le preguntó que era eso y la mujer se puso a explicarle todo sobre Dios y Jesús y el señor le prometió que iba a venir con su esposa y su hijita para que oyeran aquello, luego vio las muñecas que hacía la señora y le dijo que eran tan perfectas que podría venderlas en la ciudad y se comprometió a buscarles venta en las tiendas de sus amigos. Cuando hubo reparado su auto se marchó llevándose varis muñecas para mostrarlas en la ciudad.
A los quince días regresó el hombre y trajo a su familia, además de un bello árbol de navidad con todos sus adornos y muchos regalos para Pavlovina, también trajo un pedido de trescientas muñecas para Satchenka, que le habían encargado para navidad en varias tiendas de la ciudad. Entre todos adornaron el arbolito y Pavlovina se fue al cielo sintiéndose la niña más dichosa del mundo y Colorín colorao, este cuento se ha acabao

miércoles, 11 de agosto de 2010

EL DUENDE AFRICANO

EL DUENDE AFRICANO

DE GLADYS LAPORTE

En un bosque muy lejano, pero tan lejano que de aquí no alcanza a verse, vivía una niña muy bonita a quien su madre le había puesto por nombre Anastasia, quien era muy amiga de pasear sola por el bosque, porque lo conocía como la palma de su mano. Una tarde en que salió a cortar flores, se encontró con un niño tan bello que parecía imposible que existiera tanta belleza; tendría unos ocho años. Su piel era del color del chocolate y su pelo era negro como la noche y rizadito como un poco de virutas de madera, sus ojos verdes como un par de esmeraldas y vestía un lindo traje de pana roja y unos zapatos terminados en punta y bordados como los de Aladino, también usaba una capa de terciopelo color rubí y en sus deditos tenía un par de sortijas de oro, con un ónice y un diamante. También cargaba varias cadenas gruesas de oro.
Anastasia fascinada le preguntó al niño:
-¿Quien eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué haces aquí?
El niño le contestó:
-Son muchas preguntas a la vez, te las voy a contestar poco a poco.
-¡Ah, esta bien! -Dijo Anastasia-
-Primero te voy a pedir un poco de pan y agua porque tengo mucha hambre y sed. He viajado desde muy lejos y se me perdió la bolsa con la comida –dijo el niño-
- ¡Oh como no! Te daré pan, agua, queso y frutas, aquí tengo en mi mochila ¡Come lo que gustes!
El niño comió de todo y bebió agua y cuando estuvo satisfecho dijo a la niña:
-Como has sido buena conmigo te concederé tres deseos, porque yo soy un duende. que vengo de África.
Anastasia sorprendida preguntó:
-¿Un duende africano? ¿Cómo llegaste aquí?
Sí, nací en África hace mas de tres mil años, una niña como tu me creó y he estado en su familia de generación en generación, otra niña me regaló a una familia que venía para América y el barco naufragó y caminando y caminando me perdí y vine a dar hasta aquí. Pídeme lo que quieras.
-Lo primero que te pediré es que seas mío por siempre, yo te cuidaré y te querré mucho.
-Está bien, ya estaba un poco triste porque me había quedado sin ama, seré tuyo. Pero dime ¿Quién te enseñó a pedirle eso a un duende?
-Fue mi abuelita quien me dijo: si alguna vez encuentras a un duende, pídele que sea tuyo y no te abandonará en toda la vida y después será de tus hijos y nietos. Irá a tu casa y te ayudará en todo lo que le pidas.
-¡Ah! Que señora tan sabia, conocía todo acerca de nosotros.
-Si, ella tenía su propio duende, pero se lo regaló a una hermana mía que se fue para Europa.
- Dime ahora ¿cuáles son tus otros dos deseos?
-No te los voy a pedir ahora, sino cuando los necesite a lo largo de mi vida.
-Te pareces a tu abuelita eres una niña muy sabia. Vamos llévame a tu casa que estoy cansado y tengo mucho sueño.
-Ven conmigo, te llamaré Amandaus, ¡ven y seremos muy felices!
La niña y el duende llegaron a la casa de Anastasia y ella le preparó una camita en el sótano. Pasaron muchos años y ahora ella está viejita, pero el duende le dicta muchos cuentos que ella le dice a sus nietos y sobrinos y a los niños de las escuelas.
Y colorín colorao este cuento se ha acabao.
Te ama tu abuela Gladys Laporte la abuela Cuenta Cuentos de Guarenas.

MIS PINTURAS